Después de tantos años y tantos contratos; después de todo aquello que ni el tiempo ha borrado. A pesar de los dolores, los calambres y las noches en vela embebida en temblores que se repiten una y otra y otra vez en líneas de película, en canciones preferidas, en títulos de libros escritos por autores que, aún sin conocernos, sin sabernos -pero sobre todo, sin temernos- se aventuraron a un universo al cual a Nosotros todavía nos cuesta entrar en puntas de pie, con pieles prestadas y disfraces armados para preservar nuestro estado en el momento de entrada.
Aún tras las puntadas y suturas, cirugías sin anestesia en las que las palabras hacían los cortes más profundos, mantengo el letrero en la puerta, rogando que las luces de mis fantasías opaquen la penumbra de mis ya destruídas utopías.
El tiempo corrió, corre y correrá, mientras mis manos sostienen afiches de colores con verdades exageradas que ni siquiera se atreven a ser falsa publicidad. Sería mentira decir que, aún a pesar de las heridas -tanto las que llevo como las que por mí han sido producidas- la bandera no flamea a lo alto de mi vida, anunciando mi renuncia, mientras grita que no todas las esperanzas han sido perdidas.
La soledad es una y me hace compañía, mientras aguardo por nuestra tan esperada despedida que sueño sin barreras, con un cartel con las palabras grabadas:
CORAZÓN ROTO. ALMA NO PERDIDA.
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