Foo fighters me mata.
Ojalá todo fuese más simple.
Carta al eterno pronombre sin nombre
Esto empezó como el viaje de una chica de unos veintitantos intentando dejar de fumar. Ahora es como un diario íntimo. Esperen incoherencia, ira, frustración, cosas lindas y capaz que un par de cosas sexuales. Lean a su riesgo.
domingo, 13 de octubre de 2013
sábado, 30 de marzo de 2013
Despedidas: Kill it with fire.
Abrió la puerta a su viejo castillo y sintió el aire pesado abrumarla.
Los cadáveres de sus víctimas pasadas yacían en el suelo mientras sus pies se abrían camino entre los cuerpos bañados en recuerdos.
Me despido de esta página.
A veces hay que cerrar puertas para abrir nuevas. Hoy cierro esta porque hay manos que son demasiado débiles para hacerlo.
Gracias por toda la magia, pero la magia ya no pertenece a este lugar.
Me voy de acá, a ver dónde me lleva la vida.
De la misma manera que esto empezó, termina: con fuego.
Los cadáveres de sus víctimas pasadas yacían en el suelo mientras sus pies se abrían camino entre los cuerpos bañados en recuerdos.
Me despido de esta página.
A veces hay que cerrar puertas para abrir nuevas. Hoy cierro esta porque hay manos que son demasiado débiles para hacerlo.
Gracias por toda la magia, pero la magia ya no pertenece a este lugar.
Me voy de acá, a ver dónde me lleva la vida.
De la misma manera que esto empezó, termina: con fuego.
viernes, 29 de marzo de 2013
Diagnósticos.
Tengo que tener fiebre. Siento que mi cuerpo arde, estoy mareada, mi mente fuera de mi cabeza y mi alma desfasada. Tiene que ser fiebre. Tuve fiebre las suficientes veces en la vida como para saber ya cuándo es. ¿No?
Digo, tiene que serlo. Mis brazos se sienten como hojas de papel y mis piernas se quiebran porque siento cosquillas en la parte de atrás de mis rodillas, y mis ojos se cierran cuando quieren, no cuando yo les digo. Mi corazón palpita más fuerte y siento cada centímetro de mi cuerpo como si cada parte de mí fuese yo misma. Tiene que ser que estoy enferma.
El tema es que esta fiebre no parece irse. No se va cuando estoy sola. No se va después de muchas horas de sueño. No se va con el viento. No se va con una ducha fría. Se queda. Se queda para calentar mis noches y llenar de calor todo: mi cama, mi ropa.
Tiene que ser fiebre. Tengo que estar enferma.
Pero no puedo llevar tanto tiempo enferma. Capaz es algo más lo que siento. Capaz es...
No, no puede ser.
¿No?
Es fiebre...
Digo, tiene que serlo. Mis brazos se sienten como hojas de papel y mis piernas se quiebran porque siento cosquillas en la parte de atrás de mis rodillas, y mis ojos se cierran cuando quieren, no cuando yo les digo. Mi corazón palpita más fuerte y siento cada centímetro de mi cuerpo como si cada parte de mí fuese yo misma. Tiene que ser que estoy enferma.
El tema es que esta fiebre no parece irse. No se va cuando estoy sola. No se va después de muchas horas de sueño. No se va con el viento. No se va con una ducha fría. Se queda. Se queda para calentar mis noches y llenar de calor todo: mi cama, mi ropa.
Tiene que ser fiebre. Tengo que estar enferma.
Pero no puedo llevar tanto tiempo enferma. Capaz es algo más lo que siento. Capaz es...
No, no puede ser.
¿No?
Es fiebre...
jueves, 28 de marzo de 2013
Me duele lo que no es cuerpo.
