Foo fighters me mata.
Ojalá todo fuese más simple.
Esto empezó como el viaje de una chica de unos veintitantos intentando dejar de fumar. Ahora es como un diario íntimo. Esperen incoherencia, ira, frustración, cosas lindas y capaz que un par de cosas sexuales. Lean a su riesgo.
domingo, 13 de octubre de 2013
sábado, 30 de marzo de 2013
Despedidas: Kill it with fire.
Abrió la puerta a su viejo castillo y sintió el aire pesado abrumarla.
Los cadáveres de sus víctimas pasadas yacían en el suelo mientras sus pies se abrían camino entre los cuerpos bañados en recuerdos.
Me despido de esta página.
A veces hay que cerrar puertas para abrir nuevas. Hoy cierro esta porque hay manos que son demasiado débiles para hacerlo.
Gracias por toda la magia, pero la magia ya no pertenece a este lugar.
Me voy de acá, a ver dónde me lleva la vida.
De la misma manera que esto empezó, termina: con fuego.
Los cadáveres de sus víctimas pasadas yacían en el suelo mientras sus pies se abrían camino entre los cuerpos bañados en recuerdos.
Me despido de esta página.
A veces hay que cerrar puertas para abrir nuevas. Hoy cierro esta porque hay manos que son demasiado débiles para hacerlo.
Gracias por toda la magia, pero la magia ya no pertenece a este lugar.
Me voy de acá, a ver dónde me lleva la vida.
De la misma manera que esto empezó, termina: con fuego.
viernes, 29 de marzo de 2013
Diagnósticos.
Tengo que tener fiebre. Siento que mi cuerpo arde, estoy mareada, mi mente fuera de mi cabeza y mi alma desfasada. Tiene que ser fiebre. Tuve fiebre las suficientes veces en la vida como para saber ya cuándo es. ¿No?
Digo, tiene que serlo. Mis brazos se sienten como hojas de papel y mis piernas se quiebran porque siento cosquillas en la parte de atrás de mis rodillas, y mis ojos se cierran cuando quieren, no cuando yo les digo. Mi corazón palpita más fuerte y siento cada centímetro de mi cuerpo como si cada parte de mí fuese yo misma. Tiene que ser que estoy enferma.
El tema es que esta fiebre no parece irse. No se va cuando estoy sola. No se va después de muchas horas de sueño. No se va con el viento. No se va con una ducha fría. Se queda. Se queda para calentar mis noches y llenar de calor todo: mi cama, mi ropa.
Tiene que ser fiebre. Tengo que estar enferma.
Pero no puedo llevar tanto tiempo enferma. Capaz es algo más lo que siento. Capaz es...
No, no puede ser.
¿No?
Es fiebre...
Digo, tiene que serlo. Mis brazos se sienten como hojas de papel y mis piernas se quiebran porque siento cosquillas en la parte de atrás de mis rodillas, y mis ojos se cierran cuando quieren, no cuando yo les digo. Mi corazón palpita más fuerte y siento cada centímetro de mi cuerpo como si cada parte de mí fuese yo misma. Tiene que ser que estoy enferma.
El tema es que esta fiebre no parece irse. No se va cuando estoy sola. No se va después de muchas horas de sueño. No se va con el viento. No se va con una ducha fría. Se queda. Se queda para calentar mis noches y llenar de calor todo: mi cama, mi ropa.
Tiene que ser fiebre. Tengo que estar enferma.
Pero no puedo llevar tanto tiempo enferma. Capaz es algo más lo que siento. Capaz es...
No, no puede ser.
¿No?
Es fiebre...
jueves, 28 de marzo de 2013
Me duele lo que no es cuerpo.
A veces siento la magia drenarse de mí entre las lágrimas. Es como si fuese una canilla que gotea y eventualmente se vacía el tanque. Le tengo miedo a ese momento. Debo admitir que ese miedo sí es uno que tiene el poder de no sólo paralizarme, si no quebrarme las piernas, romperme los brazos y despedazarme. Hoy es uno de esos días en los que siento que perdí la magia entre todos los regalos que hice con ella, porque la vida hoy no los devuelve.
No soy de pensar que la gente puede estar irreparablemente rota, pero hoy, sin lugar a dudas, me rompí.
Buenas noches.
No soy de pensar que la gente puede estar irreparablemente rota, pero hoy, sin lugar a dudas, me rompí.
Buenas noches.
miércoles, 27 de marzo de 2013
Admiración
Pero no te das cuenta que los poemas los escribís vos con tus miradas.
Las palabras son más tuyas que mías porque ¿qué es un emisor si no le habla a alguien?
Tus labios pronuncian las cosas a las que yo capaz les doy sonido con fonemas pre-armados.
Mi corazón pone los puntos y conecta con comas.
¿Pero el tuyo?
El tuyo marca el ritmo.
Y no me importa el miedo de decirlo.
Las palabras son más tuyas que mías porque ¿qué es un emisor si no le habla a alguien?
Tus labios pronuncian las cosas a las que yo capaz les doy sonido con fonemas pre-armados.
Mi corazón pone los puntos y conecta con comas.
¿Pero el tuyo?
El tuyo marca el ritmo.
Y no me importa el miedo de decirlo.
martes, 26 de marzo de 2013
Hasta acá llegué.
tch tch tch tch
Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.
Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados.
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro.
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás.
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma.
Intentar callar al silencio ya no era suficiente. Sin importan qué tanto intentara esconderse de él, su ruido la encontraba. Se colaba entre los silencios musicales entre sus canciones preferidas en el camino al trabajo. Se escribía en el vapor del espejo por el calor de la ducha. Se imprimía en las ojeras bajo sus ojos. Donde fuese que iba, el silencio la seguía.
Sacudió las piernas e intentó pararse. A duras penas logró erguirse frente a su cama y mirar a sus lados, confirmando que no era una mentira. Una vez más, como mil otras, observó cada rincón de su casa buscando de dónde venía ese silencio. Como un grillo intruso en su hogar, gritaba desde algún escondite. Quizás se había metido cuando le daba la espalda a la ventana, o durante la noche mientras sus ojos estaban cerrados.
Intentó prendiendo el ventilador viejo que su madre le había regalado. Capaz eso podría ocultar el grito que invitaban a su razón a jugar. Las hojas comenzaron a moverse. El motor falto de aceite nuevamente producía ese sonido que le calentaba los huesos y le daba cierto sentido falso de seguridad. Sin embargo el aullido de ese animal que no podía ubicar vencía al monótono cantar de ese aparato pseudo-tecnológico y cubría la habitación con el rugido más áspero y duro.
Había algo en su alarido que sonaba conocido. Cierta dulzura en la rasposidad de las letras que se alargaban en fonemas toscos. Un factor que se escondía tras los chillidos agudos que le sugería al oído promesas de un mejor futuro en el caos del mundo apocalíptico que amenazaba su utopía.
El silbido salvaje se hacía cada vez más fuerte. Ella sabía que era indomable. Ella sabía que sería mejor no encontrarlo -de hecho, ni buscarlo. Se disfrazaba como una canción de las sirenas, pero tras ese manto era tan sólo lamento y quejido del cual no se podía volver atrás.
Las ondas del sonido del silencio viajaban aún por el viento batido por las hojas oxidadas de aquel regalo que le había ofrecido un refugio tantas otras veces; como si su cuerpo fuese de cristal y sus músculos de papel, el cantar en crescendo de sus miedos y sus inseguridades sacudían y arrasaban con cual fuese el obstáculo que se atravesara: fuese objeto o fuese alma.
Traición.
La veía. Observaba sus suplicios escapar entre sus labios, con el miedo a lo incierto escabulléndose entre sus dientes y acariciando su lengua. Podía ver su sangre firmando el contrato que condenaba su futuro. El viento batía sus pelos y no le quedaba más que ser un mero espectador de la película que sus pedidos dirigían en el viento, rogando que encontraran los oídos de alguien más adepto para ser su productor.
Veía cómo su mano se deshacía por el borde del balcón de aquel inocente cigarrillo que había tocado sus labios como él había hecho meses atrás. Otra de sus víctimas que se liberaba de su agarre y tocaba fondo en el cemento de la calle dos pisos más allá: el color rosa de sus labios aún pintado en los bordes; pequeños rastros inborrables de su existencia en su cuerpo.
Intentaba seguirla pero sus ojos se distraían en su ropa y el agua de sus ojos que suplicaba ser dejada en libertad, pero que ella mataba con el morder de sus labios. Él sentía como sus dientes perforaban la fibra de algo que ya no podría ser: algo que, si en algún momento había estado, no volvería a atravezarlo otra vez.
- Quiero algo más que vos no me podés ofrecer.
En esas palabras revivía el diálogo que él nunca habría escrito en sus páginas de habersele dado la oportunidad. Habían dado vuelta a tantas hojas del calendario para llegar a ese lugar, y ahora tenía que limitarse a ver cómo sus anhelos incineraban con una pizca de piedad el porvenir que había esperado por meses.
- Quiero algo que vos no me supiste dar.
Racionalmente, la entendía. Entendía de dónde venían sus inseguridades y miedos, y podía ubicar en el mapa de su cuerpo las faltas que había cometido. La veía y notaba la necesidad de aquellas fotos que ellos nunca habían tomado, y de los gestos para los cuales nunca se habían dado el tiempo, si bien tiempo habían tenido como para regalar. En los gestos de sus manos sentía el fervor del deseo de un futuro que con él era más que improbable que incluyera estrellas iluminadas por canciones y palabras de su extraño idioma que él no sabía pronunciar. En sus oraciones entendía desde un punto de razón la irracionalidad que ella le demandaba a la vida y que sus límites marcados y geométricamente perfectos no podían imaginar.
- Te quiero, pero para mí quiero muchísimo más.
lunes, 25 de marzo de 2013
No sé si se entiende.
Últimamente descubro que mis emociones son tan sutiles como leves.
Un beso me corta a la mitad.
Una palabra me deshace y me mezcla y me hace una con el aire a mi al rededor.
Un silencio me perfora.
Siempre fue así. Nunca fui una persona de sentimientos racionales, si es que existe tal posibilidad.
Siento el fuego de una caricia y lo pinto de colores.
Tengo en la punta de la lengua mil oraciones que me pican y raspan mi garganta al tragar.
Las intento toser y rasgan mi garganta al salir, con la voz temblorosa.
Lo que me gusta de sentir con cada parte de mi ser, es precisamente eso:
siento lo que digo y lo que callo como si una sola emoción pudiese alumbrarme por noches.
Un te quiero,
un te extraño,
un ya no es más lo que era.
La magia de la vida brilla como nunca.
Una carta en mi cajón.
Un corazón de cartulina.
Una canción.
Siempre fui de esta manera.
Siempre fue una condena además de una bendición.
¿Cómo manejarte cuando no podés manejar siquiera una emoción?
El miedo te corta las piernas y te impide seguir.
La neurosis te grita al oído callando al silencio.
Las preguntas tallan los signos de interrogación en las muñecas.
La seriedad de mis emociones no cambió.
Un sólo sentimiento viaja por mis venas como siempre lo hizo.
Sin embargo, tanto como últimamente descubro que siempre fue así,
noto que de hecho ya no es lo que era.
Siento lo bueno.
Me como la vida saboreando cada pedazo.
Tomo la magia y la siento llenarme de una manera en que nada más lo hace.
Lo bueno me quema de los colores más lindos.
Podrían cortarme a la mitad y de mí saldría un océano de palabras y luz blanca.
Y lo malo está, pero lo bueno es tan brillante que lo opaca.
Una sonrisa eclipsa el miedo que tan sólo meses atrás me hubiese incapacitado.
Mi mismo reflejo en el espejo me da fuerzas porque veo lo que tanta gente me ha dicho por tanto tiempo:
soy fuerte.
Mi espíritu está lleno de fuerza que para otros podría bien no significar nada.
Para mí, esa fuerza significa haber aprendido a poder levantar las rodillas cuando antes solamente me podía arrastrar.
Redescubro cada día rincones de mí misma que había clausurado o que ni siquiera sabía que existían.
Es un viaje por un camino nuevo que empecé a caminar sin darme cuenta.
Ahora miro atrás y parte de mí se ríe de mí misma porque no veo claramente cómo podría volver al mismo lugar en que estaba.
Este es mi viaje.
Es como si me hubiesen metido en una cápsula y enviado al espacio.
Un lugar nuevo con años luz que explorar.
Y lo que más me gusta es que esta vez, en este viaje, los sentimientos que me llenan me permiten extender invitaciones para viajar conmigo.
Un beso me corta a la mitad.
Una palabra me deshace y me mezcla y me hace una con el aire a mi al rededor.
Un silencio me perfora.
Siempre fue así. Nunca fui una persona de sentimientos racionales, si es que existe tal posibilidad.
Siento el fuego de una caricia y lo pinto de colores.
Tengo en la punta de la lengua mil oraciones que me pican y raspan mi garganta al tragar.
Las intento toser y rasgan mi garganta al salir, con la voz temblorosa.
Lo que me gusta de sentir con cada parte de mi ser, es precisamente eso:
siento lo que digo y lo que callo como si una sola emoción pudiese alumbrarme por noches.
Un te quiero,
un te extraño,
un ya no es más lo que era.
La magia de la vida brilla como nunca.
Una carta en mi cajón.
Un corazón de cartulina.
Una canción.
Siempre fui de esta manera.
Siempre fue una condena además de una bendición.
¿Cómo manejarte cuando no podés manejar siquiera una emoción?
El miedo te corta las piernas y te impide seguir.
La neurosis te grita al oído callando al silencio.
Las preguntas tallan los signos de interrogación en las muñecas.
La seriedad de mis emociones no cambió.
Un sólo sentimiento viaja por mis venas como siempre lo hizo.
Sin embargo, tanto como últimamente descubro que siempre fue así,
noto que de hecho ya no es lo que era.
Siento lo bueno.
Me como la vida saboreando cada pedazo.
Tomo la magia y la siento llenarme de una manera en que nada más lo hace.
Lo bueno me quema de los colores más lindos.
Podrían cortarme a la mitad y de mí saldría un océano de palabras y luz blanca.
Y lo malo está, pero lo bueno es tan brillante que lo opaca.
Una sonrisa eclipsa el miedo que tan sólo meses atrás me hubiese incapacitado.
Mi mismo reflejo en el espejo me da fuerzas porque veo lo que tanta gente me ha dicho por tanto tiempo:
soy fuerte.
Mi espíritu está lleno de fuerza que para otros podría bien no significar nada.
Para mí, esa fuerza significa haber aprendido a poder levantar las rodillas cuando antes solamente me podía arrastrar.
Redescubro cada día rincones de mí misma que había clausurado o que ni siquiera sabía que existían.
Es un viaje por un camino nuevo que empecé a caminar sin darme cuenta.
Ahora miro atrás y parte de mí se ríe de mí misma porque no veo claramente cómo podría volver al mismo lugar en que estaba.
Este es mi viaje.
Es como si me hubiesen metido en una cápsula y enviado al espacio.
Un lugar nuevo con años luz que explorar.
Y lo que más me gusta es que esta vez, en este viaje, los sentimientos que me llenan me permiten extender invitaciones para viajar conmigo.
Lluvia.
Sentía su cuerpo hacerse cada vez más liviano sobre el de ella. Sus brazos dejándose ganar por el abrazo del sueño al rededor de su cintura, su respiración soplando aventuras en su cuello. Si pudiese elegir un lugar adónde ir cuando la vida diese un giro en falso, sería ese: al lado de él, donde la realidad no importaba porque en su corazón no latía el tiempo, sino algo más. Ese era su punto favorito, donde las idas y venidas de la rutina eran tan sólo una calesita para admirar desde lejos.
Aún en la oscuridad podía ver el brillo de las letras que él había escrito en su cuerpo; palabras que hacía rato se había resignado a volver a escuchar; palabras que saliendo de sus labios tenían el gusto más dulce y más eterno. Todavía el fuego de sus manos ardía en su piel. Sentía el calor de su mirada en la base de la espalda haciendo eco y viajando por sus huesos débiles para recordarle que estaba viva.
Miraba sus dedos entrelazados bajo las sábanas y seguía las líneas, que se extendían desde sus palmas a las suyas. No necesitaba recordatorios pero la vida los proveía: el placer de ver que dos cuerpos pueden estar tan cerca de ser uno.
Poco a poco, se dejaba vencer por las garras de la noche que arañaban empezando desde sus pies, haciéndole cosquillas en la planta y viajando hacía arriba por sus músculos, hasta llegar a sus ojos y cerrarlos suavemente. La mañana y su partida estaban cerca. Quería saborear la ternura del momento tanto tiempo como la noche permitiese. Quería grabar en sus párpados la imagen de su cuerpo temblando y el sonido de su voz quebrándose con miedo, pero continuando aún así para escupir al viento las palabras que él despertaba dentro de ella con tan sólo una sonrisa. Con cada segundo que pasaba su consciencia se desvanecía, pero la seguridad que le daban los escalofríos y los nervios todavía presentes por la cercanía la llenaban.
Aún en la oscuridad podía ver el brillo de las letras que él había escrito en su cuerpo; palabras que hacía rato se había resignado a volver a escuchar; palabras que saliendo de sus labios tenían el gusto más dulce y más eterno. Todavía el fuego de sus manos ardía en su piel. Sentía el calor de su mirada en la base de la espalda haciendo eco y viajando por sus huesos débiles para recordarle que estaba viva.
Miraba sus dedos entrelazados bajo las sábanas y seguía las líneas, que se extendían desde sus palmas a las suyas. No necesitaba recordatorios pero la vida los proveía: el placer de ver que dos cuerpos pueden estar tan cerca de ser uno.
