No sé qué decirte. Ya no sé ni qué quiero decirme a mí misma, no puedo esperar saber qué quiero decirle a los demás. La verdad es que creo que no quiero ni hablarte.
Prefiero el silencio. El silencio no miente.
En el silencio no existo, ni ella, ni vos, ni nadie.
En el silencio hay sólo silencio y ruido. Pero ruido sin nombre.
No sé tampoco qué quiero que me digas.
Tené en cuenta que ya ni sé quién sos, así que tampoco puedo ensayar una conversación como antes.
Antes podía pensar en qué nos diríamos. Conocía tu voz, la manera en que pronunciaban las palabras, cómo estirabas las sílabas, cómo... Cómo me hacías querer que escribieras en mis sábanas. ¿Ahora? Ahora no reconozco tu cara, ni tu timbre, ni tu mirada, ni lo que siento por vos.
¿Cómo pienso una conversación con alguien que no conozco?
Los trazos son desordenados porque no reconozco los rasgos. Lo invento a medida que dejo el tiempo pasar.
Te invento a medida que te sueño. Y, de paso, me invento a mí misma también.
Debo admitir que hay algo que si sé en medio de todo lo que no: sé que quiero que me sueñes y me inventes. Quiero que me recuerdes como vos pensabas que fui.
Quiero que me quemes con tus palabras.
Ahí está: lo dije.
Quiero que me quemes con palabras, no con sexo. Quiero sentir el fuego de tus manos sobre mis brazos estando a mil metros de distancia. Quiero sentir tu calor, tu rojo, llenar una sala completa y que vos veas que ese color me llama.
Soy como un bicho volando a la luz. Yo vuelo a la llama. Quemame.
Hagamos de cuenta que no dije eso.
¿Se puede?
Son las once de la mañana y yo no pegue un ojo en toda la noche porque estaba demasiado ocupada. No dormí porque mi cabeza pensaba y pensaba y pensaba. Pensaba en que ya no sé ni qué pensar.
¿Lo peor de todo?
Me gusta.
Me gusta no conocerte y que no me conozcas. Me gusta la distancia que no es realmente distancia porque puede ser simplemente destruída con una sonrisa y tu palma abierta invitándome a bailar la vida.
Me gusta lo que no conozco, lo cual encuentro completamente extraño y extravagante porque nunca supe manejar las cosas nuevas. Pero vos sos nuevo... Y a la vez viejo.
Sos nuevo y viejo, y no te quiero manejar ni quiero que me manejes. Es toda una nueva clase de sentimiento.
No lo entiendo y está bien.
Quiero decirte algo pero no sé qué ni sé si quiero, pero tengo ese extraño sabor en la boca de que debo decirlo.
Ya sé.
Te puedo resumir todo en tres palabras.
Te puedo sintetizar todo en esas tres pequeñas palabras para que entiendas lo que quiero.
Feliz
Año
Nuevo
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