A veces siento la magia drenarse de mí entre las lágrimas. Es como si fuese una canilla que gotea y eventualmente se vacía el tanque. Le tengo miedo a ese momento. Debo admitir que ese miedo sí es uno que tiene el poder de no sólo paralizarme, si no quebrarme las piernas, romperme los brazos y despedazarme. Hoy es uno de esos días en los que siento que perdí la magia entre todos los regalos que hice con ella, porque la vida hoy no los devuelve.
No soy de pensar que la gente puede estar irreparablemente rota, pero hoy, sin lugar a dudas, me rompí.
Buenas noches.
No soy de pensar que la gente puede estar irreparablemente rota, pero hoy, sin lugar a dudas, me rompí.
Buenas noches.
miércoles, 27 de marzo de 2013
Admiración
Pero no te das cuenta que los poemas los escribís vos con tus miradas.
Las palabras son más tuyas que mías porque ¿qué es un emisor si no le habla a alguien?
Tus labios pronuncian las cosas a las que yo capaz les doy sonido con fonemas pre-armados.
Mi corazón pone los puntos y conecta con comas.
¿Pero el tuyo?
El tuyo marca el ritmo.
Y no me importa el miedo de decirlo.
Las palabras son más tuyas que mías porque ¿qué es un emisor si no le habla a alguien?
Tus labios pronuncian las cosas a las que yo capaz les doy sonido con fonemas pre-armados.
Mi corazón pone los puntos y conecta con comas.
¿Pero el tuyo?
El tuyo marca el ritmo.
Y no me importa el miedo de decirlo.
martes, 26 de marzo de 2013
Hasta acá llegué.
tch tch tch tch
Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.
Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados.
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro.
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás.
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma.
Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.
Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados.
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro.
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás.
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma.
Traición.
La veía. Observaba sus suplicios escapar entre sus labios, con el miedo a lo incierto escabulléndose entre sus dientes y acariciando su lengua. Podía ver su sangre firmando el contrato que condenaba su futuro. El viento batía sus pelos y no le quedaba más que ser un mero espectador de la película que sus pedidos dirigían en el viento, rogando que encontraran los oídos de alguien más adepto para ser su productor.
Veía cómo su mano se deshacía por el borde del balcón de aquel inocente cigarrillo que había tocado sus labios como él había hecho meses atrás. Otra de sus víctimas que se liberaba de su agarre y tocaba fondo en el cemento de la calle dos pisos más allá: el color rosa de sus labios aún pintado en los bordes; pequeños rastros inborrables de su existencia en su cuerpo.
Intentaba seguirla pero sus ojos se distraían en su ropa y el agua de sus ojos que suplicaba ser dejada en libertad, pero que ella mataba con el morder de sus labios. Él sentía como sus dientes perforaban la fibra de algo que ya no podría ser: algo que, si en algún momento había estado, no volvería a atravezarlo otra vez.
- Quiero algo más que vos no me podés ofrecer.
En esas palabras revivía el diálogo que él nunca habría escrito en sus páginas de habersele dado la oportunidad. Habían dado vuelta a tantas hojas del calendario para llegar a ese lugar, y ahora tenía que limitarse a ver cómo sus anhelos incineraban con una pizca de piedad el porvenir que había esperado por meses.
- Quiero algo que vos no me supiste dar.
Racionalmente, la entendía. Entendía de dónde venían sus inseguridades y miedos, y podía ubicar en el mapa de su cuerpo las faltas que había cometido. La veía y notaba la necesidad de aquellas fotos que ellos nunca habían tomado, y de los gestos para los cuales nunca se habían dado el tiempo, si bien tiempo habían tenido como para regalar. En los gestos de sus manos sentía el fervor del deseo de un futuro que con él era más que improbable que incluyera estrellas iluminadas por canciones y palabras de su extraño idioma que él no sabía pronunciar. En sus oraciones entendía desde un punto de razón la irracionalidad que ella le demandaba a la vida y que sus límites marcados y geométricamente perfectos no podían imaginar.
- Te quiero, pero para mí quiero muchísimo más.
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