Poco a poco, se dejaba vencer por las garras de la noche que arañaban empezando desde sus pies, haciéndole cosquillas en la planta y viajando hacía arriba por sus músculos, hasta llegar a sus ojos y cerrarlos suavemente. La mañana y su partida estaban cerca. Quería saborear la ternura del momento tanto tiempo como la noche permitiese. Quería grabar en sus párpados la imagen de su cuerpo temblando y el sonido de su voz quebrándose con miedo, pero continuando aún así para escupir al viento las palabras que él despertaba dentro de ella con tan sólo una sonrisa. Con cada segundo que pasaba su consciencia se desvanecía, pero la seguridad que le daban los escalofríos y los nervios todavía presentes por la cercanía la llenaban.
domingo, 24 de marzo de 2013
sábado, 23 de marzo de 2013
2x1: Intentar hablar en Neurosis.
"Esto lo escribí para alguien que no está acá."
Intenté escribir como una persona normal:
traduciendo mis pausas en las comas
e intentando condensar la importancia de cada letra con las tildes,
arreglando emociones en los versos separados por sus rangos resaltados por los verbos.
Intenté, pero no pude.
Hace meses me paré en este mismo lugar,
y di cátedra sobre cómo cuando uno se enamora cambia de idioma.
Hoy, después de haberme dado cuenta de lo estúpido que es intentar hacer caber un significante como el tuyo en un significado,
desaprendo las notas que tengo escritas con colores en mi piel,
y ajusto el pensamiento para darme cuenta que cuando uno padece de esta enfermedad,
es inútil y de iluso referirse a un idioma, vivo o muerto, porque de nada sirve hablar.
Intenté decirte cómo cada vez que tus labios se aventuran en mi cuello,
siento que mis brazos se caen y se juntan y se pierden entre los retazos de tela en el suelo,
como si fuesen hojas de un girasol que tus dedos dejan volar junto al viento,
mientras me quedo con un ramo de emociones a flor de piel,
cada una susurrándole a la noche la misma pregunta que yo le hago a los pétalos que solían formar parte de mi ser.
Me quiere.
No me quiere.
Intenté escribir que de pronto me doy cuenta que soy sólo un tallo que vos sostenés entre tus dedos,
moviendo de un lado para el otro,
y que lo que es tallo no es realmente tallo sino que es corazón.
Últimamente me doy cuenta que no hablo en pelotudo,
hablo en neurosis y sin puntos
porque asimilé la gramática de tus miradas en las mías,
y este es un dialecto que aprendimos y sabemos los dos.
Intenté, pero no pude, diagramar en forma de poema
la montaña rusa de sensaciones que viajan de mis pies a mi cabeza
cuando la mañana todavía es noche y yo me doy cuenta
que, a pesar de la oscuridad con las cortinas a medio cerrar,
y la luz apagada de mi pieza, mis ojos se acostumbraron a abrirse y verte,
y los huecos entre mis dedos a sentirte,
y que hacía tanto tiempo no me sentía a gusto en mi propia casa,
con el pelo batido y el aroma ajeno impregnado en mis sábanas.
Intenté inútilmente poner en escrito lo que siento al tenerte conmigo.
Recurrí a un diccionario, intentando repasar palabras que me vienen machacando en la cabeza desde primer grado,
cosas que yo debería saber decir desde hace ya años,
pero ninguna agrupación de letras se compara al grupo de símbolos y signos que veo con tu firma en mi cuerpo.
No hay manera de decir más que la única en la que puedo decir,
que mientras escribo esto,
pensando en tus manos acariciando las mías,
me miro al espejo y espero ver lo que creo sentir violeta.
Intenté, pero no puedo, decirte que quiero que mientras esto dure,
sea eterno.
(porque no quiero subir el video porque parece que tenía una enfermedad que me hacía temblar mucho)
Intenté escribir como una persona normal:
traduciendo mis pausas en las comas
e intentando condensar la importancia de cada letra con las tildes,
arreglando emociones en los versos separados por sus rangos resaltados por los verbos.
Intenté, pero no pude.
Hace meses me paré en este mismo lugar,
y di cátedra sobre cómo cuando uno se enamora cambia de idioma.
Hoy, después de haberme dado cuenta de lo estúpido que es intentar hacer caber un significante como el tuyo en un significado,
desaprendo las notas que tengo escritas con colores en mi piel,
y ajusto el pensamiento para darme cuenta que cuando uno padece de esta enfermedad,
es inútil y de iluso referirse a un idioma, vivo o muerto, porque de nada sirve hablar.
Intenté decirte cómo cada vez que tus labios se aventuran en mi cuello,
siento que mis brazos se caen y se juntan y se pierden entre los retazos de tela en el suelo,
como si fuesen hojas de un girasol que tus dedos dejan volar junto al viento,
mientras me quedo con un ramo de emociones a flor de piel,
cada una susurrándole a la noche la misma pregunta que yo le hago a los pétalos que solían formar parte de mi ser.
Me quiere.
No me quiere.
Intenté escribir que de pronto me doy cuenta que soy sólo un tallo que vos sostenés entre tus dedos,
moviendo de un lado para el otro,
y que lo que es tallo no es realmente tallo sino que es corazón.
Últimamente me doy cuenta que no hablo en pelotudo,
hablo en neurosis y sin puntos
porque asimilé la gramática de tus miradas en las mías,
y este es un dialecto que aprendimos y sabemos los dos.
Intenté, pero no pude, diagramar en forma de poema
la montaña rusa de sensaciones que viajan de mis pies a mi cabeza
cuando la mañana todavía es noche y yo me doy cuenta
que, a pesar de la oscuridad con las cortinas a medio cerrar,
y la luz apagada de mi pieza, mis ojos se acostumbraron a abrirse y verte,
y los huecos entre mis dedos a sentirte,
y que hacía tanto tiempo no me sentía a gusto en mi propia casa,
con el pelo batido y el aroma ajeno impregnado en mis sábanas.
Intenté inútilmente poner en escrito lo que siento al tenerte conmigo.
Recurrí a un diccionario, intentando repasar palabras que me vienen machacando en la cabeza desde primer grado,
cosas que yo debería saber decir desde hace ya años,
pero ninguna agrupación de letras se compara al grupo de símbolos y signos que veo con tu firma en mi cuerpo.
No hay manera de decir más que la única en la que puedo decir,
que mientras escribo esto,
pensando en tus manos acariciando las mías,
me miro al espejo y espero ver lo que creo sentir violeta.
Intenté, pero no puedo, decirte que quiero que mientras esto dure,
sea eterno.
(porque no quiero subir el video porque parece que tenía una enfermedad que me hacía temblar mucho)
miércoles, 20 de marzo de 2013
Vomito verbal ¿IV?
Miro el reloj y pienso en cómo todavía no llegaste. Impaciente, empiezo a contar las palabras que quiero escribir en tu espalda con mis uñas y a escribir las que quiero poder decir. Me miro al espejo y asimilo la paranoia y la mezclo con los nervios y siento la masa revolotear en mi estómago con el mover de las alas de las mariposas que aparentemente en algún momento ingerí. Repaso en tus sonrisas cuándo fue que caí en la tentación de tus promesas y abrí los ojos para ver que mis paredes ya no eran tan mías, y mi cuerpo tenía tu firma, y mis labios comenzaron a extrañar tu piel. ¿Cuándo fue que llegaste y sacudiste mi mente de tan fácil manera como tus manos sacudieron los dados sobre la mesa mojada de un bar que te mantenía lejos mío, pero más cerca de lo que muchos habían logrado llegar?
Miro el celular y e intento convencerme de que el tiempo no es más que una construcción social y que mi mente se equivoca al decirme que el espacio que nos separa en este momento no existe porque te siento tan cerca como la última vez que te vi y te abrí para irte la misma puerta que hoy te quiero ver cruzar. Pienso en cómo esto te va a asustar: casi tanto -o más- como a mí mientras pienso en qué palabra le sigue a esta y a esta y a esta y en cómo te quiero saludar sin palabras cuando te vea, aunque estas sean verdades que ya los dos sabemos.
Pasan horas en cuestión de minutos porque mi cabeza va a setecientas revoluciones por nanosegundo pensando en que tengo miedo, y que el miedo no importa, pero que el miedo está ahí para recordarme que estoy viva y que esto es lo que quiero porque precisamente el miedo me impide olvidar que esto es un riesgo que quiero correr.
Miro el reloj. Todavía no llegaste. Probablemente cuando vuelva a leer esto ya te hayas ido. Y todo esto va a seguir pasando.
Increíble.
Miro el celular y e intento convencerme de que el tiempo no es más que una construcción social y que mi mente se equivoca al decirme que el espacio que nos separa en este momento no existe porque te siento tan cerca como la última vez que te vi y te abrí para irte la misma puerta que hoy te quiero ver cruzar. Pienso en cómo esto te va a asustar: casi tanto -o más- como a mí mientras pienso en qué palabra le sigue a esta y a esta y a esta y en cómo te quiero saludar sin palabras cuando te vea, aunque estas sean verdades que ya los dos sabemos.
Pasan horas en cuestión de minutos porque mi cabeza va a setecientas revoluciones por nanosegundo pensando en que tengo miedo, y que el miedo no importa, pero que el miedo está ahí para recordarme que estoy viva y que esto es lo que quiero porque precisamente el miedo me impide olvidar que esto es un riesgo que quiero correr.
Miro el reloj. Todavía no llegaste. Probablemente cuando vuelva a leer esto ya te hayas ido. Y todo esto va a seguir pasando.
Increíble.
Magia
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas.
Y están acostumbras más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchan otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas.
Y están acostumbras más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchan otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Química.
Siento mis huesos estirarse hasta el techo para poder llenarse de vos. Tus dedos reacomodando mis electrones, protones y neutrones, haciendo que se difuminen mis límites con los colores de los doscientos seis gritos que empujan las paredes que nos encierran. Tus labios haciendo cráteres en mi piel con cada beso que me impregna de tu sabor y graba en mis células tu calor. Siento tu corazón en tu boca latiendo al unísono con mi respiración entre mis piernas, cantando y diciendo con fuerza lo que las palabras no pueden decir.
Pienso en baobabs y me olvido de los lobos en tu mirada. Reproduzco discos enteros en mi mente y líneas de películas en tu sonrisa. Me gustaría darle pausa a nuestra escena: extenderla por eones para no volver a sentir dos mil seiscientos años luz entre el vos y el yo.
Pienso en baobabs y me olvido de los lobos en tu mirada. Reproduzco discos enteros en mi mente y líneas de películas en tu sonrisa. Me gustaría darle pausa a nuestra escena: extenderla por eones para no volver a sentir dos mil seiscientos años luz entre el vos y el yo.
lunes, 18 de marzo de 2013
- ¿Egoísta? Dios, si vos sos pecador, ¿yo qué soy?
- Una pelotuda.
- Perdón. Te juro que no alcanzan las palabras para explicar cómo me siento.
- Un día de estos tendrías que intentarlo al menos.
- No puedo.
- ¿Por qué no?
- Porque mis palabras están demasiado ocupadas escribiendo en otra página.
- ¿Y mientras tanto qué hago?
- Olvidame.
- Cómo si fuese tan fácil.
- Lo es. Debería de serlo.
- Debería, pero
- Pero nada: olvidame.
- Me la hacés tan fácil. Me decís todo lo malo, me empujás, me hacés odiarte, pero sin embargo, acá estoy. No sé por qué te extraño. No entiendo ni siquiera por qué mierda te quiero.
- Te juro que yo tampoco.
- Pero sin embargo lo hago. Y mientras vos estás demasiado ocupada peleando con tus palabras, yo estoy acá esperando que escribas el final de la página.
- No la voy a terminar.
- ¿Por qué?
- Hay historias que tienen un final conciso. El personaje muere. Fue todo un sueño. Todos sufren. Comen perdices. Lo que sea. Pero cada tanto, hay historias que dejan un final abierto para que cada uno llene las próximas líneas con lo que uno quiera, con lo que uno esperaba, porque quien escribe sabe, sin lugar a dudas, que ninguna palabra que pueda ser escrita o pronunciada va a siquiera compararse con lo que los lectores y los personajes esperaban.
- ¿Yo soy eso? ¿Soy uno de tus finales abiertos?
- Una pelotuda.
- Perdón. Te juro que no alcanzan las palabras para explicar cómo me siento.
- Un día de estos tendrías que intentarlo al menos.
- No puedo.
- ¿Por qué no?
- Porque mis palabras están demasiado ocupadas escribiendo en otra página.
- ¿Y mientras tanto qué hago?
- Olvidame.
- Cómo si fuese tan fácil.
- Lo es. Debería de serlo.
- Debería, pero
- Pero nada: olvidame.
- Me la hacés tan fácil. Me decís todo lo malo, me empujás, me hacés odiarte, pero sin embargo, acá estoy. No sé por qué te extraño. No entiendo ni siquiera por qué mierda te quiero.
- Te juro que yo tampoco.
- Pero sin embargo lo hago. Y mientras vos estás demasiado ocupada peleando con tus palabras, yo estoy acá esperando que escribas el final de la página.
- No la voy a terminar.
- ¿Por qué?
- Hay historias que tienen un final conciso. El personaje muere. Fue todo un sueño. Todos sufren. Comen perdices. Lo que sea. Pero cada tanto, hay historias que dejan un final abierto para que cada uno llene las próximas líneas con lo que uno quiera, con lo que uno esperaba, porque quien escribe sabe, sin lugar a dudas, que ninguna palabra que pueda ser escrita o pronunciada va a siquiera compararse con lo que los lectores y los personajes esperaban.
- ¿Yo soy eso? ¿Soy uno de tus finales abiertos?
En una mariposa.
- Siento que ya ni te conozco.
Una vez sola, se observó en el espejo. Todo seguía igual. Su pelo igual de colorado; las mismas ojeras bajo sus ojos por la falta de sueño; las mismas letras escritas en su piel; sus heridas cada una todavía en el mismo lugar. No notaba nada raro. Sabía que había empezado a maquillarse de manera diferente, y que su ropa no era del mismo estilo que cuando se habían conocido, pero por el tono de su voz, sabía que no era eso a lo que él se refería. Todavía escuchaba la misma música, miraba las mismas series y hablaba de los mismos temas con la misma pasión que siempre (Han Solo no disparó primero. Los midiclorianos son una gran broma. Marte está en el top five de lugares a visitar. Calipso es el satélite más genial.). Se quitó la ropa frente a su reflejo y examinó su cuerpo en busca de algo nuevo. Sus lunares seguían ahí. Nada había cambiado. Miró detenidamente su misma mirada y lo vio.
- Hay algo nuevo. Algo que quizás no vi antes o que no estaba.
viernes, 15 de marzo de 2013
Rendirse.
Dejaste de escribir. Quizás te hayas dado cuenta que tus palabras no eran herramientas, sino armas. Cada punto una cuchilla afilada. Cada mayúscula una bala disparada que viajaba por la magia de la red, buscando su próxima víctima. Puedo oler tu miedo en el silencio que nos separa. Querés control y las letras se te iban de las manos, mezclándose con el agua de tus lágrimas y borrando los colores de tus fotos. ¿Qué puede ser peor para un escritor que aquel momento en que nuestras palabras dejan de sacudir vidas ajenas, y funcionan como torbellinos que nos agarran a nosotros mismos de los pies y nos arrastran a ver lo que nosotros quisimos construir entre párrafos arreglados en capítulos y epílogos, pero logramos destruir intentando forzar un desenlace que nunca deberíamos de haber intentado crear? Siento tu corazón latir en las mil palabras que callás. Quizás porque cuando uno escribe, no sólo lo hace con tildes y semántica y sintaxis: lo hace con su aliento y su mirada; con cada centímetro de fuerza que nosotros creemos que nos falta. Veo tu vulnerabilidad aunque vos te esfuerces tanto en disfrazarla.
jueves, 14 de marzo de 2013
¿Vuelvo a la erótica?
- Te invito un trago.
Ella sentía cómo sus manos jugaban por debajo del mantel e irrumpían en sus piernas. Mientras sus dedos se aferraban al vaso ya vacío que intentaba descansar sobre la mesa y sus gritos rasgaban su garganta buscando la salida, sentía los de él viajar desde su rodilla hacia arriba. Cada segundo que pasaba era un litro de sudor que quemaba su piel intentando disfrazarse bajo la luz tenue del bar y el maquillaje que sus labios borraban de su rostro con cada beso robado. Podría llenar la habitación con cada pecado que sus manos cometían. Afuera la lluvia caía, pero su cuerpo era el séptimo círculo de su infierno personal, donde cada infracción de sus dientes en su cuello ganaban el perdón, y la fuerza los arrastraba a los dos al paraíso.
Ella sentía cómo sus manos jugaban por debajo del mantel e irrumpían en sus piernas. Mientras sus dedos se aferraban al vaso ya vacío que intentaba descansar sobre la mesa y sus gritos rasgaban su garganta buscando la salida, sentía los de él viajar desde su rodilla hacia arriba. Cada segundo que pasaba era un litro de sudor que quemaba su piel intentando disfrazarse bajo la luz tenue del bar y el maquillaje que sus labios borraban de su rostro con cada beso robado. Podría llenar la habitación con cada pecado que sus manos cometían. Afuera la lluvia caía, pero su cuerpo era el séptimo círculo de su infierno personal, donde cada infracción de sus dientes en su cuello ganaban el perdón, y la fuerza los arrastraba a los dos al paraíso.
Acordate
- ¿Y las náuseas?
- No sé.
- ¿Qué sentís?
- Electricidad corriendo desde la parte de atrás de mi cuello.
miércoles, 13 de marzo de 2013
Neurosis: Vómito verbal.
