martes, 29 de enero de 2013

Nada fue mentira

Ojalá te pudiese llorar, pero tus ojos ya no me dicen nada y tu roce ya no tiene su toque de electricidad.
No me arrepiento de las palabras, ni de aquella noche estrellada en que el calor nos consumió en tu cama, mientras el mundo nos dejaba pasar.
No me olvido de las nubes dibujando figuras en tu sonrisa inmaculada, ni de los secretos que escribiste con tus labios en mi piel a las horas más extrañas.
No te odio ni mantengo un ridículo rencor por las cicatrices que dejaste en mí cada vez que dijiste que me amabas, pero no sufro la distancia entre tu cuerpo y el mío ni tus textos escritos o canciones cantadas al oído mientras el sueño se hacía tu peor enemigo.
Recuerdo cada esquina, cada mesa, cada segundo compartido sentados en cada vereda que marcamos como nuestras con las marcas de los besos que borraban los límites de tiempo y espacio con sólo pensarlos.
Recuerdo cada comida, cada antojo de madrugada, cada grito desesperado causado por el sinsentido ilusorio de que pertenecías en mi vida. Recuerdo cada lágrima derramada y cada botella vacía con tu nombre sangrando el rojo mismo de la pasión que solía marcar el ritmo de mis días.
Lo que no recuerdo es quién eras mientras estabas muy ocupado siendo quien yo quería que fueras, o quién quería ser yo cuando me perdí en el camino que vos esperabas que yo siguiera.
Cada segundo de cada minuto de toda hora de todos mis días te recuerdo:
Marco el contorno de tus ojos penetrando mis barreras, y las sombras del abrazo de las manos que por tanto tiempo se sintieron tan mías como tuyas.
Sigo el trazo de las heridas físicas del llanto ahogado en bebidas y drogas consumidas para borrarte de mi lista de canciones preferidas, y pienso:
¿Cómo pude confiar en las promesas de un amor ciego que ni siquiera podía comprometerse a escuchar cuatro minutos de una canción antes de saltar a la que seguía?
Me dejé caer sobre brazos quebrados incapaces de aguantar el peso.
Nos quebramos, lo recuerdo. No hubo peleas ni insultos. Hubo amor incondicional que era tan profundo que dolía. Hubo cercanía que se instaló en nuestros cuerpos y viajó por nuestra sangre llenando nuestros pulmones del aire tóxico que se convirtió en lo único que vos o yo conocíamos.
Hoy se siente como si hubiesen pasado mil años desde el último día que pusiste un pie en mi fantasía. Un siglo de ver tus libros reflejados en mi rutina, de las agujas del reloj recordandomé la hora en que dejé de ser tuya, y pasé a ser mía.
Ojalá te pudiese llorar pero hoy, después de mil años sin tu compañía, creo que lo justo y necesario es recordarte en vez con una sonrisa.
Te sonrío a la distancia, entre multitudes de gente que no conozco y probablemente nunca conoceré y un mar de sensaciones y emociones que viví de la mano de alguien más mientras vos vivías tu vida. Te sonrío aún hoy en día porque, a pesar de las heridas, no me arrepiento de la primera noche en la que nuestros caminos se cruzaron, ni de que la última vez que tus labios tocaron los míos haya sido la última. Recuerdo que eras el punto final a cada una de mis alegrías y, aún hoy -vos allá y yo acá- recuerdo que marcaste mi punto de partida.

El ventilador suena a un grillo que no para de cantar

¿Cómo decirte que esta incomodidad incómoda no es lo que quiero?
Hace meses me escondo en un refugio de palabras que nunca dije ni diría por miedo. Miedo a lo que podrías decir, miedo a volver a sentir. Pero, ¿para qué mentirte o mentirme de nuevo?
No te quiero sólo llenando el vacío que han dejado en mi cama.
Te quiero en mi vida como uno quiere una canción que le hace sacudir la cabeza a primera hora de la mañana, cuando los pensamientos todavía son vagos, pero honestos, y todavía tenemos el velo del sueño nublando nuestra mirada, diciéndonos que está bien soñar, aunque sea con los ojos abiertos.
Quiero tus brazos en mi cintura y tu sonrisa en mi cuello mientras cocino pociones, rogando que te enamoren de mí los olores y aromas que llenan la pieza.
Deseo parar el tiempo en tu sonrisa; congelar el mundo para poder disfrutar aunque sea un segundo más de esos labios que dicen tanto mientras tus palabras no dicen nada.
En un mundo ideal, tus silencios gritan lo mismo que los míos esconden.
No quiero tus risas falsas, ni tus tristezas enmascaradas. Quiero tus verdades resonando en cada rincón de mi alma.
Quiero un lugar en tus manos, para cuando el mundo parece irse de tu control: para mostrarte el camino de vuelta. Quiero componer con momentos compartidos la banda sonora a tus libros favoritos.
Me cansé de las mentiras construidas con vínculos trazados en el aire que eventualmente se convierten en un cáncer. En vez, quiero que tu aliento viaje por mi cuerpo y se aloje en cada hueco, cada agujero, cada cicatriz que han dejado atrás, en cada punto de cada sutura precaria e improvisada que hasta el día de hoy me mantiene en mi lugar.
Me cansé de los espejismos bien vestidos y la simetría de rostros que no encuentran compatibilidad como para crear un hogar. Tuve lo que se siente como suficientes ilusiones y derrotas para regalar.
Quiero que tu espíritu marque su victoria en mi cuerpo y en mi mente, con caricias y oraciones pronunciadas en los lugares incorrectos, porque si lo correcto es lo vivido hasta el momento, no quiero vivirlo nunca más.


