jueves, 6 de septiembre de 2012

Nuestra relación fue un juego. Creo que si miro para atrás ahora entiendo que estábamos los dos constantemente tirando de una soga para lados opuestos. Los dos lastimados, apenas pudiendo mantenernos parados, usamos la poca fuerza que nos quedaba para tironear día tras día mientras nos convencíamos de que los dos tirábamos del mismo lado. En aquel entonces, me convenciste con tus sonrisas y me ganaste con tus besos. Los dos peleábamos la misma pelea. Los dos teníamos la misma meta y los mismos objetivos en mente. Que ilusos que fuimos.
Me rompiste. De a poco, con palabras y momentos falsos, me quebraste las rodillas y nuevamente caí al suelo. Consideré odiarte, pero pronto me encontré a misma decidiendo que no valía la pena ni eso. En vez, decidí odiarme a mí misma.
Me odié y me odié hasta que yo misma terminé de destruir lo que vos no habías destrozado ya. No había un futuro en el horizonte que mereciera ser visto. Me proclamé rota y vencida. Me catalogué como inútil, inservible, incapaz de amar y ser amada. Busqué todos mis errores y mis fallas, intentando ver lo que vos viste. Las miré por horas al espejo hasta que era lo único que había. No veía nada más. Era un manojo de nervios y cosas malas. Mi maquillaje estaba corrido, tenía sobrepeso, mi humor era una mierda, era una perra, era débil. A medida que pasaban las horas, las cosas malas se convertían en peores: era fea, estaba gorda, era castradora, necesitada y nunca me reía en los momentos indicados. Eso era yo. En eso me convertí porque por meses fue lo que pensaba vos veías al mirarme. ¿Quién me podría querer así? Estaba enferma. Tenía kilos y kilos de equipaje propio y, por encima, ahora te tenía a vos. Antes de que vos vivieras en mí, yo vivía en una constante montaña rusa de emociones. Después de que te fuiste, la montaña se detuvo y yo sólo estaba abajo: metros y metros bajo tierra. Me guardé mis emociones para mí misma y no hablé. No pedí ayuda porque quién iba a querer ayudar a alguien como yo.
El problema con embotellar todo es que eventualmente deja de haber espacio y el contenedor explota. Yo exploté. Exploté y me dieron la ayuda que rogaba me dieran con lágrimas y sollozos a la medianoche escondida en una habitación vacía.
Tomó tiempo pero me hicieron ver las cosas como eran. Sí, tenía mis fallas, pero también mis cosas buenas.
"Sos fuerte. Sobreviviste a un montón de cosas feas y nunca te dejaste ganar. No dejes que el te gane. No estás gorda, estás enferma. Vos te ves mal, pero yo te veo bien. No te dejes atrapar de nuevo por la anorexia. No te embebas, no te pierdas en un viaje. Vos podés."
Era un disco rayado que yo no podía darme el gusto de dejar de escuchar. Lo necesitaba escuchar hasta que por fin me pudiese convencer de que algo de razón había tras esas palabras. Eventualmente, con tiempo, trabajo y esfuerzo, lo logré. Me curé de vos. Me curé de tu cáncer. Me convencí de que no era yo la que no podía con el amor: ese eras vos. Vos con tus barreras y tus miedos. Vos no podías, en parte porque no querías, ni merecías ser amado. No merecías mis cosas buenas, por eso nunca las viste. Era más fácil pensar que yo era todo lo malo que verte al espejo y notar tus fallas, porque eran muchas.
Y hoy volviste. Hoy volviste con tus inseguridades y trajiste las mías envueltas en papel hermoso, esperando que yo las abra. Hoy revolviste en mí y me dejaste nauseabunda, herida y pensando nuevamente en lo rota que estoy. Tan rota.
No necesito que me cosan. No necesito que me cuiden. 
Soy fuerte. Sobreviví a un montón de cosas malas, y nunca me dejé ganar. No voy a dejar que vos me ganes. No estoy gorda, estoy enferma. Yo me veo mal, pero hay gente que me ve bien. No me voy a dejar atrapar de nuevo por la anorexia. No me voy a embeber, no me voy a perder en un viaje. Yo puedo. 

Pero necesito ayuda.

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