tch tch tch tch
Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.
Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados.
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro.
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás.
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma.
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