La cuestión es cuando te enamorás del caos: cuando te dejás ahogar en un mar de problemas y, con el pasar de los meses, aprendés a respirar bajo ellos. El problema es amar los problemas y el sentimiento de asfixia que estos conllevan porque la calma es simplemente una sensación tan lejana y tan difícil de prever como la venida de un tren con poca frecuencia. El disgusto viene cuando el drama deja de ser un imprevisto parte de las circunstancias y se convierte en una tarea porque es más fácil vivir con el caos si es controlado y, ¿quién mejor para controlarlo que uno mismo?
El tema es que a veces uno empieza así, siendo el maestro titiritero tras los hilos del conflicto, pero eventualmente se termina enredando en ellos y en uno mismo.
Es muy fácil perderse yendo por el camino de la auto-destrucción (yo debería saberlo). El tema es que, a veces, cuando se encuentra la salida, cada tanto vemos para atrás y hay una luz que nos llama la atención y queremos volver a la comodidad de lo incómodo conocido.
Como hoy.
Pero no. Yo propongo sacudir al caos con sorpresas y enseñarle que cuando el caos se convierte en la norma, vale establecer como nuevo régimen el desconcierto de lo bueno. Lo malo, lo feo, lo indeseable y lo doloroso ya lo conozco. Ahora voy por lo nuevo.
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