Nota al pie: esto está dedicado, de principio a fin, a mi amado pronombre por ahora sin nombre, con la esperanza de eventualmente poder ponerle hasta el apellido en la dedicatoria. 

jueves, 24 de enero de 2013

Ya los separaba un avión. Los separaba agua y dolor. Serían horas de viaje. Probablemente más horas de las que sus ojos se habían cruzado. Más horas de las que habían pasado realmente juntos. Los separaban una distancia medida en minutos al teléfono, en noches en la cama, en silencios compartidos.

martes, 22 de enero de 2013

A mi gata le gusta morder mi pincel de maquillar

- Me cago en la gente que viene y te dice que le gustó el Episodio III. Es una mierda. Se caga en mi, en mi vieja y en todos los pelotudos que se comieron el día libre del laburo esperando para sacar las entradas para el día del estreno. 

Si sale cara le digo. 
Cara.

- Y por sobre todo me cago en las personas que dicen que les gusta Deadpool porque leyeron el comic editado en el 2011 de Wolverine donde se lo encuentra entre un montón de enemigos o, peor aún, porque lo vieron bailar esa gilada de canción que volvió a todos locos. 

Si sale cara de nuevo, le digo. 
Cara.

- Boluda, ¿qué hacés?

Cara. 

- Nada. 

lunes, 21 de enero de 2013

Heartbreak hotel

Ojalá mis palabras salieran tan fácil como las lágrimas que derramo cada noche con tu nombre en ellas. Ojalá fuese más fácil pronunciar lo que hasta ahora has fallado en escuchar en mis silencios.
Te juro que siento tu dolor abriendo su camino, quemando mis retinas y derritiéndome por dentro al verte.
¿Qué no daría por tenerte tan cerca, al lado mío, como tus ojos me tientan?
El mundo podría girar mil vueltas y yo daría mil más si implicara poder parar el destino, que bate sus alas en círculo a tu al rededor, transportándote a un mundo tan lejos, sin la agonía de la soledad ni las manos vacías, sin el sangrar por prometas rotas y espíritus partidos. Un mundo tan pero tan lejos del mío.
Si tan sólo cerrar los ojos funcionara, o rezarle a las estrellas que vos ves reflejadas en mis ojos al ver tu cercanía; si tan sólo sirviera de algo la fuerza brutal de una mortal, que se ve apresada en el saber que sin importar qué tanto grite, qué tanto patalée, y arañe y pelée, no podría vencer a las tropas que tan organizadamente guardan tus puertas.
Si tan sólo mi espíritu que vive en tu mente pudiese llenar tu cuerpo, de arriba a abajo, como tu cariño llena el mío, todo esto valdría la pena.
Pero, ¿para qué hablar cuando sé que vos lo leés en mi mirada? ¿Para qué desmentir los sentimientos que vos sabes que tengo pronunciando palabras falsas?
Ojalá todo esto alcanzara, pero por hoy hablan mejor la ausencia de tu perfume y el vacío en tu lado de la cama.

domingo, 20 de enero de 2013

The Strokes es un soundtrack para el sexo

- ¿Me querés?
- Podría llegar a hacerlo.
- Y ahora, ¿me querés?
- Te deseo.

La habitación olía a decadencia y sexo, con un dejo de alcohol. Las cenizas descansaban en montañas en el cenicero sobre la mesa de luz, como recordatorios del ardor que los había quemado tan sólo minutos atrás. Las prendas esparcidas por la habitación: pistas de un crimen los dos todavía podían saborear.
Una ilusión de luz se colaba entre los agujeros de la persiana, invitando a una brisa dulce que perforaba su piel y, poco a poco, escabulléndose en su cuerpo, la arrebataba del mundo y arrastraba a la realidad.
Dos copas, tal vez borrachas ellas mismas por el vino servido y arrebatado de sus cuerpos, volcadas sobre la mesa, sangrando sus últimas gotas.

- Ahora, ¿me querés?

Deseo mi corazón en tus manos, con la confianza de los hombres más sabios; de tu Dios; de aquel que sabe adónde va y cómo volver; de quien siente tu corazón golpear esas rejas que vos pusiste a su al rededor, y atravesar paredes de piel y sudor, cantando latidos extasiados. Deseo tus ojos clavados en mi mente al salir el Sol, sirviendo de refugio para los recuerdos de noches como hoy, como ayer, como tantas otras debería de haber.
Deseo mi vida en tus labios, y tu cuerpo en el mío; Deseo ver tus palabras escribir en el aire con colores la historia de mi vida, con la fluidez del humo que sale de tu boca y tan pronto, sin remordimientos, deja de ser tuyo y se convierte en tan mío como del mundo. 
Deseo tu punto final a mis noches, y tu sonrisas pisando los frenos de mis lágrimas que hasta conocerte eran tan constantes en la vida. Deseo tu pelo escribiendo tu nombre en mi cuello.
Deseo un principio, y un derecho a demandar poder elegir si la novela merece un fin. Deseo tus holas, y que nunca dure mucho un chau. Deseo la distancia siendo tan enemiga tuya como mía. Deseo el peso de tus alegrías, y el alivio de tu ira. Deseo el remedio a esta enfermedad que tu espíritu me contagió.

- Te deseo.

jueves, 17 de enero de 2013

Son las once de la mañana.
Suena el teléfono en mis sueños, los gritos en mi vida.
¿Cuál contesto?
Me despierto. La escucho. No me importa.
Rutina, rutina, rutina, rutina.
EXTRAÑO MI RUTINA.
No me importa. Lo hago igual.
Lo hago porque en esta vida,
tenes que ser buena,
tenes que ser buena hija,
ir a la facultad,
trabajar,
ser buena hermana,
ser buena amiga,
estar, escuchar, hablar, aconsejar.
Lo hago porque en esta vida, no existen favores,
existen deudas y yo estoy en deuda con todos.
Veintiún años.
No tuve buenas notas
abandoné la facultad,
no estuve,
escuché pero no hablé y mis consejos siempre terminan mal.
No fui buena hija.

Tampoco fueron buenos padres, pero acá importa que yo no fui una buena hija.

Listas.
listas.
Listas listas listas listas.
De deberes, de cosas que hacer, de cosas que no hacer.
Prohibiciones.

Chupámela, tengo veintiún años.

miércoles, 16 de enero de 2013

Son las nueve de la mañana.
Me acabo de despertar.
Hoy no soñé una erótica de The Film Zone a las 4 a.m. de un viernes.

Bien.
Mi blog se convirtió en las crónicas de una chica que batalla contra la abstinencia sexual y tiene sueños recurrentes en los cuales el co-protagonista no existe y el setting es tan solo una cama.

Dejar el cigarrillo es más fácil.

¿Podré incursionar en la erótica?

Son las diez de la noche. Llueve. De nuevo el silencio. Silencio sin motores que escucho desde afuera. Silencio sin ladridos, sin voces.
Silencio interrumpido por un sonido al cual ya me acostumbré, pero que cada tanto trae sorpresas.

"Pienso en vos."

Yo también.
Pienso en vos. Pienso en vos allá, y en mí acá.
Pienso en vos en tu cama, mientras yo estoy en la mía, sin remera, sin camisa, sin jeans, sin nada, pero con mis labios sobre tu piel comiéndote a la distancia.
Las palabras son mensajeras de acciones que las manos no pueden llevar acabo.

Cierro los ojos, y estás. Estás acá, al lado. No arriba, no abajo: al lado.
Tus manos en mi cintura y mis manos dibujando mapas enteros en tu espalda.
No quiero hablar. No quiero hablar más que para decirte lo mucho que quiero que tu silencio me consuma.
Lo mucho que quiero tus labios sobre los míos. Lo mucho que quiero tus manos desdibujando límites y trazando nuevos.
Lo mucho que quiero ver tus gemidos en el aire llenar la habitación y saborear tu perfume entre mis piernas.

¿Muy gráfico? Perdón.

Son las once. Sigo acá. Vos allá. Nunca te veo.
Ya es la quinta noche en la que no te veo, pero está bien porque te siento.

Te siento marcando el ritmo de los latidos de mi corazón que van en crescendo con el bailar de tus manos.

Estás allá. Yo acá. Si cierro los ojos te veo.
Te veo entre gritos. Te veo en mi respiración entrecortada. Te veo deshacerte con el arquear de mi espalda.

Estoy harta de verte. No te quiero ver más.
Mentira.
Te quiero ver con los brazos estirados, los ojos tapados, dibujando en tu mente mi silueta con mis labios en tu cuello, y mis manos en tu cuerpo, y mi boca susurrándote calor en la oreja.

Odio esto.
Odio ver tu presión contra mi cuerpo. Sentir mis piernas abrazando tu cintura y tus ojos clavados en mi espalda arriba tuyo.

¿Muy gráfico? Perdón.

Van cinco noches. Ya no necesito cerrar los ojos.
Con los ojos abiertos trazo tu cuerpo sobre el mío, tu mano sosteniendo las mías sobre...
No, no dije nada.

Son las nueve de la mañana.
Me despierto.

Van cinco noches.

martes, 15 de enero de 2013

F=m.a

Todos me dicen que soy fuerte.
¿Fuerza? ¿Qué es eso?
Desde que tengo quince años más o menos, por ahí con el primer corte o la pelea con mi viejo que me llevó a tomar medidas drásticas e insalubres contra mí misma, siento que la perdí.
No soy fuerte. Realmente no creo que haya sido eso lo que me sacó de mis pozos.
La depresión es algo fuerte. Es ella la que tiene y ejerce la fuerza.

Cuando hablo de depresión, de sentirte en un vacío o sentirte consumido por el vacío mismo, todos me dicen lo mismo: soy fuerte, pude salir. Algunos me dicen que es por eso que me hablan al respecto: porque pude salir, y ellos están adentro todavía.

Es mentira. No salí. Simplemente vivo con un pie afuera, si lo podemos llamar así.
Hoy en día, hace meses no me corto. Como cuatro para ser un poquito más exactos. Honestamente, dejé de llevar la cuenta. Antes contaba meses, semanas, días y horas. Ya no.

No me corto y punto. Como, y punto. No vomito, y punto.
Es como espero que sea con el dejar el cigarrillo: cuando empezás, es difícil. Cada segundo que pasas sin el vicio, lo contás. Lo atesorás. Es tuyo y tuyo sólo y es un logro. A medida que los segundos son minutos, y los minutos horas, y las horas días y demás, ya no es tanto un logro. El logro se hace rutina. Tanto como antes era rutina perder.