Las palabras descansan mientras mi mente despierta cada pizca de duda y la razón me da la espalda. Cuento las vueltas que doy en mi cama e imagino qué tan profundo podría cavar. Tan profundo como el Silencio que agujereó mi piel y rasgó cada fibra de mi ser. Tan profundo como los mil dilemas que mi cerebro garabatea en el aire que mezcla brisa y humo de mil cigarrillos quemados a medida que el tiempo se fuma mi racionalidad, mi torso, mi cuello, mis piernas y mis brazos, dejándome siendo tan sólo ceniza de polvo de estrellas e inseguridad. Tan profundo como los signos de interrogación que se cortan en mi piel y perforan mis venas, bañándome de palabras que incineran mis células. Y más. Me acuerdo del momento en que me compararon con un escritor porque mis oraciones pueden seguir por horas y metros porque siempre me dio miedo poner un punto final que separe ideas. ¿Por qué separarlas? ¿Por qué no dejarlas ser en comunidad como yo quiero que sean, viviendo juntas en la armonía del caos que reina mi mente y disfrutar el sinsentido de mil letras que intentan encontrar sentido en donde claramente no hay? ¿Por qué debería de acatar las reglas que me dicen que tengo que seguir un tren de pensamiento, que tengo que hacer las cosas simples para quién sea que lea, que tengo que ponerle un punto, una coma, un paréntesis, un plan a algo que intenta imitar el arte de la vida que claramente no tiene orden sino un gran hilo conector que sigue por millas y días y silencios y miradas y más? Tengo un disco rígido de mil quinientos setenta y nueve terabytes en mi cabeza y siento cómo se calienta y me consume con el roce de mis dedos contra las teclas del teclado que ruegan tocar algo más que plástico y heridas levemente cicatrizadas que cada tanto se rasgan y sangran y llueven dolor por cada rincón y cada lugar. Intento aplicar la teoría que me enseñaron en las clases de locución a mis catorce años para intentar recordar cómo mierda se hacía para respirar, pero mis pulmones no quieren respirar: mis pulmones quieren absorber cada átomo y cada molécula de algo intangible por lo que voy a pelear hasta quedarme sin aliento, hasta que el tiempo me corte a la mitad, hasta que la vida aumente el porcentaje y mi mente implosione, dejándome una con la luz y las estrellas y el agua de las mil lágrimas lloradas que no quiero ni voy a llorar. Dicen que mi cuerpo es aproximadamente un setenta y cinco por ciento de agua y mientras veo el humo salir de mi boca pienso en cómo cada litro podría salir por abajo de mis uñas mientras intento inútilmente, ilusamente, pelotudamente, escupir palabras que no pueden salir porque el tiempo dicta que no tienen que salir, porque la razón rige y dicta que no pueden salir, porque hay ritmos, hay melodías, hay reglas que dicen que después de a va b y después del uno va el dos y yo no quiero pensar en nada de eso porque después de mi va el vos. Eso. Exactamente eso. Va en orden. ¿Orden? ¿Qué es el orden? ¿Para qué existe? No quiero un orden, no quiero un índice, no quiero números ni teoría aplicada a la vida que no funciona, que no debería existir, no quiero que alguien me diga qué sí y qué no porque ¿quién es ese alguien colectivo más que una construcción social que no existe en la realidad que no sabe ni está interesado en saber el ritmo en que mi corazón late ni la manera en que en este preciso momento mis pensamientos están corriendo por mi mente y escarbando y arañando contra cada músculo, cada hueso? Paso cada segundo, despierta y dormida, intentando digerir procesos y sucesos, incorporando información ajena como mía, grabando huellas dactilares en mis ojos y miradas en las yemas de mis dedos y cuerpos ajenos en mi vida y cada segundo de mi vida se comprime y desfragmenta adentro mío y ahora aparentemente hasta la física cuántica intenta decirme qué mierda pasa con mi alma después de que deja de ser mía y pasa a ser del mundo. ¿Y qué si yo digo que mi alma nunca fue mía? Es casi tan suya como mía: es una con la complicidad que juega entre mis dedos bajo las sábanas y con la cercanía que existe aún a kilómetros de distancia y más. No soy una máquina. Si así lo fuese tendría un botón de apagado que en este momento detendría las cosas que corren por mi cuerpo usando autopistas que van de acá para allá, como luciérnagas que vuelan contra la luz desesperadas intentando llenarse de algo más, como mis brazos que abrazan el vacío a mi lado y sienten que no hay vacío, no hay silencio, no hay estática, no hay nada más que el todo mismo al lado mío en esta noche que puedo escuchar como banda sonora voces ajenas y gritos y palabras y declaraciones que me encantaría decir pero el tiempo me dice que no puedo decir porque el tiempo es una mierda que un grupo de pelotudos me dice que tengo que tener en consideración sin darse cuenta que es una puta construcción social que a mí no podría chuparme más un huevo que no tengo porque me cago en lo infeliz que son todos los tarados de la re mil puta que deciden dejarse vencer por la estúpida idea de que somos todos máquinas de mierda que buscan enchufarse a una gran caja que los hace cada vez más inoperantes, más miopes cerebrales, más insulsos y vacíos y yo me rehuso con la gelatina que solían ser mis rodillas y con mi mente que está hecha de salchichas y mucho chocolate a rendirme y dejarme ganar por una estúpida construcción social que abarca tanto como el tiempo mismo que se extiende entre veinticuatro horas que suben y bajan desde la punta de mi pelo hasta las puntas de mis dedos, llenándome de sensaciones que no puedo explicar ni quiero explicar porque las palabras se quedan cortas y las tengo que ordenar en oraciones separadas por puntos y comas que separen ideas que no tengo porque no tengo ni la más puta idea de qué mierda estoy diciendo ni sé por qué carajo no estoy diciendo las dos palabras que tanto quiero decir al oído de alguien que las quiera escuchar compartiendo la misma psicosis colectiva, el mismo estúpido valor de que todos valemos más que una máquina del orto, que nuestras sonrisas, nuestras miradas, nuestras lágrimas, nuestro equipaje, nuestras propias ideas que vencen a las convencionales, y más.
Esto, mis amigos, es una pequeña muestra de mi cerebro.
Esto, mis amigos, es una pequeña muestra de mi cerebro.
martes, 12 de marzo de 2013
Sentidos.
Se despertó y, todavía con los ojos cerrados, estiró el brazo en busca de su cuerpo. El vacío lo hacía sentir como si le faltase una parte misma de él. Era la misma historia todas las mañanas: despertarse y pelear la sensación de ese síndrome de miembro fantasma. Todavía podía sentir su perfume en la almohada y el peso de su cuerpo en el colchón, pero la luz de la mañana siempre le recordaba que era todo una ilusión y lo incapacitaba. Era como si los 206 huesos de su cuerpo repentinamente se rompieran mientras alguien tiraba de sus piernas y brazos para lados opuestos y escarbaba en su pecho en busca de algo que él pensaba ya no estaba y se había ido con ella.
Abrió los ojos y respiró el vacío, intentando así capaz incorporar alguna partícula de su ser que hubiese quedado flotando en el aire o escondida entre los dobleces de las sábanas. Miró el reloj sentado en la mesa de luz, burlándose de él mientras gritaba los recuerdos de las horas gastadas en los números verdes de sus luces led. Más allá de la mesa, vio el ropero abierto: violado y ultrajado, desnudo del cincuenta por ciento de sus pertenencias y forzado a vivir con sólo la mitad de las cosas que había aprendido a decir suyas.
Se sentó en la cama deshecha con las piernas pálidas (tal vez por el frío, tal vez por el miedo) estiradas cada vez más, como si fuesen a descolocarse de su propia cadera y tomar carrera para ir a buscarla.
La luz de la mañana, colándose por los agujeros de la cortina, iluminaban la habitación, forzándolo a ver los porta-retratos vacíos o volcados sobre los muebles en su vergüenza y él, poco a poco, se dejó ir a ese lugar adonde siempre iba: la duda lo carcomía como alguna vez había hecho su amor o la sed insaciable de ella.
En orden, su mirada pintó signos de interrogación en las paredes de la habitación que demandaban saber dónde estaría, si estaría sola o el nombre de quién la hiciera vociferar su pasión entre gritos estos días.
Abrió los ojos y respiró el vacío, intentando así capaz incorporar alguna partícula de su ser que hubiese quedado flotando en el aire o escondida entre los dobleces de las sábanas. Miró el reloj sentado en la mesa de luz, burlándose de él mientras gritaba los recuerdos de las horas gastadas en los números verdes de sus luces led. Más allá de la mesa, vio el ropero abierto: violado y ultrajado, desnudo del cincuenta por ciento de sus pertenencias y forzado a vivir con sólo la mitad de las cosas que había aprendido a decir suyas.
Se sentó en la cama deshecha con las piernas pálidas (tal vez por el frío, tal vez por el miedo) estiradas cada vez más, como si fuesen a descolocarse de su propia cadera y tomar carrera para ir a buscarla.
La luz de la mañana, colándose por los agujeros de la cortina, iluminaban la habitación, forzándolo a ver los porta-retratos vacíos o volcados sobre los muebles en su vergüenza y él, poco a poco, se dejó ir a ese lugar adonde siempre iba: la duda lo carcomía como alguna vez había hecho su amor o la sed insaciable de ella.
En orden, su mirada pintó signos de interrogación en las paredes de la habitación que demandaban saber dónde estaría, si estaría sola o el nombre de quién la hiciera vociferar su pasión entre gritos estos días.
lunes, 11 de marzo de 2013
Guía del usuario.
Esto es para Vos, porque no te lo puedo decir con otras palabras ni de otra manera, pero sé que sabés que sé que leés esto.
Sí, estás acá.
Si alguien que me lea se siente identificado con un personaje o se encuentra entre mis palabras, lo más probable es que sea ese personaje. Vos sos uno.
No te voy a decir cual. Los cambios de nombre están ahí por una razón.
Hay más de una entrada que tendría que tener más de una etiqueta porque habla de más de una persona, pero no me gusta. Por eso etiqueto al que más importa en conexión a lo que sentía cuando escribí la entrada.
Estás. Sabés que estás. No es muy difícil encontrarte tampoco. Tampoco es difícil encontrar por qué sos parte de este capítulo de mi blog en el cual hay más realidad y menos cuotas de ficción.
Por favor, entendé que no puedo usar otras palabras para decirte lo que está acá. Entendé que capaz podría, pero no puedo ahora.
Sí, estás acá.
Si alguien que me lea se siente identificado con un personaje o se encuentra entre mis palabras, lo más probable es que sea ese personaje. Vos sos uno.
No te voy a decir cual. Los cambios de nombre están ahí por una razón.
Hay más de una entrada que tendría que tener más de una etiqueta porque habla de más de una persona, pero no me gusta. Por eso etiqueto al que más importa en conexión a lo que sentía cuando escribí la entrada.
Estás. Sabés que estás. No es muy difícil encontrarte tampoco. Tampoco es difícil encontrar por qué sos parte de este capítulo de mi blog en el cual hay más realidad y menos cuotas de ficción.
Por favor, entendé que no puedo usar otras palabras para decirte lo que está acá. Entendé que capaz podría, pero no puedo ahora.
domingo, 10 de marzo de 2013
El juego de la vida.
Me encantaría poder usar mis palabras,
pero mi mente está demasiado ocupada descifrando cómo se mueve el caballo
y qué hiciste con tu reina cuatro turnos atrás.
Pienso diez movimientos adelante en el tiempo,
treinta oraciones que quiero llegar a decir
pero, para cuando llega el momento,
perdí mi turno y me perdí a mí misma en el juego.
Apostar siendo neurótica no es fácil.
Tengo la mano, las fichas, las cartas en el tablero
y mis manos tiemblan con miedo
porque siempre hay lugar a una pizca de duda en una mirada amiga
que da lugar a una mentira porque todos quieren ganar.
¿Ganar qué?
Lo que todos queremos no es una gran entrada
sino una salida triunfal.
Queremos poder darnos vuelta,
ver nuestra sangre y sudor en la mesa,
recordar el suspiro de alivio cuando nuestra mano nos dio aires de grandeza
y sentir...
¿Sentir qué?
Sentir la adrenalina corriendo por nuestra sangre.
Sentir la derrota por fin drenándose por nuestros poros,
goteando por las patas de la silla
y dejando un charco en nuestro lugar mojado con nuestras inseguridades.
¿Eso es ganar?
Siento como los otros jugadores de la vida sienten el hedor de mi miedo.
De la neurosis a la psicosis hay sólo un par de pasos a caminar.
Veo en sus miradas el rojo de la codicia de la victoria porque
todos quieren ganar,
pero entre esos ojos busco el par que resalte en tonos violáceos
que me recuerde en mi peor momento que lo que yo estoy buscando es lo más cercano
a lo que una atea como yo puede considerar pecar.
Escaneo la sala buscando avistar dos ojos que tengan tanto de retina como de cristal,
que logren hacer un salto en el tiempo
y abrir un portal entre mi silencio y el suyo
para recordarme que las reglas de la vida no son las que me han forzado a respetar.
Todos quieren ganar.
Ganar el respeto en la oficina,
ganarse el nombre de la familia.
Ganarse la pareja trofeo, los hijos, la casa, el auto, el patio y la vida ideal.
Ganarse el derecho a portar las ojeras de la rutina y los kilos perdidos
y la ceguera inevitable de ver mucho de nada especial.
Yo no quiero ganar.
Yo quiero perder.
Quiero perderme en el sinsentido
y la marea de los pozos sin fondo de inseguridades de alguien más.
Quiero perder ante la electricidad que corre desde la yema de mis dedos
hasta la punta de mis pies,
erizando mi piel y recordandomé de cada rincón olvidado,
de cada centímetro maltratado.
Quiero recordar el sabor de la derrota en mis labios,
y el escozor de la vergüenza en mi cintura avanzando hacia mis piernas.
Yo no quiero ganar.
No quiero ser la última en cruzar la meta.
Yo no quiero llegar.
Porque lo que quiero es encontrar el punto en el espacio y el tiempo
donde no importen los tréboles ni los bastos.
Donde no haya límites de tiempo, donde no haya cuadrados que limiten cuánto puedo avanzar.
Donde las reglas las escriban tus dudas en las mías.
Donde haya infinitas mañanas y noches que nunca terminan.
Quiero perder ante la magia de las cartas tiradas en el piso,
y de dos corazones quemados en violeta que fusionados hagan una llama que ilumine y consuma.
pero mi mente está demasiado ocupada descifrando cómo se mueve el caballo
y qué hiciste con tu reina cuatro turnos atrás.
Pienso diez movimientos adelante en el tiempo,
treinta oraciones que quiero llegar a decir
pero, para cuando llega el momento,
perdí mi turno y me perdí a mí misma en el juego.
Apostar siendo neurótica no es fácil.
Tengo la mano, las fichas, las cartas en el tablero
y mis manos tiemblan con miedo
porque siempre hay lugar a una pizca de duda en una mirada amiga
que da lugar a una mentira porque todos quieren ganar.
¿Ganar qué?
Lo que todos queremos no es una gran entrada
sino una salida triunfal.
Queremos poder darnos vuelta,
ver nuestra sangre y sudor en la mesa,
recordar el suspiro de alivio cuando nuestra mano nos dio aires de grandeza
y sentir...
¿Sentir qué?
Sentir la adrenalina corriendo por nuestra sangre.
Sentir la derrota por fin drenándose por nuestros poros,
goteando por las patas de la silla
y dejando un charco en nuestro lugar mojado con nuestras inseguridades.
¿Eso es ganar?
Siento como los otros jugadores de la vida sienten el hedor de mi miedo.
De la neurosis a la psicosis hay sólo un par de pasos a caminar.
Veo en sus miradas el rojo de la codicia de la victoria porque
todos quieren ganar,
pero entre esos ojos busco el par que resalte en tonos violáceos
que me recuerde en mi peor momento que lo que yo estoy buscando es lo más cercano
a lo que una atea como yo puede considerar pecar.
Escaneo la sala buscando avistar dos ojos que tengan tanto de retina como de cristal,
que logren hacer un salto en el tiempo
y abrir un portal entre mi silencio y el suyo
para recordarme que las reglas de la vida no son las que me han forzado a respetar.
Todos quieren ganar.
Ganar el respeto en la oficina,
ganarse el nombre de la familia.
Ganarse la pareja trofeo, los hijos, la casa, el auto, el patio y la vida ideal.
Ganarse el derecho a portar las ojeras de la rutina y los kilos perdidos
y la ceguera inevitable de ver mucho de nada especial.
Yo no quiero ganar.
Yo quiero perder.
Quiero perderme en el sinsentido
y la marea de los pozos sin fondo de inseguridades de alguien más.
Quiero perder ante la electricidad que corre desde la yema de mis dedos
hasta la punta de mis pies,
erizando mi piel y recordandomé de cada rincón olvidado,
de cada centímetro maltratado.
Quiero recordar el sabor de la derrota en mis labios,
y el escozor de la vergüenza en mi cintura avanzando hacia mis piernas.
Yo no quiero ganar.
No quiero ser la última en cruzar la meta.
Yo no quiero llegar.
Porque lo que quiero es encontrar el punto en el espacio y el tiempo
donde no importen los tréboles ni los bastos.
Donde no haya límites de tiempo, donde no haya cuadrados que limiten cuánto puedo avanzar.
Donde las reglas las escriban tus dudas en las mías.
Donde haya infinitas mañanas y noches que nunca terminan.
Quiero perder ante la magia de las cartas tiradas en el piso,
y de dos corazones quemados en violeta que fusionados hagan una llama que ilumine y consuma.
Resaca de rol y un par de otros males.
