lunes, 18 de febrero de 2013

In another world,

Era conveniente que lloviera. Se sentía seguro. Servía de excusa y de razón. Las gotas de agua colándose por la ventana abierta escondían las lágrimas saladas corriendo por su rostro, y cumplían con la promesa de siempre de detener el tiempo. Poner un pie en la realidad significaba enfrentarse a un mundo atroz de posibilidades: frío, soledad, enfermedades emocionales. En cambio, bajo ese techo y enfrascados dentro de esas cuatro paredes, era el placer el que inundaba la habitación, no el agua. Las sábanas blancas los protegían de las verdades que esperaban por ellos afuera, mientras las gotas golpeaban el traga luz de vidrio y reflejaban colores mágicos en cada línea: contorneaban su sonrisa, remarcaban sus ojos marrones y escondían de ellos las sombras que se esmeraban por ocultarse en sus cuerpos.
Las manijas del reloj sonaban en ella de pies a cabeza. Con el tiempo se dio cuenta que era, de hecho, una maquinaria más pesada y compleja. Tal vez era su corazón mismo el que hacía eco en cada rincón. Hacía tanto tiempo había olvidado que contaba con tanta fuerza dentro de ella. Y, después de todo, acá estaba ese ritmo que había dejado de latir.

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