Uno.
Mi razón toma control. La vida es una mierda: malas secuencias, malas circunstancias, tiempo que pasa y que ahoga, mentiras por todos lados. La voz de mi conciencia araña mis huesos desde la planta de mis pies, pasando por la base de mi espalda, y hace estragos en mi cráneo.
Dos.
Se pasa en segundos. Mi cerebro se hace gelatina derretida y las residuos viajan por mis venas. Lo que araña son cosquillas. Si estuviese viendo el código de la Matrix, los números que resaltarían en mi cuerpo serían todos los unos.
Tres.
Avisto lo que derritió mi gelatina: fuego rojo. No uno sino también el recuerdo de todos los otros. Para este punto, la razón arde. Las palabras arden. Los conceptos, las oraciones, los labios, las manos, las sonrisas y la luz: todos arden.
Cuatro.
Como máquina: justo a tiempo. Uno, dos y tres, siempre llevan a cuatro. Empiezan las preguntas. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Bajo qué excusa? La realidad llama y no hay manera de colgarla. Lo que queda es la picazón del fuego en mi piel hasta volver a uno otra vez.
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