domingo, 16 de septiembre de 2012

El mito de la caverna.

A veces pienso que es injusto que yo esté acá. A los quince años empecé con la depresión y desde entonces no pude escapar. Suena realmente injusto. La depresión parece ser algo que, de ocurrir, debería ser sufrida únicamente por gente grande, gente que se ha dado el gusto de vivir y se ha equivocado y ha tomado malos caminos a consciencia de lo que hacía. Pero, ¿a los quince? Realmente no recuerdo haber tomado tan malas decisiones a nivel consciente. Mis equivocaciones siempre fueron errores que yo no decidí cometer, sino que me enseñaron que tenía que hacer. ¿Por qué ser castigada por algo que, de haber podido elegir, no habría hecho? Suena injusto, o al menos lo hace cuando me lo explico a mí misma en voz alta. Aún al día de hoy, estoy castigada a vivir con esa(s) enfermedad(es) que adquirí a tan temprana edad. Realmente no recuerdo haberme mandado una cagada de tal dimensión a consciencia de lo que hacía como para recibir tal castigo. Pero la verdad es que tengo que vivir con lo que tengo, que es esto. Sea injusto o no, es lo que me fue dado, con lo que crecí. Me acostumbré y lo doy por sentado. Haga lo que haga, la depresión siempre está en mí. La anorexia y los cortes siempre van a ser mi primera respuesta, aunque al final termine optando por otra menos dañina. ¿Por qué? Porque son un mal conocido. Llevo años cavando un pozo. A veces siento que me acerco a la salida, pero justo entonces me agarro de una piedra suelta sobre la pared y caigo nuevamente.
Ayer pensaba sobre esto, y sobre lo importante que es pedir ayuda. Es más fácil salir de un pozo profundo si alguien te tira una soga, que intentando trepar por las paredes débiles que uno mismo construyo en el viaje. Pero la cuestión es, ¿podría realmente salir?
No sé si la conocen o se acuerdan, pero ayer, intentando responderme esto, pensé en la alegoría de Platón. Básicamente, esta alegoría es la historia (ficticia) un grupo de personas que vivieron toda su vida encadenados de los pies y el cuello en oscuridad, siendo forzados a mirar fijo a una pared, la pared contraria a la de la salida de la cueva. En esa pared ellos veían las sombras de objetos extraños y de los hombres libres que caminaban por la caverna, cortesía de una hoguera que estaba lejos de donde los prisioneros estaban. Habiendo sido criados en la oscuridad, sólo conociendo esas sombras y hasta atribuyéndoles a las sombras mismas las voces de los hombres de la caverna, realmente era inconcebible una realidad más allá de eso. Un día, por alguna razón, uno de los prisioneros es liberado y obligado a caminar hacia la luz y ver la verdad detrás de todo lo que antes conocía como verdadero. Siendo obligado a fijar su vista sobre la luz, los ojos le duelen al principio y le toma una cantidad de tiempo importante acostumbrarse a lo que ve.
Mi miedo es ese. Llevo tanto tiempo viviendo en un espacio chico, oscuro, siendo prisionera de mí misma, que tengo miedo de salir y que lo nuevo me ciegue. Tengo miedo de no poder acostumbrar los ojos y fallar, y en última instancia volver a mi prisión auto-impuesta y que eso tampoco se sienta verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario