sábado, 30 de marzo de 2013

Despedidas: Kill it with fire.

Abrió la puerta a su viejo castillo y sintió el aire pesado abrumarla. 
Los cadáveres de sus víctimas pasadas yacían en el suelo mientras sus pies se abrían camino entre los cuerpos bañados en recuerdos.

Me despido de esta página.
A veces hay que cerrar puertas para abrir nuevas. Hoy cierro esta porque hay manos que son demasiado débiles para hacerlo.
Gracias por toda la magia, pero la magia ya no pertenece a este lugar.
Me voy de acá, a ver dónde me lleva la vida.
De la misma manera que esto empezó, termina: con fuego.

viernes, 29 de marzo de 2013

Diagnósticos.

Tengo que tener fiebre. Siento que mi cuerpo arde, estoy mareada, mi mente fuera de mi cabeza y mi alma desfasada. Tiene que ser fiebre. Tuve fiebre las suficientes veces en la vida como para saber ya cuándo es. ¿No?
Digo, tiene que serlo. Mis brazos se sienten como hojas de papel y mis piernas se quiebran porque siento cosquillas en la parte de atrás de mis rodillas, y mis ojos se cierran cuando quieren, no cuando yo les digo. Mi corazón palpita más fuerte y siento cada centímetro de mi cuerpo como si cada parte de mí fuese yo misma. Tiene que ser que estoy enferma.
El tema es que esta fiebre no parece irse. No se va cuando estoy sola. No se va después de muchas horas de sueño. No se va con el viento. No se va con una ducha fría. Se queda. Se queda para calentar mis noches y llenar de calor todo: mi cama, mi ropa.
Tiene que ser fiebre. Tengo que estar enferma.
Pero no puedo llevar tanto tiempo enferma. Capaz es algo más lo que siento. Capaz es...
No, no puede ser.
¿No?

Es fiebre...

jueves, 28 de marzo de 2013

Me duele lo que no es cuerpo.

A veces siento la magia drenarse de mí entre las lágrimas. Es como si fuese una canilla que gotea y eventualmente se vacía el tanque. Le tengo miedo a ese momento. Debo admitir que ese miedo sí es uno que tiene el poder de no sólo paralizarme, si no quebrarme las piernas, romperme los brazos y despedazarme. Hoy es uno de esos días en los que siento que perdí la magia entre todos los regalos que hice con ella, porque la vida hoy no los devuelve.
No soy de pensar que la gente puede estar irreparablemente rota, pero hoy, sin lugar a dudas, me rompí.
Buenas noches.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Admiración

Pero no te das cuenta que los poemas los escribís vos con tus miradas.
Las palabras son más tuyas que mías porque ¿qué es un emisor si no le habla a alguien?
Tus labios pronuncian las cosas a las que yo capaz les doy sonido con fonemas pre-armados.
Mi corazón pone los puntos y conecta con comas.
¿Pero el tuyo?
El tuyo marca el ritmo. 

Y no me importa el miedo de decirlo.

martes, 26 de marzo de 2013

Hasta acá llegué.

tch tch tch tch

Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.

Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados. 
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro. 
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás. 
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma. 


Traición.


La veía. Observaba sus suplicios escapar entre sus labios, con el miedo a lo incierto escabulléndose entre sus dientes y acariciando su lengua. Podía ver su sangre firmando el contrato que condenaba su futuro. El viento batía sus pelos y no le quedaba más que ser un mero espectador de la película que sus pedidos dirigían en el viento, rogando que encontraran los oídos de alguien más adepto para ser su productor.
Veía cómo su mano se deshacía por el borde del balcón de aquel inocente cigarrillo que había tocado sus labios como él había hecho meses atrás. Otra de sus víctimas que se liberaba de su agarre y tocaba fondo en el cemento de la calle dos pisos más allá: el color rosa de sus labios aún pintado en los bordes; pequeños rastros inborrables de su existencia en su cuerpo.
Intentaba seguirla pero sus ojos se distraían en su ropa y el agua de sus ojos que suplicaba ser dejada en libertad, pero que ella mataba con el morder de sus labios. Él sentía como sus dientes perforaban la fibra de algo que ya no podría ser: algo que, si en algún momento había estado, no volvería a atravezarlo otra vez.
- Quiero algo más que vos no me podés ofrecer.
En esas palabras revivía el diálogo que él nunca habría escrito en sus páginas de habersele dado la oportunidad. Habían dado vuelta a tantas hojas del calendario para llegar a ese lugar, y ahora tenía que limitarse a ver cómo sus anhelos incineraban con una pizca de piedad el porvenir que había esperado por meses.
- Quiero algo que vos no me supiste dar.
Racionalmente, la entendía. Entendía de dónde venían sus inseguridades y miedos, y podía ubicar en el mapa de su cuerpo las faltas que había cometido. La veía y notaba la necesidad de aquellas fotos que ellos nunca habían tomado, y de los gestos para los cuales nunca se habían dado el tiempo, si bien tiempo habían tenido como para regalar. En los gestos de sus manos sentía el fervor del deseo de un futuro que con él era más que improbable que incluyera estrellas iluminadas por canciones y palabras de su extraño idioma que él no sabía pronunciar. En sus oraciones entendía desde un punto de razón la irracionalidad que ella le demandaba a la vida y que sus límites marcados y geométricamente perfectos no podían imaginar.
- Te quiero, pero para mí quiero muchísimo más.

lunes, 25 de marzo de 2013

No sé si se entiende.

Últimamente descubro que mis emociones son tan sutiles como leves.
Un beso me corta a la mitad.
Una palabra me deshace y me mezcla y me hace una con el aire a mi al rededor.
Un silencio me perfora.
Siempre fue así. Nunca fui una persona de sentimientos racionales, si es que existe tal posibilidad.
Siento el fuego de una caricia y lo pinto de colores.
Tengo en la punta de la lengua mil oraciones que me pican y raspan mi garganta al tragar.
Las intento toser y rasgan mi garganta al salir, con la voz temblorosa.
Lo que me gusta de sentir con cada parte de mi ser, es precisamente eso:
siento lo que digo y lo que callo como si una sola emoción pudiese alumbrarme por noches.
Un te quiero,
un te extraño,
un ya no es más lo que era.
La magia de la vida brilla como nunca.
Una carta en mi cajón.
Un corazón de cartulina.
Una canción.
Siempre fui de esta manera.
Siempre fue una condena además de una bendición.
¿Cómo manejarte cuando no podés manejar siquiera una emoción?
El miedo te corta las piernas y te impide seguir.
La neurosis te grita al oído callando al silencio.
Las preguntas tallan los signos de interrogación en las muñecas.
La seriedad de mis emociones no cambió.
Un sólo sentimiento viaja por mis venas como siempre lo hizo.
Sin embargo, tanto como últimamente descubro que siempre fue así,
noto que de hecho ya no es lo que era.
Siento lo bueno.
Me como la vida saboreando cada pedazo.
Tomo la magia y la siento llenarme de una manera en que nada más lo hace.
Lo bueno me quema de los colores más lindos.
Podrían cortarme a la mitad y de mí saldría un océano de palabras y luz blanca.
Y lo malo está, pero lo bueno es tan brillante que lo opaca.
Una sonrisa eclipsa el miedo que tan sólo meses atrás me hubiese incapacitado.
Mi mismo reflejo en el espejo me da fuerzas porque veo lo que tanta gente me ha dicho por tanto tiempo:
soy fuerte.
Mi espíritu está lleno de fuerza que para otros podría bien no significar nada.
Para mí, esa fuerza significa haber aprendido a poder levantar las rodillas cuando antes solamente me podía arrastrar.
Redescubro cada día rincones de mí misma que había clausurado o que ni siquiera sabía que existían.
Es un viaje por un camino nuevo que empecé a caminar sin darme cuenta.
Ahora miro atrás y parte de mí se ríe de mí misma porque no veo claramente cómo podría volver al mismo lugar en que estaba.
Este es mi viaje.
Es como si me hubiesen metido en una cápsula y enviado al espacio.
Un lugar nuevo con años luz que explorar.
Y lo que más me gusta es que esta vez, en este viaje, los sentimientos que me llenan me permiten extender invitaciones para viajar conmigo.

Lluvia.

Sentía su cuerpo hacerse cada vez más liviano sobre el de ella. Sus brazos dejándose ganar por el abrazo del sueño al rededor de su cintura, su respiración soplando aventuras en su cuello. Si pudiese elegir un lugar adónde ir cuando la vida diese un giro en falso, sería ese: al lado de él, donde la realidad no importaba porque en su corazón no latía el tiempo, sino algo más. Ese era su punto favorito, donde las idas y venidas de la rutina eran tan sólo una calesita para admirar desde lejos.
Aún en la oscuridad podía ver el brillo de las letras que él había escrito en su cuerpo; palabras que hacía rato se había resignado a volver a escuchar; palabras que saliendo de sus labios tenían el gusto más dulce y más eterno. Todavía el fuego de sus manos ardía en su piel. Sentía el calor de su mirada en la base de la espalda haciendo eco y viajando por sus huesos débiles para recordarle que estaba viva.
Miraba sus dedos entrelazados bajo las sábanas y seguía las líneas, que se extendían desde sus palmas a las suyas. No necesitaba recordatorios pero la vida los proveía: el placer de ver que dos cuerpos pueden estar tan cerca de ser uno.
Poco a poco, se dejaba vencer por las garras de la noche que arañaban empezando desde sus pies, haciéndole cosquillas en la planta y viajando hacía arriba por sus músculos, hasta llegar a sus ojos y cerrarlos suavemente. La mañana y su partida estaban cerca. Quería saborear la ternura del momento tanto tiempo como la noche permitiese. Quería grabar en sus párpados la imagen de su cuerpo temblando y el sonido de su voz quebrándose con miedo, pero continuando aún así para escupir al viento las palabras que él despertaba dentro de ella con tan sólo una sonrisa. Con cada segundo que pasaba su consciencia se desvanecía, pero la seguridad que le daban los escalofríos y los nervios todavía presentes por la cercanía la llenaban.

domingo, 24 de marzo de 2013

debo admitir que odio un poco sentirme asì.
lo que el miedo no consume,
el silencio mata.
buenas noches,
buena suerte.

sábado, 23 de marzo de 2013

2x1: Intentar hablar en Neurosis.

"Esto lo escribí para alguien que no está acá."

Intenté escribir como una persona normal:
traduciendo mis pausas en las comas
e intentando condensar la importancia de cada letra con las tildes,
arreglando emociones en los versos separados por sus rangos resaltados por los verbos.
Intenté, pero no pude.

Hace meses me paré en este mismo lugar,
y di cátedra sobre cómo cuando uno se enamora cambia de idioma.
Hoy, después de haberme dado cuenta de lo estúpido que es intentar hacer caber un significante como el tuyo en un significado,
desaprendo las notas que tengo escritas con colores en mi piel,
y ajusto el pensamiento para darme cuenta que cuando uno padece de esta enfermedad,
es inútil y de iluso referirse a un idioma, vivo o muerto, porque de nada sirve hablar.

Intenté decirte cómo cada vez que tus labios se aventuran en mi cuello,
siento que mis brazos se caen y se juntan y se pierden entre los retazos de tela en el suelo,
como si fuesen hojas de un girasol que tus dedos dejan volar junto al viento,
mientras me quedo con un ramo de emociones a flor de piel,
cada una susurrándole a la noche la misma pregunta que yo le hago a los pétalos que solían formar parte de mi ser.
Me quiere.
No me quiere.
Intenté escribir que de pronto me doy cuenta que soy sólo un tallo que vos sostenés entre tus dedos,
moviendo de un lado para el otro,
y que lo que es tallo no es realmente tallo sino que es corazón.

Últimamente me doy cuenta que no hablo en pelotudo,
hablo en neurosis y sin puntos
porque asimilé la gramática de tus miradas en las mías,
y este es un dialecto que aprendimos y sabemos los dos.

Intenté, pero no pude, diagramar en forma de poema
la montaña rusa de sensaciones que viajan de mis pies a mi cabeza
cuando la mañana todavía es noche y yo me doy cuenta
que, a pesar de la oscuridad con las cortinas a medio cerrar,
y la luz apagada de mi pieza, mis ojos se acostumbraron a abrirse y verte,
y los huecos entre mis dedos a sentirte,
y que hacía tanto tiempo no me sentía a gusto en mi propia casa,
con el pelo batido y el aroma ajeno impregnado en mis sábanas.

Intenté inútilmente poner en escrito lo que siento al tenerte conmigo.
Recurrí a un diccionario, intentando repasar palabras que me vienen machacando en la cabeza desde primer grado,
cosas que yo debería saber decir desde hace ya años,
pero ninguna agrupación de letras se compara al grupo de símbolos y signos que veo con tu firma en mi cuerpo.

No hay manera de decir más que la única en la que puedo decir,
que mientras escribo esto,
pensando en tus manos acariciando las mías,
me miro al espejo y espero ver lo que creo sentir violeta.
Intenté, pero no puedo, decirte que quiero que mientras esto dure,
sea eterno.

(porque no quiero subir el video porque parece que tenía una enfermedad que me hacía temblar mucho)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Vomito verbal ¿IV?

Miro el reloj y pienso en cómo todavía no llegaste. Impaciente, empiezo a contar las palabras que quiero escribir en tu espalda con mis uñas y a escribir las que quiero poder decir. Me miro al espejo y asimilo la paranoia y la mezclo con los nervios y siento la masa revolotear en mi estómago con el mover de las alas de las mariposas que aparentemente en algún momento ingerí. Repaso en tus sonrisas cuándo fue que caí en la tentación de tus promesas y abrí los ojos para ver que mis paredes ya no eran tan mías, y mi cuerpo tenía tu firma, y mis labios comenzaron a extrañar tu piel. ¿Cuándo fue que llegaste y sacudiste mi mente de tan fácil manera como tus manos sacudieron los dados sobre la mesa mojada de un bar que te mantenía lejos mío, pero más cerca de lo que muchos habían logrado llegar?
Miro el celular y e intento convencerme de que el tiempo no es más que una construcción social y que mi mente se equivoca al decirme que el espacio que nos separa en este momento no existe porque te siento tan cerca como la última vez que te vi y te abrí para irte la misma puerta que hoy te quiero ver cruzar. Pienso en cómo esto te va a asustar: casi tanto -o más- como a mí mientras pienso en qué palabra le sigue a esta y a esta y a esta y en cómo te quiero saludar sin palabras cuando te vea, aunque estas sean verdades que ya los dos sabemos.
Pasan horas en cuestión de minutos porque mi cabeza va a setecientas revoluciones por nanosegundo pensando en que tengo miedo, y que el miedo no importa, pero que el miedo está ahí para recordarme que estoy viva y que esto es lo que quiero porque precisamente el miedo me impide olvidar que esto es un riesgo que quiero correr.
Miro el reloj. Todavía no llegaste. Probablemente cuando vuelva a leer esto ya te hayas ido. Y todo esto va a seguir pasando.
Increíble.

Magia

Y las miro lejanas mis palabras. 
Más que mías son tuyas. 
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas. 
Eres tú la culpable de este juego sangriento. 
Ellas están huyendo de mi guarida oscura. 
Todo lo llenas tú, todo lo llenas. 

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas. 
Y están acostumbras más que tú a mi tristeza. 

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú oigas como quiero que me oigas. 

El viento de la angustia aún las suele arrastrar. 
Huracanes de sueños aún a veces las tumban. 
Escuchan otras voces en mi voz dolorida. 
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. 

Química.

Siento mis huesos estirarse hasta el techo para poder llenarse de vos. Tus dedos reacomodando mis electrones, protones y neutrones, haciendo que se difuminen mis límites con los colores de los doscientos seis gritos que empujan las paredes que nos encierran. Tus labios haciendo cráteres en mi piel con cada beso que me impregna de tu sabor y graba en mis células tu calor. Siento tu corazón en tu boca latiendo al unísono con mi respiración entre mis piernas, cantando y diciendo con fuerza lo que las palabras no pueden decir.
Pienso en baobabs y me olvido de los lobos en tu mirada. Reproduzco discos enteros en mi mente y líneas de películas en tu sonrisa. Me gustaría darle pausa a nuestra escena: extenderla por eones para no volver a sentir dos mil seiscientos años luz entre el vos y el yo.

lunes, 18 de marzo de 2013

- ¿Egoísta? Dios, si vos sos pecador, ¿yo qué soy?
- Una pelotuda.
- Perdón. Te juro que no alcanzan las palabras para explicar cómo me siento.
- Un día de estos tendrías que intentarlo al menos.
- No puedo.
- ¿Por qué no?
- Porque mis palabras están demasiado ocupadas escribiendo en otra página.
- ¿Y mientras tanto qué hago?
- Olvidame.
- Cómo si fuese tan fácil.
- Lo es. Debería de serlo.
- Debería, pero
- Pero nada: olvidame.
- Me la hacés tan fácil. Me decís todo lo malo, me empujás, me hacés odiarte, pero sin embargo, acá estoy. No sé por qué te extraño. No entiendo ni siquiera por qué mierda te quiero.
- Te juro que yo tampoco.
- Pero sin embargo lo hago. Y mientras vos estás demasiado ocupada peleando con tus palabras, yo estoy acá esperando que escribas el final de la página.
- No la voy a terminar.
- ¿Por qué?
- Hay historias que tienen un final conciso. El personaje muere. Fue todo un sueño. Todos sufren. Comen perdices. Lo que sea. Pero cada tanto, hay historias que dejan un final abierto para que cada uno llene las próximas líneas con lo que uno quiera, con lo que uno esperaba, porque quien escribe sabe, sin lugar a dudas, que ninguna palabra que pueda ser escrita o pronunciada va a siquiera compararse con lo que los lectores y los personajes esperaban.
- ¿Yo soy eso? ¿Soy uno de tus finales abiertos?

En una mariposa.

- Siento que ya ni te conozco. 

Una vez sola, se observó en el espejo. Todo seguía igual. Su pelo igual de colorado; las mismas ojeras bajo sus ojos por la falta de sueño; las mismas letras escritas en su piel; sus heridas cada una todavía en el mismo lugar. No notaba nada raro. Sabía que había empezado a maquillarse de manera diferente, y que su ropa no era del mismo estilo que cuando se habían conocido, pero por el tono de su voz, sabía que no era eso a lo que él se refería. Todavía escuchaba la misma música, miraba las mismas series y hablaba de los mismos temas con la misma pasión que siempre (Han Solo no disparó primero. Los midiclorianos son una gran broma. Marte está en el top five de lugares a visitar. Calipso es el satélite más genial.). Se quitó la ropa frente a su reflejo y examinó su cuerpo en busca de algo nuevo. Sus lunares seguían ahí. Nada había cambiado. Miró detenidamente su misma mirada y lo vio. 

- Hay algo nuevo. Algo que quizás no vi antes o que no estaba. 

viernes, 15 de marzo de 2013

Rendirse.

Dejaste de escribir. Quizás te hayas dado cuenta que tus palabras no eran herramientas, sino armas. Cada punto una cuchilla afilada. Cada mayúscula una bala disparada que viajaba por la magia de la red, buscando su próxima víctima. Puedo oler tu miedo en el silencio que nos separa. Querés control y las letras se te iban de las manos, mezclándose con el agua de tus lágrimas y borrando los colores de tus fotos. ¿Qué puede ser peor para un escritor que aquel momento en que nuestras palabras dejan de sacudir vidas ajenas, y funcionan como torbellinos que nos agarran a nosotros mismos de los pies y nos arrastran a ver lo que nosotros quisimos construir entre párrafos arreglados en capítulos y epílogos, pero logramos destruir intentando forzar un desenlace que nunca deberíamos de haber intentado crear? Siento tu corazón latir en las mil palabras que callás. Quizás porque cuando uno escribe, no sólo lo hace con tildes y semántica y sintaxis: lo hace con su aliento y su mirada; con cada centímetro de fuerza que nosotros creemos que nos falta. Veo tu vulnerabilidad aunque vos te esfuerces tanto en disfrazarla.

jueves, 14 de marzo de 2013

¿Vuelvo a la erótica?

- Te invito un trago.

Ella sentía cómo sus manos jugaban por debajo del mantel e irrumpían en sus piernas. Mientras sus dedos se aferraban al vaso ya vacío que intentaba descansar sobre la mesa y sus gritos rasgaban su garganta buscando la salida, sentía los de él viajar desde su rodilla hacia arriba. Cada segundo que pasaba era un litro de sudor que quemaba su piel intentando disfrazarse bajo la luz tenue del bar y el maquillaje que sus labios borraban de su rostro con cada beso robado. Podría llenar la habitación con cada pecado que sus manos cometían. Afuera la lluvia caía, pero su cuerpo era el séptimo círculo de su infierno personal, donde cada infracción de sus dientes en su cuello ganaban el perdón, y la fuerza los arrastraba a los dos al paraíso.

Acordate

- ¿Y las náuseas?
- No sé.
- ¿Qué sentís?
- Electricidad corriendo desde la parte de atrás de mi cuello.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Neurosis: Vómito verbal.

Las palabras descansan mientras mi mente despierta cada pizca de duda y la razón me da la espalda. Cuento las vueltas que doy en mi cama e imagino qué tan profundo podría cavar. Tan profundo como el Silencio que agujereó mi piel y rasgó cada fibra de mi ser. Tan profundo como los mil dilemas que mi cerebro garabatea en el aire que mezcla brisa y humo de mil cigarrillos quemados a medida que el tiempo se fuma mi racionalidad, mi torso, mi cuello, mis piernas y mis brazos, dejándome siendo tan sólo ceniza de polvo de estrellas e inseguridad. Tan profundo como los signos de interrogación que se cortan en mi piel y perforan mis venas, bañándome de palabras que incineran mis células. Y más. Me acuerdo del momento en que me compararon con un escritor porque mis oraciones pueden seguir por horas y metros porque siempre me dio miedo poner un punto final que separe ideas. ¿Por qué separarlas? ¿Por qué no dejarlas ser en comunidad como yo quiero que sean, viviendo juntas en la armonía del caos que reina mi mente y disfrutar el sinsentido de mil letras que intentan encontrar sentido en donde claramente no hay? ¿Por qué debería de acatar las reglas que me dicen que tengo que seguir un tren de pensamiento, que tengo que hacer las cosas simples para quién sea que lea, que tengo que ponerle un punto, una coma, un paréntesis, un plan a algo que intenta imitar el arte de la vida que claramente no tiene orden sino un gran hilo conector que sigue por millas y días y silencios y miradas y más? Tengo un disco rígido de mil quinientos setenta y nueve terabytes en mi cabeza y siento cómo se calienta y me consume con el roce de mis dedos contra las teclas del teclado que ruegan tocar algo más que plástico y heridas levemente cicatrizadas que cada tanto se rasgan y sangran y llueven dolor por cada rincón y cada lugar. Intento aplicar la teoría que me enseñaron en las clases de locución a mis catorce años para intentar recordar cómo mierda se hacía para respirar, pero mis pulmones no quieren respirar: mis pulmones quieren absorber cada átomo y cada molécula de algo intangible por lo que voy a pelear hasta quedarme sin aliento, hasta que el tiempo me corte a la mitad, hasta que la vida aumente el porcentaje y mi mente implosione, dejándome una con la luz y las estrellas y el agua de las mil lágrimas lloradas que no quiero ni voy a llorar. Dicen que mi cuerpo es aproximadamente un setenta y cinco por ciento de agua y mientras veo el humo salir de mi boca pienso en cómo cada litro podría salir por abajo de mis uñas mientras intento inútilmente, ilusamente, pelotudamente, escupir palabras que no pueden salir porque el tiempo dicta que no tienen que salir, porque la razón rige y dicta que no pueden salir, porque hay ritmos, hay melodías, hay reglas que dicen que después de a va b y después del uno va el dos y yo no quiero pensar en nada de eso porque después de mi va el vos. Eso. Exactamente eso. Va en orden. ¿Orden? ¿Qué es el orden? ¿Para qué existe? No quiero un orden, no quiero un índice, no quiero números ni teoría aplicada a la vida que no funciona, que no debería existir, no quiero que alguien me diga qué sí y qué no porque ¿quién es ese alguien colectivo más que una construcción social que no existe en la realidad que no sabe ni está interesado en saber el ritmo en que mi corazón late ni la manera en que en este preciso momento mis pensamientos están corriendo por mi mente y escarbando y arañando contra cada músculo, cada hueso? Paso cada segundo, despierta y dormida, intentando digerir procesos y sucesos, incorporando información ajena como mía, grabando huellas dactilares en mis ojos y miradas en las yemas de mis dedos y cuerpos ajenos en mi vida y cada segundo de mi vida se comprime y desfragmenta adentro mío y ahora aparentemente hasta la física cuántica intenta decirme qué mierda pasa con mi alma después de que deja de ser mía y pasa a ser del mundo. ¿Y qué si yo digo que mi alma nunca fue mía? Es casi tan suya como mía: es una con la complicidad que juega entre mis dedos bajo las sábanas y con la cercanía que existe aún a kilómetros de distancia y más. No soy una máquina. Si así lo fuese tendría un botón de apagado que en este momento detendría las cosas que corren por mi cuerpo usando autopistas que van de acá para allá, como luciérnagas que vuelan contra la luz desesperadas intentando llenarse de algo más, como mis brazos que abrazan el vacío a mi lado y sienten que no hay vacío, no hay silencio, no hay estática, no hay nada más que el todo mismo al lado mío en esta noche que puedo escuchar como banda sonora voces ajenas y gritos y palabras y declaraciones que me encantaría decir pero el tiempo me dice que no puedo decir porque el tiempo es una mierda que un grupo de pelotudos me dice que tengo que tener en consideración sin darse cuenta que es una puta construcción social que a mí no podría chuparme más un huevo que no tengo porque me cago en lo infeliz que son todos los tarados de la re mil puta que deciden dejarse vencer por la estúpida idea de que somos todos máquinas de mierda que buscan enchufarse a una gran caja que los hace cada vez más inoperantes, más miopes cerebrales, más insulsos y vacíos y yo me rehuso con la gelatina que solían ser mis rodillas y con mi mente que está hecha de salchichas y mucho chocolate a rendirme y dejarme ganar por una estúpida construcción social que abarca tanto como el tiempo mismo que se extiende entre veinticuatro horas que suben y bajan desde la punta de mi pelo hasta las puntas de mis dedos, llenándome de sensaciones que no puedo explicar ni quiero explicar porque las palabras se quedan cortas y las tengo que ordenar en oraciones separadas por puntos y comas que separen ideas que no tengo porque no tengo ni la más puta idea de qué mierda estoy diciendo ni sé por qué carajo no estoy diciendo las dos palabras que tanto quiero decir al oído de alguien que las quiera escuchar compartiendo la misma psicosis colectiva, el mismo estúpido valor de que todos valemos más que una máquina del orto, que nuestras sonrisas, nuestras miradas, nuestras lágrimas, nuestro equipaje, nuestras propias ideas que vencen a las convencionales, y más.

Esto, mis amigos, es una pequeña muestra de mi cerebro.

martes, 12 de marzo de 2013

Sentidos.

Se despertó y, todavía con los ojos cerrados, estiró el brazo en busca de su cuerpo. El vacío lo hacía sentir como si le faltase una parte misma de él. Era la misma historia todas las mañanas: despertarse y pelear la sensación de ese síndrome de miembro fantasma. Todavía podía sentir su perfume en la almohada y el peso de su cuerpo en el colchón, pero la luz de la mañana siempre le recordaba que era todo una ilusión y lo incapacitaba. Era como si los 206 huesos de su cuerpo repentinamente se rompieran mientras alguien tiraba de sus piernas y brazos para lados opuestos y escarbaba en su pecho en busca de algo que él pensaba ya no estaba y se había ido con ella. 
Abrió los ojos y respiró el vacío, intentando así capaz incorporar alguna partícula de su ser que hubiese quedado flotando en el aire o escondida entre los dobleces de las sábanas. Miró el reloj sentado en la mesa de luz, burlándose de él mientras gritaba los recuerdos de las horas gastadas en los números verdes de sus luces led. Más allá de la mesa, vio el ropero abierto: violado y ultrajado, desnudo del cincuenta por ciento de sus pertenencias y forzado a vivir con sólo la mitad de las cosas que había aprendido a decir suyas. 
Se sentó en la cama deshecha con las piernas pálidas (tal vez por el frío, tal vez por el miedo) estiradas cada vez más, como si fuesen a descolocarse de su propia cadera y tomar carrera para ir a buscarla.
La luz de la mañana, colándose por los agujeros de la cortina, iluminaban la habitación, forzándolo a ver los porta-retratos vacíos o volcados sobre los muebles en su vergüenza y él, poco a poco, se dejó ir a ese lugar adonde siempre iba: la duda lo carcomía como alguna vez había hecho su amor o la sed insaciable de ella. 
En orden, su mirada pintó signos de interrogación en las paredes de la habitación que demandaban saber dónde estaría, si estaría sola o el nombre de quién la hiciera vociferar su pasión entre gritos estos días.

lunes, 11 de marzo de 2013

Guía del usuario.

Esto es para Vos, porque no te lo puedo decir con otras palabras ni de otra manera, pero sé que sabés que sé que leés esto.
Sí, estás acá.
Si alguien que me lea se siente identificado con un personaje o se encuentra entre mis palabras, lo más probable es que sea ese personaje. Vos sos uno.
No te voy a decir cual. Los cambios de nombre están ahí por una razón.
Hay más de una entrada que tendría que tener más de una etiqueta porque habla de más de una persona, pero no me gusta. Por eso etiqueto al que más importa en conexión a lo que sentía cuando escribí la entrada.
Estás. Sabés que estás. No es muy difícil encontrarte tampoco. Tampoco es difícil encontrar por qué sos parte de este capítulo de mi blog en el cual hay más realidad y menos cuotas de ficción.

Por favor, entendé que no puedo usar otras palabras para decirte lo que está acá. Entendé que capaz podría, pero no puedo ahora.

domingo, 10 de marzo de 2013

El juego de la vida.

Me encantaría poder usar mis palabras,
pero mi mente está demasiado ocupada descifrando cómo se mueve el caballo
y qué hiciste con tu reina cuatro turnos atrás.
Pienso diez movimientos adelante en el tiempo,
treinta oraciones que quiero llegar a decir
pero, para cuando llega el momento,
perdí mi turno y me perdí a mí misma en el juego.

Apostar siendo neurótica no es fácil.
Tengo la mano, las fichas, las cartas en el tablero
y mis manos tiemblan con miedo
porque siempre hay lugar a una pizca de duda en una mirada amiga
que da lugar a una mentira porque todos quieren ganar.

¿Ganar qué?

Lo que todos queremos no es una gran entrada
sino una salida triunfal.
Queremos poder darnos vuelta,
ver nuestra sangre y sudor en la mesa,
recordar el suspiro de alivio cuando nuestra mano nos dio aires de grandeza
y sentir...

¿Sentir qué?

Sentir la adrenalina corriendo por nuestra sangre.
Sentir la derrota por fin drenándose por nuestros poros,
goteando por las patas de la silla
y dejando un charco en nuestro lugar mojado con nuestras inseguridades.

¿Eso es ganar?

Siento como los otros jugadores de la vida sienten el hedor de mi miedo.
De la neurosis a la psicosis hay sólo un par de pasos a caminar.
Veo en sus miradas el rojo de la codicia de la victoria porque
todos quieren ganar,
pero entre esos ojos busco el par que resalte en tonos violáceos
que me recuerde en mi peor momento que lo que yo estoy buscando es lo más cercano
a lo que una atea como yo puede considerar pecar.

Escaneo la sala buscando avistar dos ojos que tengan tanto de retina como de cristal,
que logren hacer un salto en el tiempo
y abrir un portal entre mi silencio y el suyo
para recordarme que las reglas de la vida no son las que me han forzado a respetar.

Todos quieren ganar.

Ganar el respeto en la oficina,
ganarse el nombre de la familia.
Ganarse la pareja trofeo, los hijos, la casa, el auto, el patio y la vida ideal.
Ganarse el derecho a portar las ojeras de la rutina y los kilos perdidos
y la ceguera inevitable de ver mucho de nada especial.

Yo no quiero ganar.
Yo quiero perder.

Quiero perderme en el sinsentido
y la marea de los pozos sin fondo de inseguridades de alguien más.
Quiero perder ante la electricidad que corre desde la yema de mis dedos
hasta la punta de mis pies,
erizando mi piel y recordandomé de cada rincón olvidado,
de cada centímetro maltratado.
Quiero recordar el sabor de la derrota en mis labios,
y el escozor de la vergüenza en mi cintura avanzando hacia mis piernas.

Yo no quiero ganar.
No quiero ser la última en cruzar la meta.
Yo no quiero llegar.

Porque lo que quiero es encontrar el punto en el espacio y el tiempo
donde no importen los tréboles ni los bastos.
Donde no haya límites de tiempo, donde no haya cuadrados que limiten cuánto puedo avanzar.
Donde las reglas las escriban tus dudas en las mías.
Donde haya infinitas mañanas y noches que nunca terminan.
Quiero perder ante la magia de las cartas tiradas en el piso,
y de dos corazones quemados en violeta que fusionados hagan una llama que ilumine y consuma.


Resaca de rol y un par de otros males.

- ¿Hace cuánto jugás?
- Casi veintidós  años. ¿Vos?
- Treinta y tres. ¿En serio sólo veintidós?
- Sí, pero jugué mucho con toda la gente incorrecta. Ya estoy harta, igual.
- Creo que todos pasamos por eso.
- Sí, probablemente. Es que no me gusta mucho no tener ni voz ni voto en qué me pasa.
- Creeme que te entiendo. Llega a un punto en que lo único que querés hacer es correr y encerrarte en un lugar, y olvidarte que te enseñaron a jugar en primer lugar.
- El problema es cuando tenés las reglas escritas en la piel. Vayas a donde vayas, te mirás tu propio cuerpo y las ves: en una mesa en un bar, estando en tu cama,...
- Y hay peores lugares. Hay agravantes: caminando en la calle, mirando que alguien más te sostiene la mano...
- Sí. Y querés confiar, pero ya han hecho tanto daño. No sabés si esa mano es una mentira aún cuando todo adentro tuyo te pide que creas que es verdad porque querés la emoción del primer juego de nuevo.
- Moriste y volviste al ruedo tantas veces que empezás a dudar hasta de tus propias acciones.
- Tal cual.
- Es horrible.
- Sí.
- Me encantaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que duelan menos cuando todo se acabe.
- O que impidan que acabe.
- Mejor todavía. Nada peor que ese sabor amargo cuando te despertás y sabés que el juego acabó; que todo ese tiempo que invertiste en aprenderte los nombres, los detalles, todo, fue en vano. Ahora tenés que aprenderte nuevos. Invertir más tiempo.
- Odio el tiempo.
- Yo también.
- Me gustaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que no duelan para nada.
- Exacto. Unas que no me hagan querer llorar y vomitar cuando todo se acabe.
- Porque lo que la experiencia me dice es que es inevitable que acabe.
- Un asco.
- Sí. ¿Te alcanzo a tu casa?
- Es tarde: no quiero jugar.
- Yo tampoco.

viernes, 8 de marzo de 2013

DFTBA

Vamos a jugar a un juego, ¿te parece? Se llama "Vamos a ser honestos."

Por muchos años me sentí chiquita, hasta insignificante. Creo que fueron los 21 años de mi vida más cansadores. Ja, ¿entienden? porque tengo 21 años. En fin. Me sentía una mierda.
Con todos los problemas y con todos los traumas y secuelas y enfermedades y la soledad y las relaciones fracasadas y mi profundo odio por mí misma, no era fácil no sentirse insignificante. Básicamente, era todo una mierda.
Me gustaría poder disfrazar esta entrada con palabras grandes y metáforas y analogías y loqueustedesquieras, pero no. No tengo ganas. Tengo ganas de plasmar esto de manera simple y contar de toda la magia porque en un año quiero poder volver a entrar a esto y recordar que estoy llorando como pelotuda en mi cama.

La cuestión es que mis años desde la adolescencia hasta mis veintiuno fueron medio apestosos. El año pasado empezó para la mierda y no ayudo ni un poco. Pero, pasó algo más. A eso de mitad de año corté con alguien y me empecé a juntar más con un grupo GIGANTE de gente que conocí por internet y aprendí las implicancias de realmente amar a alguien. De a poco, al haber entendido de qué se trataba ese verbo, empecé a aprender a aplicarlo a mí misma.

No sé muy bien cómo llegué o llegamos a este punto. Sí, la vida es una mierda. Sí, todavía tengo deudas. Sí, todavía no me entiendo a mi misma. Pero no, mi vida no es una mierda.

Hoy no me siento insignificante. Hoy me siento parte de un todo genial. Es un todo muy raro, porque entre las diferencias de creencias políticas, las de edad, de locación y millones más, conformamos un todo bastante unido. Es un algo que evolucionó a un todo porque se convirtieron en mis amigos y en los chicos con los cuales me junto al menos un viernes al mes para leer poesía y los que me hicieron volver a escribir en español y los que me bancan cuando les hablo de miles de porquerías en una hora. Es un algo que evolucionó a un todo porque le dieron lugar a mi vida.

Normalmente, estoy consciente de esto. Cuando trabajo y les hablo, sé lo mucho que me cambiaron y me ayudaron. Normalmente, a nivel consciente estoy al tanto de todo lo que me caen bien, pero hoy... Hoy es un día diferente.

Hoy no sólo me dieron un genial comienzo a una historia buena, sino que me dieron una bolsa inagotable de magia. Es una magia rara que se traduce a aproximadamente muchos miles de dólares para una organización sin fines de lucro para la cual dejamos de ser muchos, nos convertimos en un todo y no paramos hasta llegar a algo.

Lo logramos. Llegamos a nuestro algo.
Cuando me muera, lo más probable es que mi cuerpo se pudra y la gente siga su vida, pero en algún punto de la historia va a quedar marcado un puntito chiquito que decía que fui parte de algo que hizo algo bueno. Y ese algo bueno pasó gracias a todo.

Gracias por toda la magia. Entre mi llanto de este momento y las horas que invertimos para lograr que esto pasara, no hay palabras suficientes para explicar lo que pasa por mi cabeza.

Volvemos con las matemáticas.

Ella simplemente se sentó, mordièndose el labio mientras intentaba digerir el nudo en su garganta y las miles de piedras en sus pulmones que le impedían respirar como Dios manda. 

- ¿Qué querés decir con eso?

La habitación repentinamente se llenó de frío. El termostato decía veintisiete grados pero cada suspiro que salía de su boca enfriaba más y más ese espacio cerrado. Se podía cortar la tensión con un tramontina de serrucho. 

- No me lo preguntes ahora.

Levantó la mirada esperando que sus ojos se encontraran con los de él, pero no. Ella seguía mirando el piso con su pelo tapando su rostro y las capas de ropa ocultando cada parte de su cuerpo. Un saco, un buzo, una camisa y su corpiño lo separaban de su corazón. 

- No entiendo por qué no me querés decir.

Intentó leer algún tipo de señal en sus manos, que jugaban a las escondidas en las mangas del buzo colorado. Consideró sumergirse en el sillón a su lado, pero decidió que no necesitaba más distancia entre ellos dos. En vez, apartó una silla de la mesa, alejándola lo más posible hasta casi llegar a las esquinas de la pared. 

Silencio. Contó los segundos y se limitó a medir cómo se iban convirtiendo en minutos. Mientras, intentaba inútilmente graficar en el aire la sucesión de acontecimientos para encontrar cuándo había sido exactamente que la parábola había empezado a moverse para el cuadrante negativo. 

- Tengo miedo.

Podía sentir cómo sus palabras latigaban su cuerpo. Él ya no estaba para esto. Odiaba tener que ubicarse entre sus silencios sin saber bien dónde pararse entre su duda y su miedo. Miró en dirección a la puerta y contó los pasos que le tomaría escapar de ese lugar: siete. Intentó pararse y huir pero ni bien se puso en pie, sus piernas empezaron a temblar con sus palabras. 

- Somos como un triángulo.

Con ella siempre era un misterio. Le gustaban las metáforas y las analogías y, aunque él intentaba seguirlas, llegaba a un punto en que se encontraba a él mismo perdido en una conversación de dos horas y media tras la cual se sentía más perdido todavía. 

- ¿Qué?

Ella se paró. La vio acercarse a la puerta del cuarto y detenerse. Intentó nuevamente leer algún tipo de señal en su postura ya que su boca no pronunciaba más que silencios, pero era pelotudo siquiera intentarlo. 

- La suma de los catetos es igual la hipotenusa al cuadrado.

Su cabeza intentaba establecer una conexión entre las clases de geometría y las de literatura y lenguas en la secundaría. Sentía que había faltado a todo un cuatrimestre donde habían explicado la correlación entre ambas y se había sacado un dos en la prueba final y era por eso que no la entendía. 

- ¿Qué?

Ella se quedó parada en el marco de la puerta que separaba el living del cuarto. Todavía le daba la espalda. Él nuevamente contaba los pasos hacia la salida y pensaba si huir realmente era lo que quería. Sí, era un misterio. Sí, le dolía la cabeza de tan sólo pensar en intentar descifrarla. Pero sí, había algo más. 

- Vos sos un cateto. Yo soy otro.

- ¿Y el otro lado?

Silencio de nuevo. La observaba a la distancia y veía cómo su cuerpo estaba como congelado en ese mismo punto. Se sentían horas entre que habían llegado del bar y cruzado la puerta a la casa. 

- Lo que siento por vos, pero me da miedo porque todavía no sé el resultado.

Miraba la parábola que había trazado en el aire entre ella y él e intentaba concentrarse en el cambio de los cuadrantes. Intentaba concentrarse. Era como si hubiese hecho una pésima tirada y lo único que podía notar eran sus manos alejándose de su cintura y haciendo magia en su ropa. Se quedó en su lugar mientras miraba cómo ella había quedado desnuda en el marco de la puerta y le extendía la mano. 

- ¿Venís?

jueves, 7 de marzo de 2013

Me siento vieja por estar muriendo de sueño y que ni siquiera sean las doce de la noche.

A la vez me siento una pendeja adolescente por la sensación con la cual me voy a dormir.

Dilemas...
Si me muero, ¿qué....

Mi cabeza está teniendo conversaciones muy raras en este momento con la parte de mí que lee conspiraciones y...

Creo que estoy demasiado dormida como para tener un "humor"...

El de IT vino al trabajo en traje.
La coca de la máquina de latitas estaba fría.
Quiero bajar a fumar.

Verdades universales.

I rock too fast for love. I’m footloose in my Velcro shoes.

Misma hora de siempre. El reloj se burlaba de ella. Un pie delante del otro. Un paso a la vez.
Respirá, se repetía en voz alta, convencida de que el ruido de su música en los auriculares la mantenían oculta del resto de la vida. Respirá. 
Su cuerpo no se sacudía pero sí se bamboleaba de un lado para el otro. Miraba a sus lados buscando un punto fijo en cual concentrarse para evitar irse al piso, pero donde fuese que miraba, veía colores muy fuertes, o muy tristes, o muy ruidosos. Nada servía.
Respirá. 
Buscaba un escondite entre la multitud que parecía tener ojos sólo para ella. Capaz era que esa mañana se había olvidado de maquillarse. Capaz lo notaban. Un pie delante del otro y con cada paso ella se preguntaba por qué era que su hermana siempre se veía bien recién despierta y ella tenía que pasar una hora frente al espejo para igual verse horrenda.
Consiguió un punto apartado, entre el café donde había discutido con su ex aquella vez acerca de la diferencia entre la palabra cafetería y bar y el kiosco donde había comprado el paquete de carilinas para secarse las lágrimas cuando cortaron once meses después. Se sumergió en la sombra, se sentó sobre sus talones y respiró.
Uno. Dos. Tres. 
De nuevo.
Uno. Dos. Tres. 
Otra vez.
Uno... Dos... Ya está. 

La sangre volvía de a poco a su cabeza escurriéndose en gotas de las luces de los semáforos y los números del reloj. Cinco y dos. Alto. Rojo.

Hagamos de cuenta que no: pensando en voz alta.

Me gustaría perderme en los rincones de tu clavícula con el silencio de la noche y de la mañana como banda sonora de nuestra aventura. Me gustaría detener el tiempo y alargar el momento para sentir el fuego consumir mi cuerpo. Me perdería por horas en tu neurosis y pasearía por las vueltas que dan las ideas en tu cabeza. La vida es un misterio y vos te estableciste como uno de mis rompecabezas preferidos.


estoy demasiado dormida como para seguirla. la próxima.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Sensaciones bisiestas.

Es esa sensación comparable a un año bisiesto. Sabés que va a venir, pero pasa el tiempo y te olvidás qué año es y cuánto tiempo atrás fue la última vez y para cuando te das cuenta, te acordás de qué trató su ausencia. Se hace desear, por algo se espera. No digo que uno se inmute, la vida sigue. Los días corren, las horas pasan, los recuerdos vuelan. Pasan estaciones enteras sin esa sensación. Y de repente, te acordás. Te cae la ficha de por qué ese 29 de febrero no es como otros, tanto como esa sensación no se compara con ninguna otra. No podes hacerla caber en años donde no entra. No podés escribirla en historias donde no quiere que la cuentes. No podés forzar a un día a existir donde no debe. Tampoco podés hacer de cuenta que no existe cuando sí.
Es caos, es verdad. De repente un día más. Uno que habías descartado, capaz. Te sacude la rutina. Pero mejor aprovecharlo mientras está.

Dudas

A veces me pregunto si hay quien se busque entre mis líneas y se encuentre como debe.

martes, 5 de marzo de 2013

Romper y arreglar.

Se sentó a esperar. ¿Qué? No sabía todavía. Descansaba la vista en cada rincón buscando migas de los recuerdos de los que se había deshecho, mientras arrastraba los pies por el piso de aquella habitación tan llena, pero tan vacía de lo que vale la pena. Sus dedos paseaban por el borde del vaso a medio terminar en la mesa ratona al lado suyo, mientras sus ojos se cerraban. 
De repente ya no estaba más encerrado entre esas cuatro paredes. El frío del viento que corría más rápido que el tren lo perforaba. Miraba sus zapatos tan negros como siempre, las hojas naranjas bajo sus pies, y se preguntaba cuándo había sido la última vez que el crujir del otoño le había robado una sonrisa. Podía oler la lluvia aproximarse de la misma manera que podía oler la tinta de la impresora de su oficina en sus manos. La gente pasaba de un y otro lado y se ponía en posición en el punto exacto donde la puerta se abriría. Él todavía tenía el sabor en su boca de cuando, años atrás, solía preguntarse si las personas tenían un sexto sentido o si esto era gracias a la magia de la vida. Ahora sabía la respuesta: pura rutina. 
De nuevo en la habitación sus piernas le exigían moverse. ¿A dónde? Todavía no sabían. Un trago más y sus labios besaban el hielo y el whisky aguado que el vaso ya no tenía. Su cabeza le pesaba, apoyada en el respaldo de su silla. Cerraba nuevamente sus ojos para intentar escapar, pero los intentos eran fútiles. La oscuridad de la noche, el reflejo de otra serie insípida de televisión en los vidrios de los ventanales, el ruido imposible de apagar u opacar del silencio haciendo eco en la cafetera y en la ducha del baño de atrás. Había vacío abismal en cada rincón que mirara. Las manijas del reloj le recordaban del tiempo yéndose de sus manos, como el control de su vida, el respeto hacia su lugar de trabajo, el amor que lo solía llenar. El humo saliendo de su boca escribía formas en el aire condensado, imposibles de leer o descifrar. Sentía el calor viajando por su traquea hasta incendiar los pulmones, y rogaba que un día de estos el fuego lo lograra matar. 
Nuevamente en la estación, esperaba. Lo mismo de siempre: mismo lugar, misma gente. Las telas eran siempre de los mismos tonos opacos, imitando las sonrisas de las personas que no le pedían permiso al pasar. Reducido a un número, a un árbol cuya única tarea era echar raíces en aquel lugar, haciendo cuentas que nunca jamás daban un resultado que no debiese de dar, balanceaba su peso de una pierna a la otra. 
Recordaba este día como cualquier otro, aunque no lo era. En un abrir y cerrar de ojos, el tren estacionado frente a su rostro lo había empujado hacia atrás y las sombras de personas apuradas para entrar golpeaban tanto su cuerpo como su espíritu en el afán de lograrlo. En cuestión de segundos el contorno del tren se difuminaba con los bordes de los edificios y los negros oscuros del horizonte de la ciudad. 
Sus piernas esperaban órdenes, pero su mente se rehusaba a extenderlas. Asustado, mejor dicho en pánico, notó el color en su abrigo mientras sus piernas rosadas seguían el ritmo del claqueteo de sus zapatos sobre el suelo frío. Él no podía más que mirar -¿admirar?- cómo sus ojos se detenían a mirar el tiempo pasar en el pequeño torbellino de colillas de cigarrillo y papeles dejados atrás que revoloteaba al pie de las escaleras. Nuevamente el mismo destino: el tren abalanzándose sobre su mañana, la horda de personas en guerra por un lugar para refugiarse del frío del mundo, sus pies anclados a la tierra y sus ojos fijados en el calor de sus labios moviéndose al ritmo de una música que sus oídos no podían escuchar. Lentamente se sentía perderse en el toque eléctrico de sus dedos contra las rejas ahora violetas a su lado. Su garganta inundada por nudos y sedienta de ella. 
La habitación de repente emitía calor. Sus ojos avistaban los rojos en las paredes y los tonos violáceos en su piel. La luz se colaba entre la persiana y los espacios entre sus dedos, alumbrando su espalda desnuda a su lado. Mas allá, notaba un vaso de agua a medio llenar. 

domingo, 3 de marzo de 2013

El pato hace cuak.

¿Te acordás esa promesa que hicimos entre sujetos tácitos y vasos vacíos? ¿Cuando me dijiste que, sin importar qué pasara, o la distancia, o el tiempo metiendo mano entre los tequieros, íbamos a seguir siendo amigos?
¿Te acordás de aquellas noches bajo la luna y el cielo estrellado? Con el humo saliendo de nuestras bocas como verdades universales que nos tocaban el alma y nos llenaban los pulmones de metáforas y sabiduría falsa; con la seguridad de quien sabe quién es o qué quiere hacer; con la certeza de que si uno se eleva no es obligatorio caer; con la fuerza y fortaleza de muchos seres, pero que nosotros nunca logramos tener.
Yo sí. 
Me acuerdo del contrato que firmamos con risas y dados y palabras en cartas que no sabía leer. Recuerdo tu voz y el tono de tu mirada cuando me pediste ayuda la primera vez. Recuerdo la derrota en mis labios y en mis brazos las veces que te llamé a medianoche llorando a más no poder.

Hoy la distancia puede haberse instalado entre nosotros. El tiempo puede haber cobrado su deuda, pero ¿qué es una más cuando hay tantas cuotas y facturas que pagarle a la realidad? Yo sigo acá. Yo sigo acá sentada esperando que tus palabras se encuentren con las mías de nuevo en las ondas de sonido de tus canciones preferidas resonando en las letras de las mías. Yo te espero acá, con un vaso servido, con las manos extendidas y la sonrisa con la cual el día que no te vi ir, te dije chau.

Pase lo que pase, yo sigo acá.


Los quiero, chicos. Aunque esté todo raro. Marcaron un antes y un después y espero que sepan que ese después nunca los va a excluir, pase lo que pase. 

Vendo Lunes, Miercoles y Jueves.

Compro domingos en la cama, con lluvia golpeando el vidrio de la ventana y medialunas. Compro las seis de la tarde, y las siete, para que el tiempo se detenga en un instante marcado por pies peleando bajo las sábanas.
Compro briza que contraste con el rosa en las mejillas y compro olor a café dulce que me saque una sonrisa.
Compro masajes en la espalda desnuda y compañía que le agregue un je ne sais quoi a mi día. Compro silencio y burbujas y una cena a luz de las velas, con un vaso de vino o cerveza bien fría.
Compro magia a montones.

sábado, 2 de marzo de 2013

El almuerzo desnudo.

Me acomodo en el mismo punto de siempre. Acá es donde me siento cuando hablo en serio. ¿Cómo empezar? ¿Por dónde? ¿Por el momento en que te conocí? ¿Por tus ojos que brillan agua con el reflejo de la luz? ¿Por la última vez que me senté acá?

Tenemos que hablar.

Con el corazón en la garganta y otro en las manos, empiezo. Mis palabras dan vueltas por la habitación. Se esconden atrás de la mesa donde aquella vez me acosté, en el rincón del balcón donde mi humo encontró su hogar, en los espacios entre mis dedos.

¿Es subconsciente o inconsciente?

<Inserte gráfico de xkcd del diagrama de venn que no quiero poner acá a esta hora>

(en dos meses me voy a olvidar qué mierda estaba diciendo)

viernes, 1 de marzo de 2013

If only

Suena el teléfono. Tono, tono, tono. Atendió. 

"Hola..."
"Hi..."
"Perdón, no te tendría que estar llamando."
"¿Pasa algo?"
"Estuve pensando en vos..."
"¿Pasó algo malo?"
"Todo, nada. Ya ni sé. Pero necesitaba alguien con quién hablar. Alguien en quien confíe y que sepa que va a estar y la única persona que se me ocurrió... fuiste vos."
"¿Qué pasó?"
"¿Nos podemos ver?"
"¿Nuestro bar?"
" Nuestro."
" Nunca dejó de serlo."
" Mi vida se fue de mis manos. Ya no sé qué hacer. Te necesito. No necesito que me des un beso, no necesito ni siquiera que me abraces. Sólo necesito que seas vos al lado mío."
"En media hora estoy ahí."
"Gracias."

Bittersweet irony of life.

Vomitaría mi cariño hasta deshacerme de mi peso en agua, pero mi organismo prefiere sangrar en forma de lágrimas y palabras que no llevan a nada. No puedo pararlas. Quiero escupir este nudo que tengo en la garganta. No puedo comer, no puedo pensar. Cualquier cantidad de llanto derramado vuelve a entrar con el aire, con el silencio, con el ruido de una banda practicando en el garage de una casa que no conozco, que no voy a conocer, pero que probablemente el día de mañana recuerde.
¿Volvería atrás en el tiempo? No creo.
Lo vuelvo a decir: la vida es como un hombre bi-curioso que te llama a las doce de la noche antes de salir te dice que le gusta tu mejor amigo, pero que te ama a vos también. Es una histérica. Los hombres se quejan de que las mujeres les hacemos la vida imposible. ¿Y ella? Una carta. Ahora. Tres de corazones para ser más específica.
Insisto: no llego a nada.
Quiero que hoy se termine y que empiece el mañana.
¿Volver en el tiempo? No, gracias. ¿Detenerlo? Por favor que alguien me señale donde compro de eso.
Quiero detener el tiempo y respirar aire limpio.

Conversaciones II

- Está bien...
- No, no está bien. Te mentí. Me mentí a mí mismo.
- Todos hacemos eso alguna vez. Dios sabe que yo lo he hecho más de una.
- Pero ¿por qué?
- Porque somos seres estúpidos que no aprenden y tienen miedo de aprender.
- ¿Aprender qué?
- Que aunque la vida apeste y nos tire un obstáculo tras otro, nosotros podemos elegir ayudarla a envenenar nuestras vidas o defendernos con lo mejor que podamos.
- ¿Y qué es eso?
- Todavía no lo descubrí. Pero algo tenemos que tener.
- Sonás demasiado optimista.
- Soñadora empedernida, ¿te acordás?
- ¿Cómo olvidarme?

- ¿Te acordás de ese juego de sábanas que compramos cuando te mudaste a casa?
- Sí...
- Cada tanto todavía juraría poder sentir tu olor en la tela.
- Perdón.

- Describite en cinco palabras.
- ¿Para qué?
- Vos hacelo.
- Vos primero.
- Ilusa, romántica empedernida, soñadora, infantil.

Debería sumarle complicada. Me olvidé de su respuesta. 

- ¿Y?
- Sigue todo igual.
- ¿Una mierda, entonces?
- Básicamente.
- ¿Pensás hacer algo?
- Yo ya tomé mi decisión; él tomó la suya. No hay mucho que hacerle.
- Tenés la peor suerte, boluda.
- Decímelo a mí.
- ¿Y ahora?
- Esperar a que la vida me tire una soga o ahogarme como la mejor. Esa fue mi decisión.