- Te invito un trago.
Ella sentía cómo sus manos jugaban por debajo del mantel e irrumpían en sus piernas. Mientras sus dedos se aferraban al vaso ya vacío que intentaba descansar sobre la mesa y sus gritos rasgaban su garganta buscando la salida, sentía los de él viajar desde su rodilla hacia arriba. Cada segundo que pasaba era un litro de sudor que quemaba su piel intentando disfrazarse bajo la luz tenue del bar y el maquillaje que sus labios borraban de su rostro con cada beso robado. Podría llenar la habitación con cada pecado que sus manos cometían. Afuera la lluvia caía, pero su cuerpo era el séptimo círculo de su infierno personal, donde cada infracción de sus dientes en su cuello ganaban el perdón, y la fuerza los arrastraba a los dos al paraíso.
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