- ¿Hace cuánto jugás?
- Casi veintidós años. ¿Vos?
- Treinta y tres. ¿En serio sólo veintidós?
- Sí, pero jugué mucho con toda la gente incorrecta. Ya estoy harta, igual.
- Creo que todos pasamos por eso.
- Sí, probablemente. Es que no me gusta mucho no tener ni voz ni voto en qué me pasa.
- Creeme que te entiendo. Llega a un punto en que lo único que querés hacer es correr y encerrarte en un lugar, y olvidarte que te enseñaron a jugar en primer lugar.
- El problema es cuando tenés las reglas escritas en la piel. Vayas a donde vayas, te mirás tu propio cuerpo y las ves: en una mesa en un bar, estando en tu cama,...
- Y hay peores lugares. Hay agravantes: caminando en la calle, mirando que alguien más te sostiene la mano...
- Sí. Y querés confiar, pero ya han hecho tanto daño. No sabés si esa mano es una mentira aún cuando todo adentro tuyo te pide que creas que es verdad porque querés la emoción del primer juego de nuevo.
- Moriste y volviste al ruedo tantas veces que empezás a dudar hasta de tus propias acciones.
- Tal cual.
- Es horrible.
- Sí.
- Me encantaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que duelan menos cuando todo se acabe.
- O que impidan que acabe.
- Mejor todavía. Nada peor que ese sabor amargo cuando te despertás y sabés que el juego acabó; que todo ese tiempo que invertiste en aprenderte los nombres, los detalles, todo, fue en vano. Ahora tenés que aprenderte nuevos. Invertir más tiempo.
- Odio el tiempo.
- Yo también.
- Me gustaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que no duelan para nada.
- Exacto. Unas que no me hagan querer llorar y vomitar cuando todo se acabe.
- Porque lo que la experiencia me dice es que es inevitable que acabe.
- Un asco.
- Sí. ¿Te alcanzo a tu casa?
- Es tarde: no quiero jugar.
- Yo tampoco.
- Casi veintidós años. ¿Vos?
- Treinta y tres. ¿En serio sólo veintidós?
- Sí, pero jugué mucho con toda la gente incorrecta. Ya estoy harta, igual.
- Creo que todos pasamos por eso.
- Sí, probablemente. Es que no me gusta mucho no tener ni voz ni voto en qué me pasa.
- Creeme que te entiendo. Llega a un punto en que lo único que querés hacer es correr y encerrarte en un lugar, y olvidarte que te enseñaron a jugar en primer lugar.
- El problema es cuando tenés las reglas escritas en la piel. Vayas a donde vayas, te mirás tu propio cuerpo y las ves: en una mesa en un bar, estando en tu cama,...
- Y hay peores lugares. Hay agravantes: caminando en la calle, mirando que alguien más te sostiene la mano...
- Sí. Y querés confiar, pero ya han hecho tanto daño. No sabés si esa mano es una mentira aún cuando todo adentro tuyo te pide que creas que es verdad porque querés la emoción del primer juego de nuevo.
- Moriste y volviste al ruedo tantas veces que empezás a dudar hasta de tus propias acciones.
- Tal cual.
- Es horrible.
- Sí.
- Me encantaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que duelan menos cuando todo se acabe.
- O que impidan que acabe.
- Mejor todavía. Nada peor que ese sabor amargo cuando te despertás y sabés que el juego acabó; que todo ese tiempo que invertiste en aprenderte los nombres, los detalles, todo, fue en vano. Ahora tenés que aprenderte nuevos. Invertir más tiempo.
- Odio el tiempo.
- Yo también.
- Me gustaría poder escribir nuevas reglas.
- Unas que no duelan para nada.
- Exacto. Unas que no me hagan querer llorar y vomitar cuando todo se acabe.
- Porque lo que la experiencia me dice es que es inevitable que acabe.
- Un asco.
- Sí. ¿Te alcanzo a tu casa?
- Es tarde: no quiero jugar.
- Yo tampoco.
viernes, 8 de marzo de 2013
DFTBA
Vamos a jugar a un juego, ¿te parece? Se llama "Vamos a ser honestos."
Por muchos años me sentí chiquita, hasta insignificante. Creo que fueron los 21 años de mi vida más cansadores. Ja, ¿entienden? porque tengo 21 años. En fin. Me sentía una mierda.
Con todos los problemas y con todos los traumas y secuelas y enfermedades y la soledad y las relaciones fracasadas y mi profundo odio por mí misma, no era fácil no sentirse insignificante. Básicamente, era todo una mierda.
Me gustaría poder disfrazar esta entrada con palabras grandes y metáforas y analogías y loqueustedesquieras, pero no. No tengo ganas. Tengo ganas de plasmar esto de manera simple y contar de toda la magia porque en un año quiero poder volver a entrar a esto y recordar que estoy llorando como pelotuda en mi cama.
La cuestión es que mis años desde la adolescencia hasta mis veintiuno fueron medio apestosos. El año pasado empezó para la mierda y no ayudo ni un poco. Pero, pasó algo más. A eso de mitad de año corté con alguien y me empecé a juntar más con un grupo GIGANTE de gente que conocí por internet y aprendí las implicancias de realmente amar a alguien. De a poco, al haber entendido de qué se trataba ese verbo, empecé a aprender a aplicarlo a mí misma.
No sé muy bien cómo llegué o llegamos a este punto. Sí, la vida es una mierda. Sí, todavía tengo deudas. Sí, todavía no me entiendo a mi misma. Pero no, mi vida no es una mierda.
Hoy no me siento insignificante. Hoy me siento parte de un todo genial. Es un todo muy raro, porque entre las diferencias de creencias políticas, las de edad, de locación y millones más, conformamos un todo bastante unido. Es un algo que evolucionó a un todo porque se convirtieron en mis amigos y en los chicos con los cuales me junto al menos un viernes al mes para leer poesía y los que me hicieron volver a escribir en español y los que me bancan cuando les hablo de miles de porquerías en una hora. Es un algo que evolucionó a un todo porque le dieron lugar a mi vida.
Normalmente, estoy consciente de esto. Cuando trabajo y les hablo, sé lo mucho que me cambiaron y me ayudaron. Normalmente, a nivel consciente estoy al tanto de todo lo que me caen bien, pero hoy... Hoy es un día diferente.
Hoy no sólo me dieron un genial comienzo a una historia buena, sino que me dieron una bolsa inagotable de magia. Es una magia rara que se traduce a aproximadamente muchos miles de dólares para una organización sin fines de lucro para la cual dejamos de ser muchos, nos convertimos en un todo y no paramos hasta llegar a algo.
Lo logramos. Llegamos a nuestro algo.
Cuando me muera, lo más probable es que mi cuerpo se pudra y la gente siga su vida, pero en algún punto de la historia va a quedar marcado un puntito chiquito que decía que fui parte de algo que hizo algo bueno. Y ese algo bueno pasó gracias a todo.
Gracias por toda la magia. Entre mi llanto de este momento y las horas que invertimos para lograr que esto pasara, no hay palabras suficientes para explicar lo que pasa por mi cabeza.
Por muchos años me sentí chiquita, hasta insignificante. Creo que fueron los 21 años de mi vida más cansadores. Ja, ¿entienden? porque tengo 21 años. En fin. Me sentía una mierda.
Con todos los problemas y con todos los traumas y secuelas y enfermedades y la soledad y las relaciones fracasadas y mi profundo odio por mí misma, no era fácil no sentirse insignificante. Básicamente, era todo una mierda.
Me gustaría poder disfrazar esta entrada con palabras grandes y metáforas y analogías y loqueustedesquieras, pero no. No tengo ganas. Tengo ganas de plasmar esto de manera simple y contar de toda la magia porque en un año quiero poder volver a entrar a esto y recordar que estoy llorando como pelotuda en mi cama.
La cuestión es que mis años desde la adolescencia hasta mis veintiuno fueron medio apestosos. El año pasado empezó para la mierda y no ayudo ni un poco. Pero, pasó algo más. A eso de mitad de año corté con alguien y me empecé a juntar más con un grupo GIGANTE de gente que conocí por internet y aprendí las implicancias de realmente amar a alguien. De a poco, al haber entendido de qué se trataba ese verbo, empecé a aprender a aplicarlo a mí misma.
No sé muy bien cómo llegué o llegamos a este punto. Sí, la vida es una mierda. Sí, todavía tengo deudas. Sí, todavía no me entiendo a mi misma. Pero no, mi vida no es una mierda.
Hoy no me siento insignificante. Hoy me siento parte de un todo genial. Es un todo muy raro, porque entre las diferencias de creencias políticas, las de edad, de locación y millones más, conformamos un todo bastante unido. Es un algo que evolucionó a un todo porque se convirtieron en mis amigos y en los chicos con los cuales me junto al menos un viernes al mes para leer poesía y los que me hicieron volver a escribir en español y los que me bancan cuando les hablo de miles de porquerías en una hora. Es un algo que evolucionó a un todo porque le dieron lugar a mi vida.
Normalmente, estoy consciente de esto. Cuando trabajo y les hablo, sé lo mucho que me cambiaron y me ayudaron. Normalmente, a nivel consciente estoy al tanto de todo lo que me caen bien, pero hoy... Hoy es un día diferente.
Hoy no sólo me dieron un genial comienzo a una historia buena, sino que me dieron una bolsa inagotable de magia. Es una magia rara que se traduce a aproximadamente muchos miles de dólares para una organización sin fines de lucro para la cual dejamos de ser muchos, nos convertimos en un todo y no paramos hasta llegar a algo.
Lo logramos. Llegamos a nuestro algo.
Cuando me muera, lo más probable es que mi cuerpo se pudra y la gente siga su vida, pero en algún punto de la historia va a quedar marcado un puntito chiquito que decía que fui parte de algo que hizo algo bueno. Y ese algo bueno pasó gracias a todo.
Gracias por toda la magia. Entre mi llanto de este momento y las horas que invertimos para lograr que esto pasara, no hay palabras suficientes para explicar lo que pasa por mi cabeza.
Volvemos con las matemáticas.
Ella simplemente se sentó, mordièndose el labio mientras intentaba digerir el nudo en su garganta y las miles de piedras en sus pulmones que le impedían respirar como Dios manda.
- ¿Qué querés decir con eso?
La habitación repentinamente se llenó de frío. El termostato decía veintisiete grados pero cada suspiro que salía de su boca enfriaba más y más ese espacio cerrado. Se podía cortar la tensión con un tramontina de serrucho.
- No me lo preguntes ahora.
Levantó la mirada esperando que sus ojos se encontraran con los de él, pero no. Ella seguía mirando el piso con su pelo tapando su rostro y las capas de ropa ocultando cada parte de su cuerpo. Un saco, un buzo, una camisa y su corpiño lo separaban de su corazón.
- No entiendo por qué no me querés decir.
Intentó leer algún tipo de señal en sus manos, que jugaban a las escondidas en las mangas del buzo colorado. Consideró sumergirse en el sillón a su lado, pero decidió que no necesitaba más distancia entre ellos dos. En vez, apartó una silla de la mesa, alejándola lo más posible hasta casi llegar a las esquinas de la pared.
Silencio. Contó los segundos y se limitó a medir cómo se iban convirtiendo en minutos. Mientras, intentaba inútilmente graficar en el aire la sucesión de acontecimientos para encontrar cuándo había sido exactamente que la parábola había empezado a moverse para el cuadrante negativo.
- Tengo miedo.
Podía sentir cómo sus palabras latigaban su cuerpo. Él ya no estaba para esto. Odiaba tener que ubicarse entre sus silencios sin saber bien dónde pararse entre su duda y su miedo. Miró en dirección a la puerta y contó los pasos que le tomaría escapar de ese lugar: siete. Intentó pararse y huir pero ni bien se puso en pie, sus piernas empezaron a temblar con sus palabras.
- Somos como un triángulo.
Con ella siempre era un misterio. Le gustaban las metáforas y las analogías y, aunque él intentaba seguirlas, llegaba a un punto en que se encontraba a él mismo perdido en una conversación de dos horas y media tras la cual se sentía más perdido todavía.
- ¿Qué?
Ella se paró. La vio acercarse a la puerta del cuarto y detenerse. Intentó nuevamente leer algún tipo de señal en su postura ya que su boca no pronunciaba más que silencios, pero era pelotudo siquiera intentarlo.
- La suma de los catetos es igual la hipotenusa al cuadrado.
Su cabeza intentaba establecer una conexión entre las clases de geometría y las de literatura y lenguas en la secundaría. Sentía que había faltado a todo un cuatrimestre donde habían explicado la correlación entre ambas y se había sacado un dos en la prueba final y era por eso que no la entendía.
- ¿Qué?
Ella se quedó parada en el marco de la puerta que separaba el living del cuarto. Todavía le daba la espalda. Él nuevamente contaba los pasos hacia la salida y pensaba si huir realmente era lo que quería. Sí, era un misterio. Sí, le dolía la cabeza de tan sólo pensar en intentar descifrarla. Pero sí, había algo más.
- Vos sos un cateto. Yo soy otro.
- ¿Y el otro lado?
Silencio de nuevo. La observaba a la distancia y veía cómo su cuerpo estaba como congelado en ese mismo punto. Se sentían horas entre que habían llegado del bar y cruzado la puerta a la casa.
- Lo que siento por vos, pero me da miedo porque todavía no sé el resultado.
Miraba la parábola que había trazado en el aire entre ella y él e intentaba concentrarse en el cambio de los cuadrantes. Intentaba concentrarse. Era como si hubiese hecho una pésima tirada y lo único que podía notar eran sus manos alejándose de su cintura y haciendo magia en su ropa. Se quedó en su lugar mientras miraba cómo ella había quedado desnuda en el marco de la puerta y le extendía la mano.
- ¿Venís?
- ¿Qué querés decir con eso?
La habitación repentinamente se llenó de frío. El termostato decía veintisiete grados pero cada suspiro que salía de su boca enfriaba más y más ese espacio cerrado. Se podía cortar la tensión con un tramontina de serrucho.
- No me lo preguntes ahora.
Levantó la mirada esperando que sus ojos se encontraran con los de él, pero no. Ella seguía mirando el piso con su pelo tapando su rostro y las capas de ropa ocultando cada parte de su cuerpo. Un saco, un buzo, una camisa y su corpiño lo separaban de su corazón.
- No entiendo por qué no me querés decir.
Intentó leer algún tipo de señal en sus manos, que jugaban a las escondidas en las mangas del buzo colorado. Consideró sumergirse en el sillón a su lado, pero decidió que no necesitaba más distancia entre ellos dos. En vez, apartó una silla de la mesa, alejándola lo más posible hasta casi llegar a las esquinas de la pared.
Silencio. Contó los segundos y se limitó a medir cómo se iban convirtiendo en minutos. Mientras, intentaba inútilmente graficar en el aire la sucesión de acontecimientos para encontrar cuándo había sido exactamente que la parábola había empezado a moverse para el cuadrante negativo.
- Tengo miedo.
Podía sentir cómo sus palabras latigaban su cuerpo. Él ya no estaba para esto. Odiaba tener que ubicarse entre sus silencios sin saber bien dónde pararse entre su duda y su miedo. Miró en dirección a la puerta y contó los pasos que le tomaría escapar de ese lugar: siete. Intentó pararse y huir pero ni bien se puso en pie, sus piernas empezaron a temblar con sus palabras.
- Somos como un triángulo.
Con ella siempre era un misterio. Le gustaban las metáforas y las analogías y, aunque él intentaba seguirlas, llegaba a un punto en que se encontraba a él mismo perdido en una conversación de dos horas y media tras la cual se sentía más perdido todavía.
- ¿Qué?
Ella se paró. La vio acercarse a la puerta del cuarto y detenerse. Intentó nuevamente leer algún tipo de señal en su postura ya que su boca no pronunciaba más que silencios, pero era pelotudo siquiera intentarlo.
- La suma de los catetos es igual la hipotenusa al cuadrado.
Su cabeza intentaba establecer una conexión entre las clases de geometría y las de literatura y lenguas en la secundaría. Sentía que había faltado a todo un cuatrimestre donde habían explicado la correlación entre ambas y se había sacado un dos en la prueba final y era por eso que no la entendía.
- ¿Qué?
Ella se quedó parada en el marco de la puerta que separaba el living del cuarto. Todavía le daba la espalda. Él nuevamente contaba los pasos hacia la salida y pensaba si huir realmente era lo que quería. Sí, era un misterio. Sí, le dolía la cabeza de tan sólo pensar en intentar descifrarla. Pero sí, había algo más.
- Vos sos un cateto. Yo soy otro.
- ¿Y el otro lado?
Silencio de nuevo. La observaba a la distancia y veía cómo su cuerpo estaba como congelado en ese mismo punto. Se sentían horas entre que habían llegado del bar y cruzado la puerta a la casa.
- Lo que siento por vos, pero me da miedo porque todavía no sé el resultado.
Miraba la parábola que había trazado en el aire entre ella y él e intentaba concentrarse en el cambio de los cuadrantes. Intentaba concentrarse. Era como si hubiese hecho una pésima tirada y lo único que podía notar eran sus manos alejándose de su cintura y haciendo magia en su ropa. Se quedó en su lugar mientras miraba cómo ella había quedado desnuda en el marco de la puerta y le extendía la mano.
- ¿Venís?
jueves, 7 de marzo de 2013
Si me muero, ¿qué....
Mi cabeza está teniendo conversaciones muy raras en este momento con la parte de mí que lee conspiraciones y...
Creo que estoy demasiado dormida como para tener un "humor"...
El de IT vino al trabajo en traje.
La coca de la máquina de latitas estaba fría.
Quiero bajar a fumar.
Verdades universales.