Sí, se hace rutina ganar.

Por eso creo que no es la fuerza la que me hizo sacar un pie. O tirar la soga, o usar una escalera, o empezar a caminar derecha -llámenlo como quieran-. Fue la rutina.

La depresión tiene una manera bastante interesante de alojarse adentro nuestro. Nos deja en un vacío metafórico que eventualmente nos hace sentirnos como el vacío mismo, sólo que ese vacío, por más mal que haga, se siente cómodo.
Sí, no hay nada. Pero tampoco hay algo.

La depresión es una adicción. Te sentís mal, por lo cual no salís, y a la quinta semana que no salís, no querés salir porque sabés que si lo hacés, vas a tener que remarla para no volver a entrar. Así que te quedás. La ley del menor esfuerzo.
En esa nada misma estás solo. Te sentís solo. Sos solo.
Te asquea ser y estar solo.
Pero también te alivia no estar acompañado, porque todos sabemos y creemos que mejor solo que mal acompañado.

Se hace rutina estar así, tanto como se hace rutina tomar el mismo colectivo todas las mañanas para ir al trabajo o a la facultad, tanto que cuando hay un paro, suena ridículo e insólito tener que considerar una ruta alternativa.

Hasta un día. Un día, te hartás de tu rutina. Hay sol, o no llueve tanto. Alcanza para que por un segundo tu mente decida que capaz caminar una cuadra de más, no sea una locura.

Funciona igual con la depresión. No es fuerza. Es hartazgo.
Un día te levantás, y tus neuronas pelotudas que no estaban haciendo bien las cosas por error o distracción o con ayuda, te llenan el cuerpo de hormonas locas a las cuales no estás acostumbrado y decidís hacer algo.
Salís. Salís y cuando estás afuera y tenés que volver, te das cuenta que hay algo más afuera. Sí, hay asco y duele y quema y no es vacío. Extrañás el vacío, capaz. Pero extrañas no ser vacío.
Así que decidís no serlo. No ese día. Y si las hormonas ayudan, tampoco el siguiente. Y así hasta que sea rutina para tus neuronas y para vos y para el vacío, que deja de gritarte al oído que vuelvas. Sí, lo seguís escuchando.
Lo escuchás en el coro de tu canción favorita; y lo escuchás en la lluvia que rebota en el toldo de aluminio de la casa de al lado; y lo escuchás en la voz de la persona que te rompió el corazón. Lo escuchás, pero no grita. Ahora te habla. Te habla hasta que te deja de hablar y te susurra.

Algunos días vuelve a gritar. Pero la mayoría de los días no.

Y así, la rutina es no escuchar al vacío. La rutina vuelve a ser bañarte, servirte café, mirar la pc, hablar con gente, ir a trabajar, comer, volver, limpiar, jugar, cocinar, lavar, comer, pc, bañarte, dormir y repetir.
No es fuerza. Es inercia.

Insisto, la fuerza la tiene la depresión. Fue tan fuerte, que te sacó ella misma.
Sí, hay algo de logro en vos. Es una victoria, no te lo quito. Pero no me siento fuerte.
Me siento yo.

No necesito que me digan que soy fuerte. No necesito que me remarquen mi victoria. Me alcanza con saber que, hoy por hoy, soy yo.

No soy vacío.
Soy despertarme,
tomar café,
agarrar la pc,
vestirme,
jugar con el perro,
levantarme,
almorzar,
volver a la pc,
limpiar,
jugar,
hablar,
salir,
cenar,
limpiar,
bañarme,
dormir.

Con eso me alcanza.
¿Fuerza?
No.
Juli.

sábado, 12 de enero de 2013

Anoche conocí a un chico. Se llamaba Nicolás.
Alto, rubio, ojos claros, de traje. El traje siempre gana.
A él no le gustaba su traje. Él prefería jeans y una camisa. Rosa, seguro.
Ojo, no tengo nada en contra de los hombres que usan camisa rosa.
Hablando, con un cigarrillo en mi mano y un vaso en la suya, me contó.
De Avellaneda,
trabaja de administrativo,
cobra bien, trabaja tranquilo,
le gusta salir a tomar con sus amigos.

De repente apareció un amigo suyo. Morocho, tatuajes, también de traje.
Y huí. Realmente no sé por qué huí, pero lo hice. Después de todo, estaba intentando encontrar una excusa para no irme, pero lo hice igual.
Y así, en el taxi que fue mi carroza que me llevaba a mi mundo mundano normal (la redundancia es super a propósito) pensé que no quiero un Nicolás.

Hace 10 meses la idea de un chico rubio, lindo y en traje hablándome y dándome bola me hubiese volado la cabeza. ¿Yo? ¿A mí me viste? ¿Qué me viste? Pero ayer... Ayer realmente no me importó. Realmente no quiero la atención de gente así y me dí cuenta de la manera más rara.
Volviendo a mi mundo de rol, donde soy un bardo que canta mientras la humana que tira de las cuerdas se pelea sobre auras, caí en que no quiero lo que todos consideran "lo normal."
Me harté de "lo normal."
¿Qué hay de lindo en salir a embriagarse y levantarse a gente de la cual después no me acuerdo el nombre?
¿Qué tiene de atractivo conocer a un chico lindo en un bar que resulta que tiene novia?

Lo lindo lo tiene lo otro... lo que recién ahora estoy empezando a conocer.
Quiero conocer más.

