Últimamente descubro que mis emociones son tan sutiles como leves.
Un beso me corta a la mitad.
Una palabra me deshace y me mezcla y me hace una con el aire a mi al rededor.
Un silencio me perfora.
Siempre fue así. Nunca fui una persona de sentimientos racionales, si es que existe tal posibilidad.
Siento el fuego de una caricia y lo pinto de colores.
Tengo en la punta de la lengua mil oraciones que me pican y raspan mi garganta al tragar.
Las intento toser y rasgan mi garganta al salir, con la voz temblorosa.
Lo que me gusta de sentir con cada parte de mi ser, es precisamente eso:
siento lo que digo y lo que callo como si una sola emoción pudiese alumbrarme por noches.
Un te quiero,
un te extraño,
un ya no es más lo que era.
La magia de la vida brilla como nunca.
Una carta en mi cajón.
Un corazón de cartulina.
Una canción.
Siempre fui de esta manera.
Siempre fue una condena además de una bendición.
¿Cómo manejarte cuando no podés manejar siquiera una emoción?
El miedo te corta las piernas y te impide seguir.
La neurosis te grita al oído callando al silencio.
Las preguntas tallan los signos de interrogación en las muñecas.
La seriedad de mis emociones no cambió.
Un sólo sentimiento viaja por mis venas como siempre lo hizo.
Sin embargo, tanto como últimamente descubro que siempre fue así,
noto que de hecho ya no es lo que era.
Siento lo bueno.
Me como la vida saboreando cada pedazo.
Tomo la magia y la siento llenarme de una manera en que nada más lo hace.
Lo bueno me quema de los colores más lindos.
Podrían cortarme a la mitad y de mí saldría un océano de palabras y luz blanca.
Y lo malo está, pero lo bueno es tan brillante que lo opaca.
Una sonrisa eclipsa el miedo que tan sólo meses atrás me hubiese incapacitado.
Mi mismo reflejo en el espejo me da fuerzas porque veo lo que tanta gente me ha dicho por tanto tiempo:
soy fuerte.
Mi espíritu está lleno de fuerza que para otros podría bien no significar nada.
Para mí, esa fuerza significa haber aprendido a poder levantar las rodillas cuando antes solamente me podía arrastrar.
Redescubro cada día rincones de mí misma que había clausurado o que ni siquiera sabía que existían.
Es un viaje por un camino nuevo que empecé a caminar sin darme cuenta.
Ahora miro atrás y parte de mí se ríe de mí misma porque no veo claramente cómo podría volver al mismo lugar en que estaba.
Este es mi viaje.
Es como si me hubiesen metido en una cápsula y enviado al espacio.
Un lugar nuevo con años luz que explorar.
Y lo que más me gusta es que esta vez, en este viaje, los sentimientos que me llenan me permiten extender invitaciones para viajar conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario