jueves, 23 de agosto de 2012

Es increíble cómo por más que quiera fumar, quiero aún todavía más no hacerlo por razones diferentes a las que me hicieron empezar a dejar.
Cuando decidí dejar de fumar fue parte de una promesa a mí misma de tres cosas: 1) dejar el alcohol a un lado por un tiempo, 2) nada de hombres: ni chapes, ni sexo, ni nada, y 3) no fumar para poder evitar hiperventilar cuando corro o subo escaleras y además poder sacarme un vicio de encima.
La cuestión es que cuando empecé, fue por mí y por mi futura yo. A medida que los días pasaron, no sólo me estaba teniendo en cuenta a mí misma cuando decidía no fumar, sino que a mis amigos y una voz de un amigo en particular que por alguna razón, sentía iba a desilusionar si volvía a fumar. Después recaí porque fui débil. Y ahora estoy intentando no fumar de nuevo por mí, pero cuando quiero fumar, se aparece la cara de perrito mojado y de "porfis, no lo hagas" de un amigo en mi cabeza y me hace querer cachetearme a mí misma e impide que compre el paquete de cigarrillos.
Mis amigos se metieron a mi cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario