Sentía su cuerpo hacerse cada vez más liviano sobre el de ella. Sus brazos dejándose ganar por el abrazo del sueño al rededor de su cintura, su respiración soplando aventuras en su cuello. Si pudiese elegir un lugar adónde ir cuando la vida diese un giro en falso, sería ese: al lado de él, donde la realidad no importaba porque en su corazón no latía el tiempo, sino algo más. Ese era su punto favorito, donde las idas y venidas de la rutina eran tan sólo una calesita para admirar desde lejos.
Aún en la oscuridad podía ver el brillo de las letras que él había escrito en su cuerpo; palabras que hacía rato se había resignado a volver a escuchar; palabras que saliendo de sus labios tenían el gusto más dulce y más eterno. Todavía el fuego de sus manos ardía en su piel. Sentía el calor de su mirada en la base de la espalda haciendo eco y viajando por sus huesos débiles para recordarle que estaba viva.
Miraba sus dedos entrelazados bajo las sábanas y seguía las líneas, que se extendían desde sus palmas a las suyas. No necesitaba recordatorios pero la vida los proveía: el placer de ver que dos cuerpos pueden estar tan cerca de ser uno.
Poco a poco, se dejaba vencer por las garras de la noche que arañaban empezando desde sus pies, haciéndole cosquillas en la planta y viajando hacía arriba por sus músculos, hasta llegar a sus ojos y cerrarlos suavemente. La mañana y su partida estaban cerca. Quería saborear la ternura del momento tanto tiempo como la noche permitiese. Quería grabar en sus párpados la imagen de su cuerpo temblando y el sonido de su voz quebrándose con miedo, pero continuando aún así para escupir al viento las palabras que él despertaba dentro de ella con tan sólo una sonrisa. Con cada segundo que pasaba su consciencia se desvanecía, pero la seguridad que le daban los escalofríos y los nervios todavía presentes por la cercanía la llenaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario