domingo, 14 de octubre de 2012

Hacen de mí un cuarto para jugar.

Quiero gritar. 
Un grito ahogado capaz. Con eso me alcanza.
Uno que no despierte a nadie, ni que moleste.
Uno que libere la tensión que forma este nudo en mi garganta.
Quiero llorar.
Llorar hasta que mis ojos no duelan más. Hasta que no me sienta mal.
Las palabras duelen, pero ¿y el silencio, qué?
El silencio calla, esconde, pero grita tantas cosas: cosas que no quiero escuchar.
Estoy harta de las cuentas regresivas, por todo lo que implican.
Veintiún horas, cincuenta y ocho minutos.
Veintisiete días. 
Seiscientas cuarenta y seis horas. 
No quiero ni contar los segundos. Los segundos lo harían más real, menos distante.
¿Cuántas veces me puedo quebrar?
Una, o dos. O mil. ¿A qué velocidad?
Hoy me callo, pero no me quiero callar.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
No sirvió.
El cuarenta y nueve tiene que ser un cuarenta y tres, pero el cuarenta y tres me puede hacer mal.
¿Peor que esto?
Odio esta enfermedad.
Dos pedazos de tela: son sólo eso, nada más.
Dos pedazos de tela que me recuerdan lo que fui, lo que no voy a ser.
Me recuerdan lo que ya no puedo ser.
Aunque poder puedo, pero no quiero. 
Aunque querer quiero, pero sé que no debo, por lo tanto parte de mí me convence de que no lo quiero. 
No quiero estar mal.
No quiero estar acá.
Quiero salir a la calle y pintar una pared.
Quiero suene mi teléfono, aunque yo sé que no puede sonar.
Escribir ayuda, por ahora.
¿Y mañana?
Mañana veré.
Hoy duermo.
Inseguridades, alejensé.


No me llores. No me sufras. No me busques en rincones, ni me esperes en la penumbra. No me hables. No me escribas. No me pienses pero, por favor, no me ignores.
No me cuentes. No me recuerdes en las cartas del destino, ni en un clip que encontraste en el piso, hace rato ya caído. No me mires. No me sigas. Pero, por Dios, no te olvides.
Se acerca el día. El viento me vuela las hojas del calendario. Pasan las horas (o vuelan, mejor dicho) y yo me reduzco a una cuenta.
Faltan veintidós horas y media. Hasta que no falten más.
¿Miedo? ¿Qué es eso?
Ah, cierto... Lo que yo tengo.

domingo, 7 de octubre de 2012

A las palabras se las lleva el viento.

Todos tenemos nuestros días, y hoy es el tuyo. Hoy te recuerdo y te sufro, y leo las miles de palabras que escribiste que ya no vas a escribir más. Cierro los ojos y repaso el color de tus ojos, e intento oír el sonido de tu voz, para no olvidar. No quiero olvidar el eco de las risas, ni lo que sentí la primera vez que te escuche tocar la guitarra. Se sentía tan para mí, sólo para mí. Éramos dos almas perdidas en un mundo lleno de personas, que se encontraron. Hoy no quiero olvidar que dos personas pueden cruzar caminos como nuestras vidas lo hicieron. No quiero olvidar tus imperfecciones (que eran muchas), ni tus virtudes (que capaz eran menos, pero tanto más fuertes). No quiero olvidar todo lo que compartimos, a pesar de la distancia, ni la distancia que había cuando compartíamos el mismo lugar. Seguís siendo co-piloto en mi vida, aunque ahora no estás. Seguís siendo parte de mis decisiones, aunque ya vos no las puedas tomar. Mis lágrimas siguen teniendo tu nombre, aunque hayan disminuido en cantidad. Ya no te sufro al principio de cada mañana, en vez te festejo cada noche. Porque cada noche que pasa, es una noche menos sin vos. Un día más cerca de encontrarnos de nuevo, sea como sea.
Ya no compartimos salidas, ni experiencias, ni lecciones de vida. Ya no compartimos amigos, ni viajes, ni charlas. Ya no compartimos nada. Sin embargo, yo te comparto todo. Te comparto mi avance, mi cariño, mis letras (aún esas que duelen al leerlas).
Hoy no es mi día; hoy es tuyo. Es el día de recordarte, para no dejarte escapar entre los espacios de los dedos del tiempo.
Aunque hoy no estés, y capaz nunca más vayas a estar, sos parte de mí y siempre lo vas a ser. Aunque me duela, aunque parte de mí no lo quiera, aunque preferiría odiarte por dejarme sola en esta aventura y obligarme a vivirla.