Mi cabeza está teniendo conversaciones muy raras en este momento con la parte de mí que lee conspiraciones y...
Creo que estoy demasiado dormida como para tener un "humor"...
El de IT vino al trabajo en traje.
La coca de la máquina de latitas estaba fría.
Quiero bajar a fumar.
Verdades universales.
I rock too fast for love. I’m footloose in my Velcro shoes.
Misma hora de siempre. El reloj se burlaba de ella. Un pie delante del otro. Un paso a la vez.
Respirá, se repetía en voz alta, convencida de que el ruido de su música en los auriculares la mantenían oculta del resto de la vida. Respirá.
Su cuerpo no se sacudía pero sí se bamboleaba de un lado para el otro. Miraba a sus lados buscando un punto fijo en cual concentrarse para evitar irse al piso, pero donde fuese que miraba, veía colores muy fuertes, o muy tristes, o muy ruidosos. Nada servía.
Respirá.
Buscaba un escondite entre la multitud que parecía tener ojos sólo para ella. Capaz era que esa mañana se había olvidado de maquillarse. Capaz lo notaban. Un pie delante del otro y con cada paso ella se preguntaba por qué era que su hermana siempre se veía bien recién despierta y ella tenía que pasar una hora frente al espejo para igual verse horrenda.
Consiguió un punto apartado, entre el café donde había discutido con su ex aquella vez acerca de la diferencia entre la palabra cafetería y bar y el kiosco donde había comprado el paquete de carilinas para secarse las lágrimas cuando cortaron once meses después. Se sumergió en la sombra, se sentó sobre sus talones y respiró.
Uno. Dos. Tres.
De nuevo.
Uno. Dos. Tres.
Otra vez.
Uno... Dos... Ya está.
La sangre volvía de a poco a su cabeza escurriéndose en gotas de las luces de los semáforos y los números del reloj. Cinco y dos. Alto. Rojo.
Respirá, se repetía en voz alta, convencida de que el ruido de su música en los auriculares la mantenían oculta del resto de la vida. Respirá.
Su cuerpo no se sacudía pero sí se bamboleaba de un lado para el otro. Miraba a sus lados buscando un punto fijo en cual concentrarse para evitar irse al piso, pero donde fuese que miraba, veía colores muy fuertes, o muy tristes, o muy ruidosos. Nada servía.
Respirá.
Buscaba un escondite entre la multitud que parecía tener ojos sólo para ella. Capaz era que esa mañana se había olvidado de maquillarse. Capaz lo notaban. Un pie delante del otro y con cada paso ella se preguntaba por qué era que su hermana siempre se veía bien recién despierta y ella tenía que pasar una hora frente al espejo para igual verse horrenda.
Consiguió un punto apartado, entre el café donde había discutido con su ex aquella vez acerca de la diferencia entre la palabra cafetería y bar y el kiosco donde había comprado el paquete de carilinas para secarse las lágrimas cuando cortaron once meses después. Se sumergió en la sombra, se sentó sobre sus talones y respiró.
Uno. Dos. Tres.
De nuevo.
Uno. Dos. Tres.
Otra vez.
Uno... Dos... Ya está.
La sangre volvía de a poco a su cabeza escurriéndose en gotas de las luces de los semáforos y los números del reloj. Cinco y dos. Alto. Rojo.
Hagamos de cuenta que no: pensando en voz alta.
Me gustaría perderme en los rincones de tu clavícula con el silencio de la noche y de la mañana como banda sonora de nuestra aventura. Me gustaría detener el tiempo y alargar el momento para sentir el fuego consumir mi cuerpo. Me perdería por horas en tu neurosis y pasearía por las vueltas que dan las ideas en tu cabeza. La vida es un misterio y vos te estableciste como uno de mis rompecabezas preferidos.
estoy demasiado dormida como para seguirla. la próxima.
estoy demasiado dormida como para seguirla. la próxima.
miércoles, 6 de marzo de 2013
Sensaciones bisiestas.
Es esa sensación comparable a un año bisiesto. Sabés que va a venir, pero pasa el tiempo y te olvidás qué año es y cuánto tiempo atrás fue la última vez y para cuando te das cuenta, te acordás de qué trató su ausencia. Se hace desear, por algo se espera. No digo que uno se inmute, la vida sigue. Los días corren, las horas pasan, los recuerdos vuelan. Pasan estaciones enteras sin esa sensación. Y de repente, te acordás. Te cae la ficha de por qué ese 29 de febrero no es como otros, tanto como esa sensación no se compara con ninguna otra. No podes hacerla caber en años donde no entra. No podés escribirla en historias donde no quiere que la cuentes. No podés forzar a un día a existir donde no debe. Tampoco podés hacer de cuenta que no existe cuando sí.
Es caos, es verdad. De repente un día más. Uno que habías descartado, capaz. Te sacude la rutina. Pero mejor aprovecharlo mientras está.
Es caos, es verdad. De repente un día más. Uno que habías descartado, capaz. Te sacude la rutina. Pero mejor aprovecharlo mientras está.
martes, 5 de marzo de 2013
Romper y arreglar.
Se sentó a esperar. ¿Qué? No sabía todavía. Descansaba la vista en cada rincón buscando migas de los recuerdos de los que se había deshecho, mientras arrastraba los pies por el piso de aquella habitación tan llena, pero tan vacía de lo que vale la pena. Sus dedos paseaban por el borde del vaso a medio terminar en la mesa ratona al lado suyo, mientras sus ojos se cerraban.
De repente ya no estaba más encerrado entre esas cuatro paredes. El frío del viento que corría más rápido que el tren lo perforaba. Miraba sus zapatos tan negros como siempre, las hojas naranjas bajo sus pies, y se preguntaba cuándo había sido la última vez que el crujir del otoño le había robado una sonrisa. Podía oler la lluvia aproximarse de la misma manera que podía oler la tinta de la impresora de su oficina en sus manos. La gente pasaba de un y otro lado y se ponía en posición en el punto exacto donde la puerta se abriría. Él todavía tenía el sabor en su boca de cuando, años atrás, solía preguntarse si las personas tenían un sexto sentido o si esto era gracias a la magia de la vida. Ahora sabía la respuesta: pura rutina.
De nuevo en la habitación sus piernas le exigían moverse. ¿A dónde? Todavía no sabían. Un trago más y sus labios besaban el hielo y el whisky aguado que el vaso ya no tenía. Su cabeza le pesaba, apoyada en el respaldo de su silla. Cerraba nuevamente sus ojos para intentar escapar, pero los intentos eran fútiles. La oscuridad de la noche, el reflejo de otra serie insípida de televisión en los vidrios de los ventanales, el ruido imposible de apagar u opacar del silencio haciendo eco en la cafetera y en la ducha del baño de atrás. Había vacío abismal en cada rincón que mirara. Las manijas del reloj le recordaban del tiempo yéndose de sus manos, como el control de su vida, el respeto hacia su lugar de trabajo, el amor que lo solía llenar. El humo saliendo de su boca escribía formas en el aire condensado, imposibles de leer o descifrar. Sentía el calor viajando por su traquea hasta incendiar los pulmones, y rogaba que un día de estos el fuego lo lograra matar.
Nuevamente en la estación, esperaba. Lo mismo de siempre: mismo lugar, misma gente. Las telas eran siempre de los mismos tonos opacos, imitando las sonrisas de las personas que no le pedían permiso al pasar. Reducido a un número, a un árbol cuya única tarea era echar raíces en aquel lugar, haciendo cuentas que nunca jamás daban un resultado que no debiese de dar, balanceaba su peso de una pierna a la otra.
Recordaba este día como cualquier otro, aunque no lo era. En un abrir y cerrar de ojos, el tren estacionado frente a su rostro lo había empujado hacia atrás y las sombras de personas apuradas para entrar golpeaban tanto su cuerpo como su espíritu en el afán de lograrlo. En cuestión de segundos el contorno del tren se difuminaba con los bordes de los edificios y los negros oscuros del horizonte de la ciudad.
Sus piernas esperaban órdenes, pero su mente se rehusaba a extenderlas. Asustado, mejor dicho en pánico, notó el color en su abrigo mientras sus piernas rosadas seguían el ritmo del claqueteo de sus zapatos sobre el suelo frío. Él no podía más que mirar -¿admirar?- cómo sus ojos se detenían a mirar el tiempo pasar en el pequeño torbellino de colillas de cigarrillo y papeles dejados atrás que revoloteaba al pie de las escaleras. Nuevamente el mismo destino: el tren abalanzándose sobre su mañana, la horda de personas en guerra por un lugar para refugiarse del frío del mundo, sus pies anclados a la tierra y sus ojos fijados en el calor de sus labios moviéndose al ritmo de una música que sus oídos no podían escuchar. Lentamente se sentía perderse en el toque eléctrico de sus dedos contra las rejas ahora violetas a su lado. Su garganta inundada por nudos y sedienta de ella.
La habitación de repente emitía calor. Sus ojos avistaban los rojos en las paredes y los tonos violáceos en su piel. La luz se colaba entre la persiana y los espacios entre sus dedos, alumbrando su espalda desnuda a su lado. Mas allá, notaba un vaso de agua a medio llenar.
domingo, 3 de marzo de 2013
El pato hace cuak.
¿Te acordás esa promesa que hicimos entre sujetos tácitos y vasos vacíos? ¿Cuando me dijiste que, sin importar qué pasara, o la distancia, o el tiempo metiendo mano entre los tequieros, íbamos a seguir siendo amigos?
¿Te acordás de aquellas noches bajo la luna y el cielo estrellado? Con el humo saliendo de nuestras bocas como verdades universales que nos tocaban el alma y nos llenaban los pulmones de metáforas y sabiduría falsa; con la seguridad de quien sabe quién es o qué quiere hacer; con la certeza de que si uno se eleva no es obligatorio caer; con la fuerza y fortaleza de muchos seres, pero que nosotros nunca logramos tener.
Yo sí.
Me acuerdo del contrato que firmamos con risas y dados y palabras en cartas que no sabía leer. Recuerdo tu voz y el tono de tu mirada cuando me pediste ayuda la primera vez. Recuerdo la derrota en mis labios y en mis brazos las veces que te llamé a medianoche llorando a más no poder.
Hoy la distancia puede haberse instalado entre nosotros. El tiempo puede haber cobrado su deuda, pero ¿qué es una más cuando hay tantas cuotas y facturas que pagarle a la realidad? Yo sigo acá. Yo sigo acá sentada esperando que tus palabras se encuentren con las mías de nuevo en las ondas de sonido de tus canciones preferidas resonando en las letras de las mías. Yo te espero acá, con un vaso servido, con las manos extendidas y la sonrisa con la cual el día que no te vi ir, te dije chau.
Pase lo que pase, yo sigo acá.
Los quiero, chicos. Aunque esté todo raro. Marcaron un antes y un después y espero que sepan que ese después nunca los va a excluir, pase lo que pase.
¿Te acordás de aquellas noches bajo la luna y el cielo estrellado? Con el humo saliendo de nuestras bocas como verdades universales que nos tocaban el alma y nos llenaban los pulmones de metáforas y sabiduría falsa; con la seguridad de quien sabe quién es o qué quiere hacer; con la certeza de que si uno se eleva no es obligatorio caer; con la fuerza y fortaleza de muchos seres, pero que nosotros nunca logramos tener.
Yo sí.
Me acuerdo del contrato que firmamos con risas y dados y palabras en cartas que no sabía leer. Recuerdo tu voz y el tono de tu mirada cuando me pediste ayuda la primera vez. Recuerdo la derrota en mis labios y en mis brazos las veces que te llamé a medianoche llorando a más no poder.
Hoy la distancia puede haberse instalado entre nosotros. El tiempo puede haber cobrado su deuda, pero ¿qué es una más cuando hay tantas cuotas y facturas que pagarle a la realidad? Yo sigo acá. Yo sigo acá sentada esperando que tus palabras se encuentren con las mías de nuevo en las ondas de sonido de tus canciones preferidas resonando en las letras de las mías. Yo te espero acá, con un vaso servido, con las manos extendidas y la sonrisa con la cual el día que no te vi ir, te dije chau.
Pase lo que pase, yo sigo acá.
Los quiero, chicos. Aunque esté todo raro. Marcaron un antes y un después y espero que sepan que ese después nunca los va a excluir, pase lo que pase.
Vendo Lunes, Miercoles y Jueves.
Compro domingos en la cama, con lluvia golpeando el vidrio de la ventana y medialunas. Compro las seis de la tarde, y las siete, para que el tiempo se detenga en un instante marcado por pies peleando bajo las sábanas.
Compro briza que contraste con el rosa en las mejillas y compro olor a café dulce que me saque una sonrisa.
Compro masajes en la espalda desnuda y compañía que le agregue un je ne sais quoi a mi día. Compro silencio y burbujas y una cena a luz de las velas, con un vaso de vino o cerveza bien fría.
Compro magia a montones.
Compro briza que contraste con el rosa en las mejillas y compro olor a café dulce que me saque una sonrisa.
Compro masajes en la espalda desnuda y compañía que le agregue un je ne sais quoi a mi día. Compro silencio y burbujas y una cena a luz de las velas, con un vaso de vino o cerveza bien fría.
Compro magia a montones.
sábado, 2 de marzo de 2013
El almuerzo desnudo.
Me acomodo en el mismo punto de siempre. Acá es donde me siento cuando hablo en serio. ¿Cómo empezar? ¿Por dónde? ¿Por el momento en que te conocí? ¿Por tus ojos que brillan agua con el reflejo de la luz? ¿Por la última vez que me senté acá?
Tenemos que hablar.
Con el corazón en la garganta y otro en las manos, empiezo. Mis palabras dan vueltas por la habitación. Se esconden atrás de la mesa donde aquella vez me acosté, en el rincón del balcón donde mi humo encontró su hogar, en los espacios entre mis dedos.
Tenemos que hablar.
Con el corazón en la garganta y otro en las manos, empiezo. Mis palabras dan vueltas por la habitación. Se esconden atrás de la mesa donde aquella vez me acosté, en el rincón del balcón donde mi humo encontró su hogar, en los espacios entre mis dedos.
¿Es subconsciente o inconsciente?
<Inserte gráfico de xkcd del diagrama de venn que no quiero poner acá a esta hora>
(en dos meses me voy a olvidar qué mierda estaba diciendo)
(en dos meses me voy a olvidar qué mierda estaba diciendo)
viernes, 1 de marzo de 2013
If only
Suena el teléfono. Tono, tono, tono. Atendió.
"Hola..."
"Hi..."
"Perdón, no te tendría que estar llamando."
"¿Pasa algo?"
"Estuve pensando en vos..."
"¿Pasó algo malo?"
"Todo, nada. Ya ni sé. Pero necesitaba alguien con quién hablar. Alguien en quien confíe y que sepa que va a estar y la única persona que se me ocurrió... fuiste vos."
"¿Qué pasó?"
"¿Nos podemos ver?"
"¿Nuestro bar?"
" Nuestro."
" Nunca dejó de serlo."
" Mi vida se fue de mis manos. Ya no sé qué hacer. Te necesito. No necesito que me des un beso, no necesito ni siquiera que me abraces. Sólo necesito que seas vos al lado mío."
"En media hora estoy ahí."
"Gracias."
"Hola..."
"Hi..."
"Perdón, no te tendría que estar llamando."
"¿Pasa algo?"
"Estuve pensando en vos..."
"¿Pasó algo malo?"
"Todo, nada. Ya ni sé. Pero necesitaba alguien con quién hablar. Alguien en quien confíe y que sepa que va a estar y la única persona que se me ocurrió... fuiste vos."
"¿Qué pasó?"
"¿Nos podemos ver?"
"¿Nuestro bar?"
" Nuestro."
" Nunca dejó de serlo."
" Mi vida se fue de mis manos. Ya no sé qué hacer. Te necesito. No necesito que me des un beso, no necesito ni siquiera que me abraces. Sólo necesito que seas vos al lado mío."
"En media hora estoy ahí."
"Gracias."
Bittersweet irony of life.
Vomitaría mi cariño hasta deshacerme de mi peso en agua, pero mi organismo prefiere sangrar en forma de lágrimas y palabras que no llevan a nada. No puedo pararlas. Quiero escupir este nudo que tengo en la garganta. No puedo comer, no puedo pensar. Cualquier cantidad de llanto derramado vuelve a entrar con el aire, con el silencio, con el ruido de una banda practicando en el garage de una casa que no conozco, que no voy a conocer, pero que probablemente el día de mañana recuerde.
¿Volvería atrás en el tiempo? No creo.
Lo vuelvo a decir: la vida es como un hombre bi-curioso que te llama a las doce de la noche antes de salir te dice que le gusta tu mejor amigo, pero que te ama a vos también. Es una histérica. Los hombres se quejan de que las mujeres les hacemos la vida imposible. ¿Y ella? Una carta. Ahora. Tres de corazones para ser más específica.
Insisto: no llego a nada.
Quiero que hoy se termine y que empiece el mañana.
¿Volver en el tiempo? No, gracias. ¿Detenerlo? Por favor que alguien me señale donde compro de eso.
Quiero detener el tiempo y respirar aire limpio.
¿Volvería atrás en el tiempo? No creo.
Lo vuelvo a decir: la vida es como un hombre bi-curioso que te llama a las doce de la noche antes de salir te dice que le gusta tu mejor amigo, pero que te ama a vos también. Es una histérica. Los hombres se quejan de que las mujeres les hacemos la vida imposible. ¿Y ella? Una carta. Ahora. Tres de corazones para ser más específica.
Insisto: no llego a nada.
Quiero que hoy se termine y que empiece el mañana.
¿Volver en el tiempo? No, gracias. ¿Detenerlo? Por favor que alguien me señale donde compro de eso.
Quiero detener el tiempo y respirar aire limpio.
Conversaciones II
- Está bien...
- No, no está bien. Te mentí. Me mentí a mí mismo.
- Todos hacemos eso alguna vez. Dios sabe que yo lo he hecho más de una.
- Pero ¿por qué?
- Porque somos seres estúpidos que no aprenden y tienen miedo de aprender.
- ¿Aprender qué?
- Que aunque la vida apeste y nos tire un obstáculo tras otro, nosotros podemos elegir ayudarla a envenenar nuestras vidas o defendernos con lo mejor que podamos.
- ¿Y qué es eso?
- Todavía no lo descubrí. Pero algo tenemos que tener.
- Sonás demasiado optimista.
- Soñadora empedernida, ¿te acordás?
- ¿Cómo olvidarme?
- ¿Te acordás de ese juego de sábanas que compramos cuando te mudaste a casa?
- Sí...
- Cada tanto todavía juraría poder sentir tu olor en la tela.
- Perdón.
- Describite en cinco palabras.
- ¿Para qué?
- Vos hacelo.
- Vos primero.
- Ilusa, romántica empedernida, soñadora, infantil.
Debería sumarle complicada. Me olvidé de su respuesta.
- ¿Y?
- Sigue todo igual.
- ¿Una mierda, entonces?
- Básicamente.
- ¿Pensás hacer algo?
- Yo ya tomé mi decisión; él tomó la suya. No hay mucho que hacerle.
- Tenés la peor suerte, boluda.
- Decímelo a mí.
- ¿Y ahora?
- Esperar a que la vida me tire una soga o ahogarme como la mejor. Esa fue mi decisión.
- No, no está bien. Te mentí. Me mentí a mí mismo.
- Todos hacemos eso alguna vez. Dios sabe que yo lo he hecho más de una.
- Pero ¿por qué?
- Porque somos seres estúpidos que no aprenden y tienen miedo de aprender.
- ¿Aprender qué?
- Que aunque la vida apeste y nos tire un obstáculo tras otro, nosotros podemos elegir ayudarla a envenenar nuestras vidas o defendernos con lo mejor que podamos.
- ¿Y qué es eso?
- Todavía no lo descubrí. Pero algo tenemos que tener.
- Sonás demasiado optimista.
- Soñadora empedernida, ¿te acordás?
- ¿Cómo olvidarme?
- ¿Te acordás de ese juego de sábanas que compramos cuando te mudaste a casa?
- Sí...
- Cada tanto todavía juraría poder sentir tu olor en la tela.
- Perdón.
- Describite en cinco palabras.
- ¿Para qué?
- Vos hacelo.
- Vos primero.
- Ilusa, romántica empedernida, soñadora, infantil.
Debería sumarle complicada. Me olvidé de su respuesta.
- ¿Y?
- Sigue todo igual.
- ¿Una mierda, entonces?
- Básicamente.
- ¿Pensás hacer algo?
- Yo ya tomé mi decisión; él tomó la suya. No hay mucho que hacerle.
- Tenés la peor suerte, boluda.
- Decímelo a mí.
- ¿Y ahora?
- Esperar a que la vida me tire una soga o ahogarme como la mejor. Esa fue mi decisión.
jueves, 28 de febrero de 2013
Conversaciones en mi cabeza.
- No te das cuenta. Te pasas todo el tiempo convenciéndote de que estás bien. Sos una nena grande, creciste; maduraste; pasaste por mil ochocientas cosas y acá estás, viva. Sí, estás viva, pero estás haciendo estupideces con cada segundo de tu vida para llevarte a ese punto en que te sentís muerta.
- ¿Por qué me decís eso?
- ¿Me vas a decir que no es verdad? ¿Me vas a decir que no buscás toda la basura que se te cruza en el camino? ¡Fijate!
- ¿Qué querés que me fije!
- Que llevás todo este tiempo actuando como mina madura que ni siquiera te das cuenta que en realidad seguís siendo la misma pendeja tarada que se mete en situaciones de mierda de las que después no puede salir. Todo por tus estúpidas historias.
- ¿Qué?
- Te encanta sufrir porque te da algo de qué escribir.
- No me digas eso.
- ¿Hay otra explicación? ¿En serio! Por favor, explicamelá. Te conozco casi tanto como vos misma y en todo este tiempo cambiaste tanto que volviste al mismo punto de partida.
- No sabés de qué hablás.
- Estás tan acostumbrada a tus historias de mierda y a que tus personajes secundarios te pasen por encima que no podes ver que todo este tiempo lo único que yo quería era
- ¿QUÉ?
- Yo solamente te quería a vos.
- Andate a la mierda.
- No. Me voy a quedar acá. Me voy a quedar del otro lado de tus estúpidas barreras y voy a esperar a que bajes el escudo de mentiras que te decís todos los días hasta que veas que a pesar de todo lo que hiciste, a pesar de todo lo que pasó y de lo que nos hicimos, yo sigo acá. Hasta que veas que aunque todos los que me conocen me digan que me vaya
- Capaz tendrías que hacerlo.
- Aunque todos me digan que me vaya, incluso vos, ¡incluso yo mismo! me quedo porque veo algo en vos que no podés ver vos misma en este momento. Ya lo vas a ver. Lo vas a ver y se te van a quebrar las rodillas y te vas a sentir una pelotuda y te vas a acordar de esa noche en que nos conocimos en que te mentí. Sí, te mentí. Y después vos me mentiste a mi y así una y otra vez. Te vas a acordar de eso y después te vas a acordar de cómo te sentías cuando te respondía los mensajes, porque yo me acuerdo de cómo me sonreí cuando me mandaste un mensaje inesperado para desearme suerte en mi estúpido examen, y te vas a sentir vacía y te vas a odiar a vos misma por empujarme. Y cuando pase eso, vas a abrir los ojos y vas a darte cuenta que aunque me empujes mil kilómetros, yo sigo acá. Porque te mentí, sí, pero no es mentira que lo único que quiero sos vos, forra de mierda. Me voy a quedar acá hasta que decidas jugartela como yo estoy dispuesto a apostar mi vida.
- ¿Por qué me decís eso?
- ¿Me vas a decir que no es verdad? ¿Me vas a decir que no buscás toda la basura que se te cruza en el camino? ¡Fijate!
- ¿Qué querés que me fije!
- Que llevás todo este tiempo actuando como mina madura que ni siquiera te das cuenta que en realidad seguís siendo la misma pendeja tarada que se mete en situaciones de mierda de las que después no puede salir. Todo por tus estúpidas historias.
- ¿Qué?
- Te encanta sufrir porque te da algo de qué escribir.
- No me digas eso.
- ¿Hay otra explicación? ¿En serio! Por favor, explicamelá. Te conozco casi tanto como vos misma y en todo este tiempo cambiaste tanto que volviste al mismo punto de partida.
- No sabés de qué hablás.
- Estás tan acostumbrada a tus historias de mierda y a que tus personajes secundarios te pasen por encima que no podes ver que todo este tiempo lo único que yo quería era
- ¿QUÉ?
- Yo solamente te quería a vos.
- Andate a la mierda.
- No. Me voy a quedar acá. Me voy a quedar del otro lado de tus estúpidas barreras y voy a esperar a que bajes el escudo de mentiras que te decís todos los días hasta que veas que a pesar de todo lo que hiciste, a pesar de todo lo que pasó y de lo que nos hicimos, yo sigo acá. Hasta que veas que aunque todos los que me conocen me digan que me vaya
- Capaz tendrías que hacerlo.
- Aunque todos me digan que me vaya, incluso vos, ¡incluso yo mismo! me quedo porque veo algo en vos que no podés ver vos misma en este momento. Ya lo vas a ver. Lo vas a ver y se te van a quebrar las rodillas y te vas a sentir una pelotuda y te vas a acordar de esa noche en que nos conocimos en que te mentí. Sí, te mentí. Y después vos me mentiste a mi y así una y otra vez. Te vas a acordar de eso y después te vas a acordar de cómo te sentías cuando te respondía los mensajes, porque yo me acuerdo de cómo me sonreí cuando me mandaste un mensaje inesperado para desearme suerte en mi estúpido examen, y te vas a sentir vacía y te vas a odiar a vos misma por empujarme. Y cuando pase eso, vas a abrir los ojos y vas a darte cuenta que aunque me empujes mil kilómetros, yo sigo acá. Porque te mentí, sí, pero no es mentira que lo único que quiero sos vos, forra de mierda. Me voy a quedar acá hasta que decidas jugartela como yo estoy dispuesto a apostar mi vida.
A quien quiera,
Pocas cosas se disfrutan más que irse a dormir sin pantalones y en corpiño.
Que el Jueves me la chupe.
</me cago en blogspot que no me deja insertar una canción acá>
Feliz Viernes, mi vida.
Que el Jueves me la chupe.
</me cago en blogspot que no me deja insertar una canción acá>
Feliz Viernes, mi vida.
Azul.
Sos el amor de mi vida.
No digas eso.
¿Por qué no?
Porque te vas a arrepentir.
Las primeras veces a veces ocurren en la cama. Esa fue nuestra historia. Creo que si fuese a escribir nuestra historia no habría momento relevante que no sucediera en posición horizontal. Por calentura, capaz. Quizás porque cuando el cuerpo libera hormonas como loco nos sentimos más abiertos, más sueltos, más vulnerables pero a la vez más fuertes que nunca porque, después de todo, estamos sin ropa al lado de otra persona y esa otra persona no está corriendo hacia la puerta, sino que nos abraza. Es algo poderoso. Sí, el sexo puede hacer las cosas más confusas porque borra límites, pero a veces las aclara con las emociones que usamos cuando no usamos ni una sola tela para cubrirnos.
Me estoy enamorando de vos.
Estoy enamorada.
Te amo.
Todo pasó en la cama. Todo ese fuego rojo que terminó siendo azul, tendría que haber quemado el colchón y deshecho las sábanas pero creo que en vez siguió de largo y te deshizo a vos, me rompió a mí y le prendió fuego a lo que fuese que nos mantenía a vos y a mi como un nosotros.
No voy a nada con esto. No tiene propósito esta entrada más que poner en escrito lo raro que fue todo. Para recordarme que a veces soy una daltónica de mierda que ve el color que quiere porque la razón no es mi fuerte.
En fin.
No digas eso.
¿Por qué no?
Porque te vas a arrepentir.
Las primeras veces a veces ocurren en la cama. Esa fue nuestra historia. Creo que si fuese a escribir nuestra historia no habría momento relevante que no sucediera en posición horizontal. Por calentura, capaz. Quizás porque cuando el cuerpo libera hormonas como loco nos sentimos más abiertos, más sueltos, más vulnerables pero a la vez más fuertes que nunca porque, después de todo, estamos sin ropa al lado de otra persona y esa otra persona no está corriendo hacia la puerta, sino que nos abraza. Es algo poderoso. Sí, el sexo puede hacer las cosas más confusas porque borra límites, pero a veces las aclara con las emociones que usamos cuando no usamos ni una sola tela para cubrirnos.
Me estoy enamorando de vos.
Estoy enamorada.
Te amo.
Todo pasó en la cama. Todo ese fuego rojo que terminó siendo azul, tendría que haber quemado el colchón y deshecho las sábanas pero creo que en vez siguió de largo y te deshizo a vos, me rompió a mí y le prendió fuego a lo que fuese que nos mantenía a vos y a mi como un nosotros.
No voy a nada con esto. No tiene propósito esta entrada más que poner en escrito lo raro que fue todo. Para recordarme que a veces soy una daltónica de mierda que ve el color que quiere porque la razón no es mi fuerte.
En fin.
Fever.
El cuerpo arde. Desde la punta del pie hasta las puntas del pelo. El fuego infla la habitación con gritos ahogados y ruegos a una deidad abandonada suspirados entre respiración entrecortada y miradas intercambiadas. Las manos se convierten en humo de un color imposible de siquiera divisar en la oscuridad de la noche y del silencio. Rompe los huesos, o al menos así se siente. Los corroe o los convierte algo tan intangible como las palabras que la mañana ahuyenta o el punto (¿y coma?) que escribe la llamada de la realidad en la puerta. Los dientes incineran el cuello y los labios chamuscan todo espacio que caminan en la piel. Todo mapa previamente trazado o esquema ideado se vuelve ceniza con la combustión producida por tu cintura abrazando la mía. La llama de tus yemas arañando tanto mi mente como mis piernas me sugieren que quizás, tal vez, capaz, quemar no sea lo mismo que escocer.
Adición/Corrección.
Cambiemos la parte de la entrada anterior por:
Si estuviese viendo el código de la Matrix, los números que resaltarían en mi cuerpo serían los que te dibujan a vos.
Si estuviese viendo el código de la Matrix, los números que resaltarían en mi cuerpo serían los que te dibujan a vos.
miércoles, 27 de febrero de 2013
Etapas.
Uno.
Mi razón toma control. La vida es una mierda: malas secuencias, malas circunstancias, tiempo que pasa y que ahoga, mentiras por todos lados. La voz de mi conciencia araña mis huesos desde la planta de mis pies, pasando por la base de mi espalda, y hace estragos en mi cráneo.
Dos.
Se pasa en segundos. Mi cerebro se hace gelatina derretida y las residuos viajan por mis venas. Lo que araña son cosquillas. Si estuviese viendo el código de la Matrix, los números que resaltarían en mi cuerpo serían todos los unos.
Tres.
Avisto lo que derritió mi gelatina: fuego rojo. No uno sino también el recuerdo de todos los otros. Para este punto, la razón arde. Las palabras arden. Los conceptos, las oraciones, los labios, las manos, las sonrisas y la luz: todos arden.
Cuatro.
Como máquina: justo a tiempo. Uno, dos y tres, siempre llevan a cuatro. Empiezan las preguntas. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Bajo qué excusa? La realidad llama y no hay manera de colgarla. Lo que queda es la picazón del fuego en mi piel hasta volver a uno otra vez.
Mi razón toma control. La vida es una mierda: malas secuencias, malas circunstancias, tiempo que pasa y que ahoga, mentiras por todos lados. La voz de mi conciencia araña mis huesos desde la planta de mis pies, pasando por la base de mi espalda, y hace estragos en mi cráneo.
Dos.
Se pasa en segundos. Mi cerebro se hace gelatina derretida y las residuos viajan por mis venas. Lo que araña son cosquillas. Si estuviese viendo el código de la Matrix, los números que resaltarían en mi cuerpo serían todos los unos.
Tres.
Avisto lo que derritió mi gelatina: fuego rojo. No uno sino también el recuerdo de todos los otros. Para este punto, la razón arde. Las palabras arden. Los conceptos, las oraciones, los labios, las manos, las sonrisas y la luz: todos arden.
Cuatro.
Como máquina: justo a tiempo. Uno, dos y tres, siempre llevan a cuatro. Empiezan las preguntas. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Bajo qué excusa? La realidad llama y no hay manera de colgarla. Lo que queda es la picazón del fuego en mi piel hasta volver a uno otra vez.
martes, 26 de febrero de 2013
Feliz aniversario, vida.
El Sol sale una vez más en mi cielo y yo me despierto como nunca, o como siempre. Me siento sobre la cama, piernas cruzadas, abro la computadora y me conecto. Ya es inercia, es algo natural, como mirarme las manos y buscar las de otra persona que -¿ya?- no está. Apago la alarma una vez, dos, tres. Eventualmente decido moverme. ¿Voy? ¿No voy? ¡Voy! ¡No, no voy! ¡Andá! Ok, voy.
Las vueltas de siempre. Me lavo los dientes, cinco minutos más de internet, me visto, me miro al espejo mientras me delineo los ojos y pienso "un día de estos va a ser diferente."
Ya es hora. Me calzo. ¿Botas o sandalias? Salgo. Una carta: capaz hoy no es como siempre. Pocos entienden la lógica que veo tras las cartas tiradas en la calle. No me importa, para mí tiene el mismo sentido que el por qué respiro o por qué me levanto a la mañana.
Salgo del auto, camino una cuadras. Hoy definitivamente es diferente. Sorprendida, atormentada, sacudida, como quieran que le diga, lo veo. Está igual. Mismos ojos, mismo cuerpo cansado de un poco más de lo mismo, mismo pelo que baila -sólo que ya no lo hace entre mis dedos-, mismo él. Pero ahora sin mí. Ya no tiene más mi corazón hecho añicos en sus manos. Lo ignoro. Él hace lo mismo. Nos vimos pero debió ser una jugarreta del destino. Sigo camino.
Bajo al subte. Pago. Me siento. Miro a mi lado y ahí lo veo. Él, ya no tan igual. Los años no le sientan bien y eso que tan sólo fueron dos. Lo ignoro. Con él no pienso si me vio.
- ¡Juli!
- Emmmm... Hola.
- Marcos, ¿te acordás de mí?
- Sí, obvio. ¿Cómo andás?
- Bien, bien. ¿Vos? ¿Seguís con el chico por el que te fuiste la última vez?
- Emmmm... No.
Hablo la conversación en mi cabeza. Sé cómo sería y no la quiero tener. Después de un rato, veo que me vió. Cambio de vagón. Hasta nunca. Llego al trabajo y miro el puntaje en lo que va del día. Juli un par, la vida muchas.
Mecánica, eso es lo que es. Abro sesión y sigo camino. Facebook, twitter, linkedin, las páginas del laburo y eso. Sigo. Trabajo. Hablo. Escribo. Como y sigo.
Me voy. Camino las mismas cuadras que caminé hace seis horas. La que me falta es cruzármelo a él. No lo hago. Bajo al subte, viajo, llego a mi estación y emprendo camino por esas cuatro cuadras que él antes caminaba conmigo. Con la mirada para abajo pero no caída, cruzando la calle, evitando que me pise el 102, la veo. Otra carta: capaz hoy, después de todo, sí sea diferente.
Llego a casa. Abro la puerta. Dos sesiones de diez minutos para limpiar un poco el quilombo que no quise limpiar ayer. Por fin termino de llegar a casa y me siento en mi cama. Abro la notebook y mientras espero que se abra lo usual, levanto la mirada:
I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN
I KNEW I COULD.
Pude.
Feliz año de vida, Juli.
Las vueltas de siempre. Me lavo los dientes, cinco minutos más de internet, me visto, me miro al espejo mientras me delineo los ojos y pienso "un día de estos va a ser diferente."
Ya es hora. Me calzo. ¿Botas o sandalias? Salgo. Una carta: capaz hoy no es como siempre. Pocos entienden la lógica que veo tras las cartas tiradas en la calle. No me importa, para mí tiene el mismo sentido que el por qué respiro o por qué me levanto a la mañana.
Salgo del auto, camino una cuadras. Hoy definitivamente es diferente. Sorprendida, atormentada, sacudida, como quieran que le diga, lo veo. Está igual. Mismos ojos, mismo cuerpo cansado de un poco más de lo mismo, mismo pelo que baila -sólo que ya no lo hace entre mis dedos-, mismo él. Pero ahora sin mí. Ya no tiene más mi corazón hecho añicos en sus manos. Lo ignoro. Él hace lo mismo. Nos vimos pero debió ser una jugarreta del destino. Sigo camino.
Bajo al subte. Pago. Me siento. Miro a mi lado y ahí lo veo. Él, ya no tan igual. Los años no le sientan bien y eso que tan sólo fueron dos. Lo ignoro. Con él no pienso si me vio.
- ¡Juli!
- Emmmm... Hola.
- Marcos, ¿te acordás de mí?
- Sí, obvio. ¿Cómo andás?
- Bien, bien. ¿Vos? ¿Seguís con el chico por el que te fuiste la última vez?
- Emmmm... No.
Hablo la conversación en mi cabeza. Sé cómo sería y no la quiero tener. Después de un rato, veo que me vió. Cambio de vagón. Hasta nunca. Llego al trabajo y miro el puntaje en lo que va del día. Juli un par, la vida muchas.
Mecánica, eso es lo que es. Abro sesión y sigo camino. Facebook, twitter, linkedin, las páginas del laburo y eso. Sigo. Trabajo. Hablo. Escribo. Como y sigo.
Me voy. Camino las mismas cuadras que caminé hace seis horas. La que me falta es cruzármelo a él. No lo hago. Bajo al subte, viajo, llego a mi estación y emprendo camino por esas cuatro cuadras que él antes caminaba conmigo. Con la mirada para abajo pero no caída, cruzando la calle, evitando que me pise el 102, la veo. Otra carta: capaz hoy, después de todo, sí sea diferente.
Llego a casa. Abro la puerta. Dos sesiones de diez minutos para limpiar un poco el quilombo que no quise limpiar ayer. Por fin termino de llegar a casa y me siento en mi cama. Abro la notebook y mientras espero que se abra lo usual, levanto la mirada:
I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN I THINK I CAN
I KNEW I COULD.
Pude.
Feliz año de vida, Juli.
lunes, 25 de febrero de 2013
Un toque eléctrico.
No había manera de escapar. La habitación ya no tenía ventanas y la puerta estaba tapada por todas las palabras. Lo único que podía hacer era sentarse y esperar. ¿Esperar a qué?
Una y otra vez se preguntaba qué hacía ahí, cómo había llegado. Parte de ella deseaba haberse detenido. Advertencias no le habían faltado en el camino. Ahora se encontraba lo suficientemente deshecha como para sentirse ajena a ella misma, pero no como para colarse entre los huecos en la pared hechos por los clavos que sostenían los amargos recuerdos de la realidad.
Estaba atrapada entre su razón y el fuego rojo que crecía a su lado cada vez que se dormía repitiéndose a si misma la misma secuencia. Era tan simple como uno, dos, tres.
Ella no quería eso. Quería -5, -20, -10.
Al menos ahora había luz. Ya no tenía que cubrirse en la oscuridad que vivía entre esas quince letras. La luz era blanca y se reflejaba en su espejo. Ella no quería blanco, quería violeta, pero bueno.
Cada noche se paraba frente a ese espejo y observaba: seguía las líneas del tiempo y del fuego que bajaban por su cuello y se perdían entre sus piernas. Con los segundos que pasaban en un mundo donde ya no se medía en minutos (sino en llamas, en distancias figuradas, en silencios mudos que deberían de gritarle al viento), con los ojos cerrados trazaba el camino del toque eléctrico que la había encerrado entre esas cuatro paredes.
Suspiraba rogando que sus pulmones arrasaran con todo desde los cimientos, pero su cuerpo era tan frágil como se había prometido nunca más serlo, y su aire no era fuerte porque no contaba con su aliento. Era la peor condena. Estaba forzada a vivir y pelear esa guerra que era imposible de ganar.
Con hombros caídos, la mirada perdida en ojos omnipresentes y a la vez ausentes, y sus rodillas hechas gelatina sabor a noche de verano con sus dedos entre su pelo, se detenía a admirar el paisaje. Cada tanto había uno. Eventualmente, se daba cuenta que eran espejismos en el humo, que estaba tan sólo a pasos de ser negro, pero mientras tanto esbozaba en ese paisaje un futuro que por pura inocencia o esperanza ilusoria, se sentía posible.
Secretamente, deseaba poder mentirse. Quizás podría decirse que esa habitación era más grande, o dibujar en aire condensado un cuerpo y un abrazo como el mismo que la mantenía prisionera, pero diferente. Quizás podía repetirse lo mismo una y otra vez, como cuando era chica y su mamá le decía que las pesadillas estaban sólo en los sueños; que no había manera de que los monstruos cruzaran el umbral y pisaran su vida. Ahora los monstruos bailaban en su estómago y viajaban por su sangre caliente.
Para no perder la razón actuaba situaciones nuevas en base a las viejas. Recitaba líneas, coloreaba las paredes con sonrisas y escuchaba a las paredes cantarle de vuelta sus gritos. Recorría su cuerpo trazando mapas nuevas y viajes alternativos, convirtiendo el desierto en un océano donde quería que su captor se ahogara. Inventaba idiomas muertos que sus labios pronunciaban a la perfección, y teorizaba esquemas en base a la parábola inversa que latía extasiado su corazón.
La razón siempre volvía. Las conversaciones en su mente eran mentiras, y eran sólo sus manos las que peleaban contra la marea de su cuerpo. Su idioma estaba muerto y olvidado, y los esquemas habían sido borrados por las lágrimas vacías que lavaban su piel.
Perdón por el fuego. Yo sólo quería quemarme.
Nunca quise consumirte.
Una y otra vez se preguntaba qué hacía ahí, cómo había llegado. Parte de ella deseaba haberse detenido. Advertencias no le habían faltado en el camino. Ahora se encontraba lo suficientemente deshecha como para sentirse ajena a ella misma, pero no como para colarse entre los huecos en la pared hechos por los clavos que sostenían los amargos recuerdos de la realidad.
Estaba atrapada entre su razón y el fuego rojo que crecía a su lado cada vez que se dormía repitiéndose a si misma la misma secuencia. Era tan simple como uno, dos, tres.
Ella no quería eso. Quería -5, -20, -10.
Al menos ahora había luz. Ya no tenía que cubrirse en la oscuridad que vivía entre esas quince letras. La luz era blanca y se reflejaba en su espejo. Ella no quería blanco, quería violeta, pero bueno.
Cada noche se paraba frente a ese espejo y observaba: seguía las líneas del tiempo y del fuego que bajaban por su cuello y se perdían entre sus piernas. Con los segundos que pasaban en un mundo donde ya no se medía en minutos (sino en llamas, en distancias figuradas, en silencios mudos que deberían de gritarle al viento), con los ojos cerrados trazaba el camino del toque eléctrico que la había encerrado entre esas cuatro paredes.
Suspiraba rogando que sus pulmones arrasaran con todo desde los cimientos, pero su cuerpo era tan frágil como se había prometido nunca más serlo, y su aire no era fuerte porque no contaba con su aliento. Era la peor condena. Estaba forzada a vivir y pelear esa guerra que era imposible de ganar.
Con hombros caídos, la mirada perdida en ojos omnipresentes y a la vez ausentes, y sus rodillas hechas gelatina sabor a noche de verano con sus dedos entre su pelo, se detenía a admirar el paisaje. Cada tanto había uno. Eventualmente, se daba cuenta que eran espejismos en el humo, que estaba tan sólo a pasos de ser negro, pero mientras tanto esbozaba en ese paisaje un futuro que por pura inocencia o esperanza ilusoria, se sentía posible.
Secretamente, deseaba poder mentirse. Quizás podría decirse que esa habitación era más grande, o dibujar en aire condensado un cuerpo y un abrazo como el mismo que la mantenía prisionera, pero diferente. Quizás podía repetirse lo mismo una y otra vez, como cuando era chica y su mamá le decía que las pesadillas estaban sólo en los sueños; que no había manera de que los monstruos cruzaran el umbral y pisaran su vida. Ahora los monstruos bailaban en su estómago y viajaban por su sangre caliente.
Para no perder la razón actuaba situaciones nuevas en base a las viejas. Recitaba líneas, coloreaba las paredes con sonrisas y escuchaba a las paredes cantarle de vuelta sus gritos. Recorría su cuerpo trazando mapas nuevas y viajes alternativos, convirtiendo el desierto en un océano donde quería que su captor se ahogara. Inventaba idiomas muertos que sus labios pronunciaban a la perfección, y teorizaba esquemas en base a la parábola inversa que latía extasiado su corazón.
La razón siempre volvía. Las conversaciones en su mente eran mentiras, y eran sólo sus manos las que peleaban contra la marea de su cuerpo. Su idioma estaba muerto y olvidado, y los esquemas habían sido borrados por las lágrimas vacías que lavaban su piel.
Perdón por el fuego. Yo sólo quería quemarme.
Nunca quise consumirte.
Orden.
En vista a que estoy escribiendo más de lo que me acostumbré desde Agosto aproximadamente, de ahora en más las entradas van a estar programadas.
Dos veces al día: a las 11 de la mañana y a las 12 de la noche, porque me gustan las horas esas.
Dos veces al día: a las 11 de la mañana y a las 12 de la noche, porque me gustan las horas esas.
I can't even...
Quiero vomitarte dos novelas, tres comics y una docena de películas encima para que entiendas.
Mi estomago de repente no está bien. O capaz no es mi estómago, es algo más. Es esa parte roja que flota entre medio de lo que siente, lo que piensa y la que me grita que me calle la boca y deje de escupir palabras. No sé qué es esto. Es algo, eso sé, pero ¿qué? Hoy no está siendo un buen día.
Sí, las horas pasan. Sí, pasan más rápido de lo que pensaba. Sí, pasan sin nombres, sin apellidos, sin nada. Pero de repente se para el reloj con cuatro letras.
Me acuerdo de la primera vez que le puse nombre a mi pronombre. ¿Por qué me estoy acordando de esto? No quiero acordarme de esto.
Venía bien: sin nombres, sin rostros, sin nada. Y ahora...
Ahora nada.
Mi estomago de repente no está bien. O capaz no es mi estómago, es algo más. Es esa parte roja que flota entre medio de lo que siente, lo que piensa y la que me grita que me calle la boca y deje de escupir palabras. No sé qué es esto. Es algo, eso sé, pero ¿qué? Hoy no está siendo un buen día.
Sí, las horas pasan. Sí, pasan más rápido de lo que pensaba. Sí, pasan sin nombres, sin apellidos, sin nada. Pero de repente se para el reloj con cuatro letras.
Me acuerdo de la primera vez que le puse nombre a mi pronombre. ¿Por qué me estoy acordando de esto? No quiero acordarme de esto.
Venía bien: sin nombres, sin rostros, sin nada. Y ahora...
Ahora nada.
Dream works.
A veces me pasa que me olvido que soy algo diferente a lo que fui. Es como que los límites se borronean un poco y se confunden, pero no para mal. No se mezclan, simplemente no está tan marcado dónde empieza uno y donde terminó el otro. Es como que fue un cambio de capítulo, no un libro completamente distinto el que empecé a escribir.
Suena raro: un libro completamente distinto. ¿Dónde terminó? ¿En El arte de extrañarte? ¿En el llanto de Viernes a la noche con Jorge Drexler sonando de fondo? ¿En el otro Viernes nadando en aguas de ron, vodka y otros ojos? Juro que intento pensarlo pero no veo muy bien el límite hoy. Creo que en la frase "quiero amarla como te amé a vos." Ahí caí en que no era suficiente girar la página. Era una historia que ya estaba vieja y se prestaba a retirarla.
Capaz es el sueño. Capaz es que me acabo de despertar y todavía mi cabeza no conecta muy bien lo que fue con lo que es y lo que siguió siendo en el medio. Sea lo que sea, me acabo de dar cuenta de que no me había dado cuenta hasta este momento que las cosas se sentían diferentes.
Es decir, me había dado cuenta de un cambio. Me lo han dicho y creo que donde lo noto más, es acá. Sin embargo no lo había visto. Ahora lo veo desde afuera, si es que se puede decir. ¿Será esto a lo que se refieren cuando hablan de una experiencia fuera del cuerpo? Insisto, capaz es el sueño.
Lo que sé que no es síntoma y consecuencia del sueño es lo que veo. Es verdad. Hace meses no lo pensaba. Bueno, hace meses no tenía derecho a pensarlo. ¿Cuándo pasó que dejé de buscarlo? ¿Cuándo cerré la puerta? ¿Cuándo llegué a este punto en que dejé de pensar en revisar mi mail cada diez minutos para buscar un nombre conocido?
Odio las nauseas. No recuerdo las mariposas. Pero esto me encanta. Creo que estoy enamorada de esto. Es un poco caótico la verdad. Por esto sí siento un temblor bajo mis piernas. Amo las preguntas.
Es curioso y conflictivo que las ame porque soy un ser curioso que busca respuestas hasta donde no las hay. Sin embargo, cada tanto, estoy bien en la cama con la duda a mi lado. Siento el calor de las dudas y la incertidumbre penetrando mi piel y es el sentimiento más cercano a esas mariposas de las que ustedes tanto hablan que tuve en los últimos años.
Estoy loca, ya sé. ¿Enamorarme de un estado anímico?
Capaz es el sueño.
Lo que sea que sea, quiero acordarme de esto cuando me despierte: este estado anímico sí quema violeta.
No me había dado cuenta.
Suena raro: un libro completamente distinto. ¿Dónde terminó? ¿En El arte de extrañarte? ¿En el llanto de Viernes a la noche con Jorge Drexler sonando de fondo? ¿En el otro Viernes nadando en aguas de ron, vodka y otros ojos? Juro que intento pensarlo pero no veo muy bien el límite hoy. Creo que en la frase "quiero amarla como te amé a vos." Ahí caí en que no era suficiente girar la página. Era una historia que ya estaba vieja y se prestaba a retirarla.
Capaz es el sueño. Capaz es que me acabo de despertar y todavía mi cabeza no conecta muy bien lo que fue con lo que es y lo que siguió siendo en el medio. Sea lo que sea, me acabo de dar cuenta de que no me había dado cuenta hasta este momento que las cosas se sentían diferentes.
Es decir, me había dado cuenta de un cambio. Me lo han dicho y creo que donde lo noto más, es acá. Sin embargo no lo había visto. Ahora lo veo desde afuera, si es que se puede decir. ¿Será esto a lo que se refieren cuando hablan de una experiencia fuera del cuerpo? Insisto, capaz es el sueño.
Lo que sé que no es síntoma y consecuencia del sueño es lo que veo. Es verdad. Hace meses no lo pensaba. Bueno, hace meses no tenía derecho a pensarlo. ¿Cuándo pasó que dejé de buscarlo? ¿Cuándo cerré la puerta? ¿Cuándo llegué a este punto en que dejé de pensar en revisar mi mail cada diez minutos para buscar un nombre conocido?
Odio las nauseas. No recuerdo las mariposas. Pero esto me encanta. Creo que estoy enamorada de esto. Es un poco caótico la verdad. Por esto sí siento un temblor bajo mis piernas. Amo las preguntas.
Es curioso y conflictivo que las ame porque soy un ser curioso que busca respuestas hasta donde no las hay. Sin embargo, cada tanto, estoy bien en la cama con la duda a mi lado. Siento el calor de las dudas y la incertidumbre penetrando mi piel y es el sentimiento más cercano a esas mariposas de las que ustedes tanto hablan que tuve en los últimos años.
Estoy loca, ya sé. ¿Enamorarme de un estado anímico?
Capaz es el sueño.
Lo que sea que sea, quiero acordarme de esto cuando me despierte: este estado anímico sí quema violeta.
No me había dado cuenta.
domingo, 24 de febrero de 2013
Esquizofrenia al cuadrado.
- Intentá, dale.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no quiero.
- Pero, ¿por qué?
- Porque las palabras no me sirven para nada. Las palabras son mentiras. Son mentiras por omisión. No alcanzan.
- ¿Para qué no alcanzan?
- Para escribir esto.
- ¿Por qué no?
- Porque entre letra y letra, hay mil pensamientos abstractos. Hay millones de significantes sin significados, y viceversa.
- Hace lo mejor que puedas.
- No alcanza.
- ¿Por qué?
- Las palabras no son suficientes. Mienten. Mi mirada no.
- Pero no estás mirando a nadie; estás mirando una pantalla.
