miércoles, 13 de marzo de 2013

Neurosis: Vómito verbal.

Las palabras descansan mientras mi mente despierta cada pizca de duda y la razón me da la espalda. Cuento las vueltas que doy en mi cama e imagino qué tan profundo podría cavar. Tan profundo como el Silencio que agujereó mi piel y rasgó cada fibra de mi ser. Tan profundo como los mil dilemas que mi cerebro garabatea en el aire que mezcla brisa y humo de mil cigarrillos quemados a medida que el tiempo se fuma mi racionalidad, mi torso, mi cuello, mis piernas y mis brazos, dejándome siendo tan sólo ceniza de polvo de estrellas e inseguridad. Tan profundo como los signos de interrogación que se cortan en mi piel y perforan mis venas, bañándome de palabras que incineran mis células. Y más. Me acuerdo del momento en que me compararon con un escritor porque mis oraciones pueden seguir por horas y metros porque siempre me dio miedo poner un punto final que separe ideas. ¿Por qué separarlas? ¿Por qué no dejarlas ser en comunidad como yo quiero que sean, viviendo juntas en la armonía del caos que reina mi mente y disfrutar el sinsentido de mil letras que intentan encontrar sentido en donde claramente no hay? ¿Por qué debería de acatar las reglas que me dicen que tengo que seguir un tren de pensamiento, que tengo que hacer las cosas simples para quién sea que lea, que tengo que ponerle un punto, una coma, un paréntesis, un plan a algo que intenta imitar el arte de la vida que claramente no tiene orden sino un gran hilo conector que sigue por millas y días y silencios y miradas y más? Tengo un disco rígido de mil quinientos setenta y nueve terabytes en mi cabeza y siento cómo se calienta y me consume con el roce de mis dedos contra las teclas del teclado que ruegan tocar algo más que plástico y heridas levemente cicatrizadas que cada tanto se rasgan y sangran y llueven dolor por cada rincón y cada lugar. Intento aplicar la teoría que me enseñaron en las clases de locución a mis catorce años para intentar recordar cómo mierda se hacía para respirar, pero mis pulmones no quieren respirar: mis pulmones quieren absorber cada átomo y cada molécula de algo intangible por lo que voy a pelear hasta quedarme sin aliento, hasta que el tiempo me corte a la mitad, hasta que la vida aumente el porcentaje y mi mente implosione, dejándome una con la luz y las estrellas y el agua de las mil lágrimas lloradas que no quiero ni voy a llorar. Dicen que mi cuerpo es aproximadamente un setenta y cinco por ciento de agua y mientras veo el humo salir de mi boca pienso en cómo cada litro podría salir por abajo de mis uñas mientras intento inútilmente, ilusamente, pelotudamente, escupir palabras que no pueden salir porque el tiempo dicta que no tienen que salir, porque la razón rige y dicta que no pueden salir, porque hay ritmos, hay melodías, hay reglas que dicen que después de a va b y después del uno va el dos y yo no quiero pensar en nada de eso porque después de mi va el vos. Eso. Exactamente eso. Va en orden. ¿Orden? ¿Qué es el orden? ¿Para qué existe? No quiero un orden, no quiero un índice, no quiero números ni teoría aplicada a la vida que no funciona, que no debería existir, no quiero que alguien me diga qué sí y qué no porque ¿quién es ese alguien colectivo más que una construcción social que no existe en la realidad que no sabe ni está interesado en saber el ritmo en que mi corazón late ni la manera en que en este preciso momento mis pensamientos están corriendo por mi mente y escarbando y arañando contra cada músculo, cada hueso? Paso cada segundo, despierta y dormida, intentando digerir procesos y sucesos, incorporando información ajena como mía, grabando huellas dactilares en mis ojos y miradas en las yemas de mis dedos y cuerpos ajenos en mi vida y cada segundo de mi vida se comprime y desfragmenta adentro mío y ahora aparentemente hasta la física cuántica intenta decirme qué mierda pasa con mi alma después de que deja de ser mía y pasa a ser del mundo. ¿Y qué si yo digo que mi alma nunca fue mía? Es casi tan suya como mía: es una con la complicidad que juega entre mis dedos bajo las sábanas y con la cercanía que existe aún a kilómetros de distancia y más. No soy una máquina. Si así lo fuese tendría un botón de apagado que en este momento detendría las cosas que corren por mi cuerpo usando autopistas que van de acá para allá, como luciérnagas que vuelan contra la luz desesperadas intentando llenarse de algo más, como mis brazos que abrazan el vacío a mi lado y sienten que no hay vacío, no hay silencio, no hay estática, no hay nada más que el todo mismo al lado mío en esta noche que puedo escuchar como banda sonora voces ajenas y gritos y palabras y declaraciones que me encantaría decir pero el tiempo me dice que no puedo decir porque el tiempo es una mierda que un grupo de pelotudos me dice que tengo que tener en consideración sin darse cuenta que es una puta construcción social que a mí no podría chuparme más un huevo que no tengo porque me cago en lo infeliz que son todos los tarados de la re mil puta que deciden dejarse vencer por la estúpida idea de que somos todos máquinas de mierda que buscan enchufarse a una gran caja que los hace cada vez más inoperantes, más miopes cerebrales, más insulsos y vacíos y yo me rehuso con la gelatina que solían ser mis rodillas y con mi mente que está hecha de salchichas y mucho chocolate a rendirme y dejarme ganar por una estúpida construcción social que abarca tanto como el tiempo mismo que se extiende entre veinticuatro horas que suben y bajan desde la punta de mi pelo hasta las puntas de mis dedos, llenándome de sensaciones que no puedo explicar ni quiero explicar porque las palabras se quedan cortas y las tengo que ordenar en oraciones separadas por puntos y comas que separen ideas que no tengo porque no tengo ni la más puta idea de qué mierda estoy diciendo ni sé por qué carajo no estoy diciendo las dos palabras que tanto quiero decir al oído de alguien que las quiera escuchar compartiendo la misma psicosis colectiva, el mismo estúpido valor de que todos valemos más que una máquina del orto, que nuestras sonrisas, nuestras miradas, nuestras lágrimas, nuestro equipaje, nuestras propias ideas que vencen a las convencionales, y más.

Esto, mis amigos, es una pequeña muestra de mi cerebro.

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