Ella simplemente se sentó, mordièndose el labio mientras intentaba digerir el nudo en su garganta y las miles de piedras en sus pulmones que le impedían respirar como Dios manda.
- ¿Qué querés decir con eso?
La habitación repentinamente se llenó de frío. El termostato decía veintisiete grados pero cada suspiro que salía de su boca enfriaba más y más ese espacio cerrado. Se podía cortar la tensión con un tramontina de serrucho.
- No me lo preguntes ahora.
Levantó la mirada esperando que sus ojos se encontraran con los de él, pero no. Ella seguía mirando el piso con su pelo tapando su rostro y las capas de ropa ocultando cada parte de su cuerpo. Un saco, un buzo, una camisa y su corpiño lo separaban de su corazón.
- No entiendo por qué no me querés decir.
Intentó leer algún tipo de señal en sus manos, que jugaban a las escondidas en las mangas del buzo colorado. Consideró sumergirse en el sillón a su lado, pero decidió que no necesitaba más distancia entre ellos dos. En vez, apartó una silla de la mesa, alejándola lo más posible hasta casi llegar a las esquinas de la pared.
Silencio. Contó los segundos y se limitó a medir cómo se iban convirtiendo en minutos. Mientras, intentaba inútilmente graficar en el aire la sucesión de acontecimientos para encontrar cuándo había sido exactamente que la parábola había empezado a moverse para el cuadrante negativo.
- Tengo miedo.
Podía sentir cómo sus palabras latigaban su cuerpo. Él ya no estaba para esto. Odiaba tener que ubicarse entre sus silencios sin saber bien dónde pararse entre su duda y su miedo. Miró en dirección a la puerta y contó los pasos que le tomaría escapar de ese lugar: siete. Intentó pararse y huir pero ni bien se puso en pie, sus piernas empezaron a temblar con sus palabras.
- Somos como un triángulo.
Con ella siempre era un misterio. Le gustaban las metáforas y las analogías y, aunque él intentaba seguirlas, llegaba a un punto en que se encontraba a él mismo perdido en una conversación de dos horas y media tras la cual se sentía más perdido todavía.
- ¿Qué?
Ella se paró. La vio acercarse a la puerta del cuarto y detenerse. Intentó nuevamente leer algún tipo de señal en su postura ya que su boca no pronunciaba más que silencios, pero era pelotudo siquiera intentarlo.
- La suma de los catetos es igual la hipotenusa al cuadrado.
Su cabeza intentaba establecer una conexión entre las clases de geometría y las de literatura y lenguas en la secundaría. Sentía que había faltado a todo un cuatrimestre donde habían explicado la correlación entre ambas y se había sacado un dos en la prueba final y era por eso que no la entendía.
- ¿Qué?
Ella se quedó parada en el marco de la puerta que separaba el living del cuarto. Todavía le daba la espalda. Él nuevamente contaba los pasos hacia la salida y pensaba si huir realmente era lo que quería. Sí, era un misterio. Sí, le dolía la cabeza de tan sólo pensar en intentar descifrarla. Pero sí, había algo más.
- Vos sos un cateto. Yo soy otro.
- ¿Y el otro lado?
Silencio de nuevo. La observaba a la distancia y veía cómo su cuerpo estaba como congelado en ese mismo punto. Se sentían horas entre que habían llegado del bar y cruzado la puerta a la casa.
- Lo que siento por vos, pero me da miedo porque todavía no sé el resultado.
Miraba la parábola que había trazado en el aire entre ella y él e intentaba concentrarse en el cambio de los cuadrantes. Intentaba concentrarse. Era como si hubiese hecho una pésima tirada y lo único que podía notar eran sus manos alejándose de su cintura y haciendo magia en su ropa. Se quedó en su lugar mientras miraba cómo ella había quedado desnuda en el marco de la puerta y le extendía la mano.
- ¿Venís?
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