No quiero al chico que quería antes.
No quiero al de traje (Mentira. Tirale un traje a un nerd y me sigue volando la cabeza.) que esta en un bar a las 12 de la noche simplemente porque es Viernes, que está pensando en adónde ir a bailar al día siguiente.
No quiero al administrativo con auto, P.H. y una Mac.

Estoy empezando a pensar que por ahora no quiero nada.
O al menos, no quiero nada que pueda tener (no por circunstancias actuales, sino por la vida misma que la complica).

Quiero al Filósofo que se me acercó en un bar a hablar de teología y se quedó conmigo hasta que cerraron las puertas charlando de causalidad y casualidad y cosas por el estilo.

¿Está mal?

A veces me siento tan mina.

De amores y motores

Creo que mi fascinación con las motos empezó cuando salía con Marcos. A él, lo odiaba; su moto me encantaba. Hubiese ido hasta su casa en provincia más veces de las que fui por esa moto. El sexo era mediocre, él era peor, pero su moto... Su moto era brillante.
Y creo que mi odio por los autos empezó con Juan. A él lo amaba, su auto me odiaba a mí. Intentando encontrar ángulos complejos para evitar la palanca incrustada en las costillas, queriendo silenciar su motor cuando llegaba tarde a lo de mis padres... De a poco el odio fue una cosa bilateral.
Capaz era que era un auto nuevo. 2008, Volkswagen, Modelo nuevo, plateado, hermoso. Incómodo.
¿Su moto? Negra, brillante, hermosa, con el ruido del motor que me ronroneaba al oído y me hacía casi ignorar lo completamente opuesto que él era.

Vos sos un modelo viejo. Una de esas motos que ves por la calle y te gritan que tenés que tenerla, aunque sabés que nunca vas a poder.
¿Y yo? Estoy peleando seriamente el impulso de llamarme un auto usado. Capaz soy como el Ford Escort del 94 que tengo heredado.

Les dejo a uds hacer las conclusiones.

Últimamente hay muchos chicos con motos.
Basta, Juli. Las motos te dan miedo.

Pero hay algo en el miedo...

jueves, 10 de enero de 2013

Moving forwards

Cinco cartas en una hora. Creo que la vida rompió un record conmigo hoy.
Cada carta con un nombre diferente. Estoy segura de que si las sumo todas me da 23.
Junté una.
La que gritaba su nombre.
Llegué a odiar tu nombre, ¿sabías? Cuando dejé de pronunciarlo como vocativo a mis "te amo", otras bocas empezaron a gritármelo por todas partes. Estaba en la calle, en los bares.
- ¿Y vos cómo te llamás?
- Juliana. ¿Y vos?
Siempre la misma respuesta. Figurita repetida. Late, late, late, late.
Hoy, de nuevo: late, en un doce de espadas.
La diferencia es que hoy no odié su nombre, ni la carta, ni la figurita repetida ni lo odié a él.
Ya no te odio. Estoy orgullosa de mí misma. Pero el orgullo es parte por no odiarte, parte por no amarte más.
Sí, lo dije.
Ya
no 
te
amo. 

Es un gran paso dejar de amar a alguien. Más para mí. Más con vos.
Me encantaba esa figurita. Ahora me da lo mismo. Ahora está en el álbum de alguien más, hasta donde yo sé por allá de viaje.
Sin embargo ese doce de espadas me hizo pensar.
¿Y si volvieras a mi vida?
Te perseguí por meses. Te rogué que me dejaras entrar de nuevo. Me arrastré por el suelo, lloré, grité. Los dos dijimos cosas que no queríamos.

"Te vas a arrepentir y lo sabés."
"Lo sé."

No importa. Terminó. Dejé de arrastrarme y me paré y caminé. Primero con pasos de bebé. Eventualmente volví a correr por la vida como siempre. O seguí salticando, porque me gusta más salticar.
Pero... ¿Y si volvieras?

Hoy la carta me hizo pensar en eso. ¿Sentiría que te lo debo, que me lo debo, por todos esos meses suplicando entre lágrimas, moqueando, gritando tu nombre?

Llegué a una conclusión: no tengo ni la más pálida idea. Creo firmemente que no.
Sos figurita repetida.
Quiero una nueva.

Ya.no.sos.más.el.amor.de.mi.vida.
No de esta vida.
Lo fuiste de la que tuvimos juntos.

Te quiero, pero no te quiero conmigo.
Avances.

TMI: half true, half lies, half life.

Agradezco no tener tu número en mi celular.
Agradezco que mis únicos contactos masculinos sean amigos, familiares, o exs.
Si te tuviese, hoy te habría mandado un mensaje.
Te habría dicho que ayer soñé con vos. Que estábamos en tu casa y te tenía tan cerca como me gustaría tenerte, tanto que sentía latir tu corazón. Te hubiese dicho que mi inconsciente quiere estar mirando una película con vos, e interrumpirla sentándome sobre tus piernas, amagándote con la mirada y con los labios, jugando con tus manos bajo mi pollera.
Si te tuviese entre mis contactos, te hubiese dicho que te quiero tener abajo mio, y después arriba. Que sueño con deshacerte con mi boca y que me rompas con la tuya. Que muero por que me manipules como te plazca, que me tires sobre tu cama, que me presiones contra la pared, que te infiltres en mi mente bajo las sábanas.
Me encantaría decirte que te quiero tirar contra una puerta ni bien te vea. Que te quiero parado mientras estoy en mis rodillas, con tus manos entre mi pelo y tu corazón en la garganta, rogando un respiro. Que quiero sentirte estremecerte, con mis pies sobre tus rodillas y tus manos en mi cintura, controlando qué tan rápido me hacés tuya. Que quiero tu mano en mi cuello, tus labios en mi cuerpo, mis pulmones respirando el mismo aire que los tuyos respiran.
Te hubiese dicho que quiero sentir tu aliento en mi espalda, contorneando mis tatuajes, mientras yo sueño despierta con lo que soñé ayer sabiendo que no tengo que soñar más porque estoy despierta. Que quiero tus marcas en mi piel, susurrarte al oído, rogarte entre gemidos.
De nuevo, agradezco a la Vida no tenerte entre mis contactos.
Porque decirlo me hace querer hacerlo, y querer hacerlo me recuerda que vos estás allá, yo acá, son las cinco y media y yo no sólo no te tengo conmigo, sino que ni siquiera puedo decirte esto.

