Por primera vez en meses, no tengo ganas de salir de mi cama. Tengo rol en una horas y hace tiempo eso venía siendo razón suficiente para hacerme estirar las piernas. En vez, me siento y pienso sobre temas que me da lo mismo pensar, como por qué no uso sangrías en mis entradas o por qué a veces ciertas teclas de mi teclado dejan de funcionar, pero nunca son las mismas, y siempre se soluciona antes de que me cuenta, por lo cual nunca parece ser síntoma de algo más.
Así empiezo el tren de pensamiento, meditando sobre el que tuve ayer. Pienso en cómo lo que terminó saliendo de mi boca como últimas palabras del día, habían sido efectos colaterales de una frase que me dije a mí misma a las siete de la mañana en el camino a la oficina. "Nauseas." Todo empezó con esa palabra. Y a su vez, si lo intento pensar, se conecta con una conversación que tuve con alguien en mi cabeza el otro día, cuando me dije -textual- "y eso que ustedes llaman mariposas, yo las siento como nauseas."
Sigo pensando y me acuerdo de mis 19 años. Parecen tan lejos pero fue hace tan sólo un tiempo.
Tiempo. Tiempo es lo que pasa mientras intento no pensar, pensando en cosas que me da lo mismo si pasan o no. Esta vez falla la letra c.
Tenía 19, me enamoré. Ilusa. Fue rápido, más no indoloro. Digámosle Gastón. Caí fuerte. Estoy segura de que si la gente deja marcas, la mía en ese momento fue un cráter. En fin, me enamoré. No funcionó, por si no se dieron cuenta. Me dolió, lloré, grité, me enojé. Hice todo el trámite que uno tiene que hacer para sufrir y no sufrir más. Eventualmente, dejó de ser lo que pensaba en todo momento. Eventualmente, pensé en otra persona, aunque Gastón seguía ahí. ¡Y eso que ni siquiera estaba! Rafael -digámosle así- vino. Cráter se queda corto para expresar su marca en mí. Me descompuse, mejor dicho. De nuevo, NAUSEAS. No fue rápido esta vez. Fue lento. Pero de ese lento que es demasiado lento y que arrastra las cosas y saca chispas contra el suelo. De nuevo, TIEMPO. Nos tomamos el nuestro, que fue mucho. Las nauseas nunca se fueron y eventualmente me hicieron vomitar el mundo. Cráter. Mi mundo, su mundo y por ende, el nuevo, en piezas. Entonces alguien más vino y confundió el espacio por algo más que un vacío. Así quedo.
Esta conversación la tuve hace una semana. Hace una semana escribí mil palabras que no existen, que no alcanzan entre las letras A y la O. Hoy no funciona la C.
Nauseas.
Parezco un disco rayado. ¿Por qué pienso en nauseas?
Porque hace dos días hablaba con mi cabeza y mi cabeza me recordó que Leandro me hizo pensar que las Nauseas eran algo más, pero terminaron siendo síntoma de una enfermedad que yo misma me hacía creer que no tenía, cuando me la contagié yo solita. Leandro se fue. Y acá estoy. Tiempo mediante, pienso.
Pienso en las Nauseas, en que nunca se fueron. Nunca se convirtieron en mariposas. En ese aspecto, nada cambió. Pero yo cambié, y desde entonces no siento nauseas. No se equivoquen, tampoco hay mariposas, pero no hay nauseas. Hay enamoramientos en el colectivo y cómoledoyaesechico y diossantocómomegustaríaquelascosasnofuesenasí, pero no hay nauseas.
Vuelvo a la conversación esa de hace dos días. Cambié. ¿Algo más habrá cambiado? ¿Podré sentir algo más que nauseas ahora?
Ya no entran en juego ni Gastón, ni Rafael, ni Leandro, ni César ni nadie. Soy yo. Soy yo y el tiempo y, espero, que con el tiempo, sea yo con algo nuevo más que nauseas.
Pero ya veré. La incertidumbre me mata. ¿Puedo sentir algo más? ¿Soy capaz?
Por ahora me conformo con no sentir mariposas en la ausencia de las nauseas.
Capaz así me de cuenta cuando algo es bueno: cuando me sorprenda y no me enferme y no quiera vomitar mis entrañas.
Nauseas. Tiempo. Algo. Residuos de un Slam.
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