miércoles, 9 de enero de 2013

No sé estar sola, tampoco mal acompañada.

No

estar
sola.

Cuando era chica me acostumbré a las despedidas. Fuese por el círculo de la vida, por mudanzas, por circunstancias desafortunadas, o lo que fuere, mi vida se llenó de lágrimas en los ojos mientras mis labios temblaban diciendo esas asquerosas palabras: te voy a extrañar.
Paseé por los pasillos de Ezeiza, caminé por el cementerio, me escondí en el baño del colegio a llorar. Las despedidas eran mi Roma. Todos los caminos me llevaban al mismo lugar. Con el tiempo aprendí a no confiar en la gente porque, eventualmente, se iban.
No es una de las mejores lecciones de vida.
Supongo que con el tema de las despedidas, soy como un nene que comió mucho chocolate de una sentada y después ya no lo puede ni mirar. El sólo pensar en un biznique o un milka de chocolate blanco y negro aireado le da nauseas. Yo soy así con las despedidas; no me las puedo tragar.
Antes era un trámite, ahora es un viaje que implica planear, prever, ahorrar y pensar.
Me cuesta mucho cerrar un libro, incluso me cuesta cambiar de capítulo (aunque sea yo la que ponga el punto final).


Creo que la despedida más dura fue la mía misma. Fue hace tiempo. Ya no recuerdo tan bien las circunstancias ni la ida hasta ese punto que por mucho tiempo pensé no tenía retorno.
No fue romántico. No fue al atardecer con una sonrisa de esperanza. Pasó de un día para el otro, o de un año para el otro. O capaz fue algo que venia pasando desde que le dije por primera vez adiós a mi mejor amiga de primaria.

Como dije, tengo problemas para decir chau.
Soy de esas que cuando despiden, se quedan ancladas al lugar, sea un pequeño punto en la vereda, o la puerta de un local, o que miran para atrás cada tres pasos (nunca cuatro, nunca dos) para ver si la otra persona pispea para confirmar que a la otra parte interesada también le importa si se mira para atrás para confirmar que sigue ahí. Como si una simple mirada le diera un alivio monstruoso y divino (sí, a la vez) a la parte de mí que dice que todos se van.

Toda despedida puede ser la última porque, según lo que mi experiencia me enseña, al día siguiente le pueden decir a la otra persona que tiene que viajar a España por trabajo, que no puede ir más a tu facultad porque mezclaron los cursos de varones y de nenas; puede aparecer un severo caso de neumonía, puede colapsar sobre tus brazos, puede hacerse un coágulo, puede darle un acv.
Toda
despedida
puede
ser
la
última
despedida.

Incluso, esta podría ser la mía.
Capaz de acá a mañana me pisa el 39 que me tengo que tomar para ir a Santa Fe y Callao. Capaz como demasiados damascos hasta que mi estómago reviente. Capaz hago enojar tanto a mi señora madre que por fin se da media vuelta y me quema con su mirada de rayos radioactivos.
Nunca sabemos.

Capaz es por eso que vos no te vas. Capaz es por eso que lo que sea que piensa por mí cuando de tu nombre se trata, me es imposible sacudir la cabeza y seguir adelante.

Es por eso que cuando pienso en eventos a futuro (en salidas, en citas, en viajes), lo que más pienso y planeo es cómo decir chau. Es por eso que en este momento mi cerebro se está volviendo loca por pensar cómo hacerlo esta vez.
Porque no quiero cerrar el capítulo, ni el libro. Y te lo quiero hacer saber, sin gritártelo a la cara (¿de nuevo?).

Lo que rescato de mi odio a los finales, es que me hacen hacer disfrutar más el desarrollo.
Dadas las correctas combinaciones de factores, mi temor por las cosas terminales me hace explayarme y demostrar con gestos y palabras y miradas y caricias y canciones o lo que sea en el día a día.

martes, 8 de enero de 2013

Ah, y es lindo :D

El hombre ideal


Para usar las palabras de Nietzsche: el hombre de mis sueños está muerto, o tiene novia.
Ah, ¿no dijo eso? Aplica igual.
Desde que me gustan los chicos de manera consciente, física e intelectualmente, vengo haciendo una lista de lo que quiero en un hombre. ¿Para qué?
A medida de los años, fui sumándole cosas a la lista, pero empezó con algo así:
El hombre que yo quiero toca un instrumento (en orden: bajo, piano, guitarra -a menos que sea muy bueno con los riffs, if you know what I mean-), usa jeans ajustados (a medida, no chupines) con remeras negras y camisas a cuadros, lee, escribe (prefiero prosa, pero acepto música y poesía), y tiene moto (acepto un auto, pero las motos ganan muchos más puntos, aunque me de miedo subirme a ellas).
Con el pasar del tiempo y los intentos fallidos en el amor, sumé factores.
Mi hombre ideal tiene pelo largo, le gustan las películas, escucha jazz y me acompaña a varietés o me lleva a ver películas de culto. Además, vive sólo, le gustan los perros, me deja dormir mientras él juega con la pc, me ofrece café después del sexo y se acuesta conmigo a hablar de la vida a las 3 de la mañana un sábado mientras fumo un cigarrillo (prefiero que la cama esté contra una ventana). Ah, y me roléa los stats porque me da paja a menos que sea para Cthulhu porque esos me los sé de memoria.
A lo que voy con esto es que mi hombre de mis sueños o está muerto o tiene novia (porque me rehuso a creer que no existe, y porque por esos intentos fallidos en el amor, descubrí que a veces los chicos que me dan bola simplemente tienen novia y no me entero, o me entero y es un bajón, así que lo tengo que sumar como un factor).
No voy a nada con esta entrada. Creo que no tiene una razón de ser. Simplemente soñar despierta para auto-convencerme una vez más de que si el chico de mis sueños existe y tiene novia, capaz tiene un amigo parecido que esté soltero y me de bola.
Una chica puede soñar, ¿no?
p.d: Además habla inglés y no me reta cuando cambio de idioma en el medio de una conversación, no vive con la hermana y prefiere antes que tomar cerveza, darle al fernet.

sábado, 5 de enero de 2013

La secuela

(y a veces me da miedo que sea todo un sueño. que mi gran serendipity haya sido identidad: una gran mentira. que todo haya sido una ilusión, un sueño. ¿y qué si no existen los amores así? ¿y qué si sólo pertenecen a la pantalla grande porque, traídos a la vida real, están destinados como siempre a tener un final? la vida no tiene una fuerza a y una fuerza b, enfrentadas entre sí para acarriar una historia en particular. la vida tiene fuerza 0 y así hasta el infinito en números, enfrentadas unas contra otras por el simple motivo de meter púa. no hay dualidad. hay pluralidad y causalidad y un montón de factores que no podemos controlar. ¿y qué si no existe el "y vivieron felices para siempre"? ¿cuántos divorcios hay? ¿cuánta gente mata al "amor de su vida"? ¿y qué si no existe la "media naranja"?)

(pero... ¿y que si no? ¿y qué si sí es posible? ¿está tan mal soñar con encontrarme con un chico que, por a -porque es posible- o por b -porque es casi o tan enfermo como yo-, quiera lo mismo que yo? me quedo con mi realidad alternativa donde existen los besos lindos bajo la lluvia -no sólo la cagada esa en la que el agua me molesta en los anteojos y me arruina el momento, y los autos nos empapan y los paraguas se rompen y se doblan y nos dejan sin refugio-)

Blogception: culpo a las películas.

Hace tiempo mi sueño era ser la co-protagonista de una película de John Cusack (Serendipity, para ser más exactos). Casi que por un tiempo me atrevo a decir que viví la película, sólo que con un John menos famoso, más bajo, con pelo corto, joven y que vivía por ahí cerca de Barrancas de Belgrano.
Lo malo de las películas es que terminan. Y la mía, siguiendo su naturaleza, también vió el fin, corrió los créditos y saltó la música en crescendo indicando su final.
Me costó aceptarlo. Mucho.
Fue como cuando terminás un libro y te sentís vacío (¿es normal sentir eso en una época en la cual a la gente ya ni le gusta leer?) y te enfrentás a la incertidumbre de qué le pasará a los personajes. El problema es cuando vos mismo sos un personaje.
Pero tanto como empezó y terminó mi película de John Cusack, empecé una nueva. El tema es que sigo sin saber exactamente cuál.
A veces me despierto y mientras todavía tengo lagañas en los ojos y el sueño en mi cabeza, escribo los diálogos de mi nuevo guión en el aire y los edito, cuadro por cuadro, en el cuarto de edición que tengo tras los párpados. Y, a veces, mientras lo hago, no sé si estoy viendo segmentos de una película inédita de Hitchcock (¿o debería de decir Ed Wood? Porque si bien son imágenes espantosas y que dan miedo, tienen cierto grado de ironía y patetismo digno del Gran Pequeño Director.) o cortos amateur que pasan a la madrugada en I-sat (que quieren ser, pero todavía les falta).
Extraño a John. No al que tuve, a la idea.
A veces todavía me permito soñar con sus películas infiltrándose a mi vida. Los pequeños grandes gestos, ¿vieron?
Eso es lo que extraño, supongo. La magia del cine presente en el día a día.
Lo malo de vivir en un mundo de fantasía, es que te acostumbrás, y cuando algo no es mágico, se siente como si alguien te estuviese clavando un puñal directamente en el corazón. Y lo que es aún peor, es vivir en un mundo de fantasía que sabés que puede existir, sólo que te falta la persona correcta que esté ahí a tu lado mientras dirigís.
¿Entienden? Mi productor ejecutivo, mi asistente de dirección, mi actor favorito.
Soy Tim Burton (aunque lo odio) y me falta mi Johnny Depp; John Hughes sin mi Molly Ringwald. Tarantino sin Uma o Cristoph Waltz.

jueves, 3 de enero de 2013

Me gusta perderme en ojos que nunca me van a ver, si es que eso tiene sentido.
Y me gusta escuchar palabras que sé que nunca más me van a decir.
Me gusta encontrarme en frases que no son mías. Nunca lo fueron, jamás lo serán.
Pero por un segundo, si cierro los ojos, si olvido lo que sé, lo que conozco, lo que pienso, lo que soy...
Esos ojos me miran, me susurran las palabras que tanto quiero que me digas, me escriben en la piel todas esas palabras y por un segundo, si cierro los ojos, esa realidad es la mía.

DISCLAIMER

(el otro día pasé horas pensando en la palabra "disclaimer" y no me acordaba que existía)

Estoy volviendo a escribir. Bah, mentira. No estoy volviendo a escribir. Estoy volviendo a postearlo acá después de meses de alojar mis pensamientos en otro lado. Cuestión que estoy volviendo acá, a lo que era antes, a dejar de darle enter en medio de las frases. Tenganme paciencia y sepan que me tomo licencia creativa. No hay nombres ni identidades claramente definidas tras ninguna de mis entradas. Sería todo mas facil si lo hubiese, pero no.
En fin... ESO.
Feliz 2013, personas lindas.

Trescientos sesenta y seis días y contando.

No sé qué decirte. Ya no sé ni qué quiero decirme a mí misma, no puedo esperar saber qué quiero decirle a los demás. La verdad es que creo que no quiero ni hablarte.
Prefiero el silencio. El silencio no miente.
En el silencio no existo, ni ella, ni vos, ni nadie.
En el silencio hay sólo silencio y ruido. Pero ruido sin nombre.
No sé tampoco qué quiero que me digas.
Tené en cuenta que ya ni sé quién sos, así que tampoco puedo ensayar una conversación como antes.
Antes podía pensar en qué nos diríamos. Conocía tu voz, la manera en que pronunciaban las palabras, cómo estirabas las sílabas, cómo... Cómo me hacías querer que escribieras en mis sábanas. ¿Ahora? Ahora no reconozco tu cara, ni tu timbre, ni tu mirada, ni lo que siento por vos.
¿Cómo pienso una conversación con alguien que no conozco?
Los trazos son desordenados porque no reconozco los rasgos. Lo invento a medida que dejo el tiempo pasar.
Te invento a medida que te sueño. Y, de paso, me invento a mí misma también.
Debo admitir que hay algo que si sé en medio de todo lo que no: sé que quiero que me sueñes y me inventes. Quiero que me recuerdes como vos pensabas que fui.
Quiero que me quemes con tus palabras.
Ahí está: lo dije.
Quiero que me quemes con palabras, no con sexo. Quiero sentir el fuego de tus manos sobre mis brazos estando a mil metros de distancia. Quiero sentir tu calor, tu rojo, llenar una sala completa y que vos veas que ese color me llama.
Soy como un bicho volando a la luz. Yo vuelo a la llama. Quemame.
Hagamos de cuenta que no dije eso.
¿Se puede?
Son las once de la mañana y yo no pegue un ojo en toda la noche porque estaba demasiado ocupada. No dormí porque mi cabeza pensaba y pensaba y pensaba. Pensaba en que ya no sé ni qué pensar.
¿Lo peor de todo?
Me gusta.
Me gusta no conocerte y que no me conozcas. Me gusta la distancia que no es realmente distancia porque puede ser simplemente destruída con una sonrisa y tu palma abierta invitándome a bailar la vida.
Me gusta lo que no conozco, lo cual encuentro completamente extraño y extravagante porque nunca supe manejar las cosas nuevas. Pero vos sos nuevo... Y a la vez viejo.
Sos nuevo y viejo, y no te quiero manejar ni quiero que me manejes. Es toda una nueva clase de sentimiento.
No lo entiendo y está bien.
Quiero decirte algo pero no sé qué ni sé si quiero, pero tengo ese extraño sabor en la boca de que debo decirlo.
Ya sé.
Te puedo resumir todo en tres palabras.
Te puedo sintetizar todo en esas tres pequeñas palabras para que entiendas lo que quiero.
Feliz
Año
Nuevo

miércoles, 2 de enero de 2013

Oda a lo que fue, jamás será y a lo que nunca fuimos.

Desde chicos nos enseñan que el amor no tiene precio. Podés comprarte el auto, la casa, el asado del domingo, pagar la cancha con los chicos, los zapatos, la comida, el vestido, pero el amor, es un asunto completamente distinto.
Sin embargo, acá estoy. Veintiún años, endeudada., viviendo sola y pagando el precio más alto por el peor mal: los chicos.
Es injusto decir que el amor no tiene precio. Calculemos. Aproximadamente 100 pesos por el psicólogo semanal, el alcohol para borrar nombres y rostros, la comida para enterrar sentimientos y la lista sigue. Quemé casi mil trescientos pesos para borrar el último corazón roto. No me venden más el verso de que el amor no tiene precio. Lo tiene, y no sólo en plata.
El amor cuesta. El amor se paga en cuotas, incluso cuando termina. A la mierda con todo, se paga incluso cuando el amor no es correspondido, cuando nunca se da, cuando se sufre en silencio, cuando lo ves y lo único que podés hacer es gritar con los ojos el grito más fuerte que nunca será oído.
Hoy lo pago con mis palabras y aquel que me las cobra no podría estar menos enterado del valor de aquellas charlas en las que nunca nos entendimos.