- Ya habrá tiempo para que mi mirada hable.
- ¿Y si no se entiende?
- Es falta de cancha en mirarla. Hay tiempo.
- Tiempo...
- Callate.
- Siempre te quejás del tiempo. Odiás el tiempo.
- Capaz no es tan malo a veces.
- Intentá.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque para escribir esta entrada, necesito escribir un diccionario nuevo que reinvente el idioma o crear uno nuevo.
- Hacelo.
- Lo hago.
- ¿Cuándo? ¿Cómo?
- Con mis ojos. A mí, las palabras me fallan, pero ¿mis ojos? Ellos no mienten. Ellos dicen todo.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no quiero.
- Pero, ¿por qué?
- Porque las palabras no me sirven para nada. Las palabras son mentiras. Son mentiras por omisión. No alcanzan.
- ¿Para qué no alcanzan?
- Para escribir esto.
- ¿Por qué no?
- Porque entre letra y letra, hay mil pensamientos abstractos. Hay millones de significantes sin significados, y viceversa.
- Hace lo mejor que puedas.
- No alcanza.
- ¿Por qué?
- Las palabras no son suficientes. Mienten. Mi mirada no.
- Pero no estás mirando a nadie; estás mirando una pantalla.
- Ya habrá tiempo para que mi mirada hable.
- ¿Y si no se entiende?
- Es falta de cancha en mirarla. Hay tiempo.
- Tiempo...
- Callate.
- Siempre te quejás del tiempo. Odiás el tiempo.
- Capaz no es tan malo a veces.
- Intentá.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque para escribir esta entrada, necesito escribir un diccionario nuevo que reinvente el idioma o crear uno nuevo.
- Hacelo.
- Lo hago.
- ¿Cuándo? ¿Cómo?
- Con mis ojos. A mí, las palabras me fallan, pero ¿mis ojos? Ellos no mienten. Ellos dicen todo.
Anónimo: I'm all shook up.
La lluvia le había lavado todas las palabras. Había granizado posibles desenlaces y cada pensamiento había dejado un agujero en el piso, en el techo del auto. El piso había temblado y los relojes se habían parado. El viento había volado las páginas del calendario y, sin importar adónde mirara, todo marcaba el mismo día, la misma hora: diecisiete de enero, a las cinco de la mañana. Su ropa todavía yacía en el suelo. Al lado reposaban una copa de vino vacía y sus esperanzas en piezas.
"No significó nada" se repetía una y otra vez mientras sonaba la ausencia de música haciendo eco en cada pared que había sido desnudada de cada foto, cada souvenir.
Las piernas le temblaban. Lo que no se había ido con el agua, se había escurrido por el desagüe de la cocina, o por la rejilla del baño.
"Pensás mucho."
Desde donde ella lo veía, no pensaba lo suficiente. Quizás de haberlo hecho con más afán, podría haber visto las señales en sus manos, o escuchado sus gritos en cada texto que había leído. Quizás de haber pensado un poco más, la secuencia hubiese sido diferente. Con cada segundo que pasaba, sus pensamientos rompían los pocos recuerdos que quedaban intactos; los descomponía en piezas pequeñas y los distribuía en la mesa, donde noches atrás había dos platos dispuestos a servir a otro momento. Analizaba cada una de ellas: sus puntas filosas, sus relieves, sus faltas y atributos. Al cabo de horas era una masa deshecha enfrentada a un océano de piezas de rompecabezas que, aunque intentara, no podía volver a armar.
Algo faltaba. Sus ojos, capaz. Tenía los brazos en su cintura y las piernas en el marco de la puerta, pero faltaban sus ojos. Eran ellos los que lo hacían él. Nunca lo había notado. Eran detalles que había dejado pasar de largo y tomado por sentado. ¿Cómo? Ahora sonaba tan obvio.
"No significó nada" se repetía una y otra vez mientras sonaba la ausencia de música haciendo eco en cada pared que había sido desnudada de cada foto, cada souvenir.
Las piernas le temblaban. Lo que no se había ido con el agua, se había escurrido por el desagüe de la cocina, o por la rejilla del baño.
"Pensás mucho."
Desde donde ella lo veía, no pensaba lo suficiente. Quizás de haberlo hecho con más afán, podría haber visto las señales en sus manos, o escuchado sus gritos en cada texto que había leído. Quizás de haber pensado un poco más, la secuencia hubiese sido diferente. Con cada segundo que pasaba, sus pensamientos rompían los pocos recuerdos que quedaban intactos; los descomponía en piezas pequeñas y los distribuía en la mesa, donde noches atrás había dos platos dispuestos a servir a otro momento. Analizaba cada una de ellas: sus puntas filosas, sus relieves, sus faltas y atributos. Al cabo de horas era una masa deshecha enfrentada a un océano de piezas de rompecabezas que, aunque intentara, no podía volver a armar.
Algo faltaba. Sus ojos, capaz. Tenía los brazos en su cintura y las piernas en el marco de la puerta, pero faltaban sus ojos. Eran ellos los que lo hacían él. Nunca lo había notado. Eran detalles que había dejado pasar de largo y tomado por sentado. ¿Cómo? Ahora sonaba tan obvio.
sábado, 23 de febrero de 2013
Creo que nunca fui tan feliz como cuando estaba en una relación con alguien que me invitaba a desayunar. Siempre me gustó más que la idea de una cena. Antes del trabajo, después de una salida con mis amigas. Hay algo en el desayuno que lo hace especial. Tiene una dulcura inherente. No hay mentiras que se puedan ocultar en la oscuridad de la noche, y las intenciones, como los sueños, están a flor de piel.
Un desayuno marca el tono. Es verdad, una mala noticia mientras el día todavía tiene lagañas en los ojos puede tener un peso catastrófico. Pero una sonrisa con esperanza ciega a primera hora puede tener tanta fuerza como la vida misma.
Un desayuno marca el tono. Es verdad, una mala noticia mientras el día todavía tiene lagañas en los ojos puede tener un peso catastrófico. Pero una sonrisa con esperanza ciega a primera hora puede tener tanta fuerza como la vida misma.
Vómito verbal II
Por primera vez en meses, no tengo ganas de salir de mi cama. Tengo rol en una horas y hace tiempo eso venía siendo razón suficiente para hacerme estirar las piernas. En vez, me siento y pienso sobre temas que me da lo mismo pensar, como por qué no uso sangrías en mis entradas o por qué a veces ciertas teclas de mi teclado dejan de funcionar, pero nunca son las mismas, y siempre se soluciona antes de que me cuenta, por lo cual nunca parece ser síntoma de algo más.
Así empiezo el tren de pensamiento, meditando sobre el que tuve ayer. Pienso en cómo lo que terminó saliendo de mi boca como últimas palabras del día, habían sido efectos colaterales de una frase que me dije a mí misma a las siete de la mañana en el camino a la oficina. "Nauseas." Todo empezó con esa palabra. Y a su vez, si lo intento pensar, se conecta con una conversación que tuve con alguien en mi cabeza el otro día, cuando me dije -textual- "y eso que ustedes llaman mariposas, yo las siento como nauseas."
Sigo pensando y me acuerdo de mis 19 años. Parecen tan lejos pero fue hace tan sólo un tiempo.
Tiempo. Tiempo es lo que pasa mientras intento no pensar, pensando en cosas que me da lo mismo si pasan o no. Esta vez falla la letra c.
Tenía 19, me enamoré. Ilusa. Fue rápido, más no indoloro. Digámosle Gastón. Caí fuerte. Estoy segura de que si la gente deja marcas, la mía en ese momento fue un cráter. En fin, me enamoré. No funcionó, por si no se dieron cuenta. Me dolió, lloré, grité, me enojé. Hice todo el trámite que uno tiene que hacer para sufrir y no sufrir más. Eventualmente, dejó de ser lo que pensaba en todo momento. Eventualmente, pensé en otra persona, aunque Gastón seguía ahí. ¡Y eso que ni siquiera estaba! Rafael -digámosle así- vino. Cráter se queda corto para expresar su marca en mí. Me descompuse, mejor dicho. De nuevo, NAUSEAS. No fue rápido esta vez. Fue lento. Pero de ese lento que es demasiado lento y que arrastra las cosas y saca chispas contra el suelo. De nuevo, TIEMPO. Nos tomamos el nuestro, que fue mucho. Las nauseas nunca se fueron y eventualmente me hicieron vomitar el mundo. Cráter. Mi mundo, su mundo y por ende, el nuevo, en piezas. Entonces alguien más vino y confundió el espacio por algo más que un vacío. Así quedo.
Esta conversación la tuve hace una semana. Hace una semana escribí mil palabras que no existen, que no alcanzan entre las letras A y la O. Hoy no funciona la C.
Nauseas.
Parezco un disco rayado. ¿Por qué pienso en nauseas?
Porque hace dos días hablaba con mi cabeza y mi cabeza me recordó que Leandro me hizo pensar que las Nauseas eran algo más, pero terminaron siendo síntoma de una enfermedad que yo misma me hacía creer que no tenía, cuando me la contagié yo solita. Leandro se fue. Y acá estoy. Tiempo mediante, pienso.
Pienso en las Nauseas, en que nunca se fueron. Nunca se convirtieron en mariposas. En ese aspecto, nada cambió. Pero yo cambié, y desde entonces no siento nauseas. No se equivoquen, tampoco hay mariposas, pero no hay nauseas. Hay enamoramientos en el colectivo y cómoledoyaesechico y diossantocómomegustaríaquelascosasnofuesenasí, pero no hay nauseas.
Vuelvo a la conversación esa de hace dos días. Cambié. ¿Algo más habrá cambiado? ¿Podré sentir algo más que nauseas ahora?
Ya no entran en juego ni Gastón, ni Rafael, ni Leandro, ni César ni nadie. Soy yo. Soy yo y el tiempo y, espero, que con el tiempo, sea yo con algo nuevo más que nauseas.
Pero ya veré. La incertidumbre me mata. ¿Puedo sentir algo más? ¿Soy capaz?
Por ahora me conformo con no sentir mariposas en la ausencia de las nauseas.
Capaz así me de cuenta cuando algo es bueno: cuando me sorprenda y no me enferme y no quiera vomitar mis entrañas.
Nauseas. Tiempo. Algo. Residuos de un Slam.
Así empiezo el tren de pensamiento, meditando sobre el que tuve ayer. Pienso en cómo lo que terminó saliendo de mi boca como últimas palabras del día, habían sido efectos colaterales de una frase que me dije a mí misma a las siete de la mañana en el camino a la oficina. "Nauseas." Todo empezó con esa palabra. Y a su vez, si lo intento pensar, se conecta con una conversación que tuve con alguien en mi cabeza el otro día, cuando me dije -textual- "y eso que ustedes llaman mariposas, yo las siento como nauseas."
Sigo pensando y me acuerdo de mis 19 años. Parecen tan lejos pero fue hace tan sólo un tiempo.
Tiempo. Tiempo es lo que pasa mientras intento no pensar, pensando en cosas que me da lo mismo si pasan o no. Esta vez falla la letra c.
Tenía 19, me enamoré. Ilusa. Fue rápido, más no indoloro. Digámosle Gastón. Caí fuerte. Estoy segura de que si la gente deja marcas, la mía en ese momento fue un cráter. En fin, me enamoré. No funcionó, por si no se dieron cuenta. Me dolió, lloré, grité, me enojé. Hice todo el trámite que uno tiene que hacer para sufrir y no sufrir más. Eventualmente, dejó de ser lo que pensaba en todo momento. Eventualmente, pensé en otra persona, aunque Gastón seguía ahí. ¡Y eso que ni siquiera estaba! Rafael -digámosle así- vino. Cráter se queda corto para expresar su marca en mí. Me descompuse, mejor dicho. De nuevo, NAUSEAS. No fue rápido esta vez. Fue lento. Pero de ese lento que es demasiado lento y que arrastra las cosas y saca chispas contra el suelo. De nuevo, TIEMPO. Nos tomamos el nuestro, que fue mucho. Las nauseas nunca se fueron y eventualmente me hicieron vomitar el mundo. Cráter. Mi mundo, su mundo y por ende, el nuevo, en piezas. Entonces alguien más vino y confundió el espacio por algo más que un vacío. Así quedo.
Esta conversación la tuve hace una semana. Hace una semana escribí mil palabras que no existen, que no alcanzan entre las letras A y la O. Hoy no funciona la C.
Nauseas.
Parezco un disco rayado. ¿Por qué pienso en nauseas?
Porque hace dos días hablaba con mi cabeza y mi cabeza me recordó que Leandro me hizo pensar que las Nauseas eran algo más, pero terminaron siendo síntoma de una enfermedad que yo misma me hacía creer que no tenía, cuando me la contagié yo solita. Leandro se fue. Y acá estoy. Tiempo mediante, pienso.
Pienso en las Nauseas, en que nunca se fueron. Nunca se convirtieron en mariposas. En ese aspecto, nada cambió. Pero yo cambié, y desde entonces no siento nauseas. No se equivoquen, tampoco hay mariposas, pero no hay nauseas. Hay enamoramientos en el colectivo y cómoledoyaesechico y diossantocómomegustaríaquelascosasnofuesenasí, pero no hay nauseas.
Vuelvo a la conversación esa de hace dos días. Cambié. ¿Algo más habrá cambiado? ¿Podré sentir algo más que nauseas ahora?
Ya no entran en juego ni Gastón, ni Rafael, ni Leandro, ni César ni nadie. Soy yo. Soy yo y el tiempo y, espero, que con el tiempo, sea yo con algo nuevo más que nauseas.
Pero ya veré. La incertidumbre me mata. ¿Puedo sentir algo más? ¿Soy capaz?
Por ahora me conformo con no sentir mariposas en la ausencia de las nauseas.
Capaz así me de cuenta cuando algo es bueno: cuando me sorprenda y no me enferme y no quiera vomitar mis entrañas.
Nauseas. Tiempo. Algo. Residuos de un Slam.
Explicación de los residuos.
Normalmente no hago esto de explicar las entradas que hago mientras estoy, em, intoxicada. Pero el que subí hace un rato tiene un contexto histórico en la vida de Juli y viene enganchado de una lección de vida que aprendí a los 15 y a cosas que vengo pensando últimamente, así que quiero explicarlo.
El pequeño tema es que son las cinco y media, yo acabo de llegar a casa y me muero de sueño. Por esta razón y para asegurarme de no olvidarme las cosas, hago puntos rápidos al respecto y mañana, si me acuerdo, me explayo.
a) Entrada conectada con (digámosle) Gastón.
b) Escrita porque el Slam de anoche me dejó un poco bajoneada y nostálgica y pensando en crecer y lecciones varias.
c) Lo escribí pensando en los adioses que he tenido que decir, y este en particular.
d) Para explicar, y para aquellos que ya me han leído entiendan por dónde viene la mano:
El pequeño tema es que son las cinco y media, yo acabo de llegar a casa y me muero de sueño. Por esta razón y para asegurarme de no olvidarme las cosas, hago puntos rápidos al respecto y mañana, si me acuerdo, me explayo.
a) Entrada conectada con (digámosle) Gastón.
b) Escrita porque el Slam de anoche me dejó un poco bajoneada y nostálgica y pensando en crecer y lecciones varias.
c) Lo escribí pensando en los adioses que he tenido que decir, y este en particular.
d) Para explicar, y para aquellos que ya me han leído entiendan por dónde viene la mano:
- No te quiero perder...
- No lo digas.
- Pero los dos lo sabemos. No va a hacer ninguna diferencia.
- Lo hace peor: más difícil.
- ¿Y la verdad no es difícil?
- No lo digas.
- Me estoy enamorando de vos.
e) Oh, qué dulces que fueron mis 18 años.
Residuos de un Slam.
Cerraste el libro. Yo quería seguir escribiendo. Me arrancaste las páginas y borraste mis palabras sin siquiera esperar a que terminaran de salir de mis ojos.
Cerraste el libro y se me vino encima el vacío. En el punto final leo tu ausencia a mi lado y la victoria de las mentiras que me vendiste por días, prometiendo un valor que ni vos, ni yo, podríamos negar.
Cerraste el libro. Me cerraste a mí. Cerraste la puerta y quedé afuera; ahora camino y viajo y vivo, y vos quedaste en el vacío de sus ojos que te prometieron el agua de vida y te ahogaron en sed.
Quemaste las hojas que hacían los puentes que te unían a mí con cada beso partido y cada silencio interrumpido. Me cerraste el libro.
Espero que vivas cada coma, cada mayúscula, cada comilla, y que sepas en cada día, en cada lluvia, en cada canción que mis labios murmuran a paredes desnudas de tus gritos coloridos, que aquel libro que cerraste era tan tuyo como mío.
Cerraste el libro y se me vino encima el vacío. En el punto final leo tu ausencia a mi lado y la victoria de las mentiras que me vendiste por días, prometiendo un valor que ni vos, ni yo, podríamos negar.
Cerraste el libro. Me cerraste a mí. Cerraste la puerta y quedé afuera; ahora camino y viajo y vivo, y vos quedaste en el vacío de sus ojos que te prometieron el agua de vida y te ahogaron en sed.
Quemaste las hojas que hacían los puentes que te unían a mí con cada beso partido y cada silencio interrumpido. Me cerraste el libro.
Espero que vivas cada coma, cada mayúscula, cada comilla, y que sepas en cada día, en cada lluvia, en cada canción que mis labios murmuran a paredes desnudas de tus gritos coloridos, que aquel libro que cerraste era tan tuyo como mío.
viernes, 22 de febrero de 2013
¿Y esto de dónde salió?
Salgo y el viento me grita tu nombre y las luces delanteras del colectivo que tengo sí o sí que tomarme me ven con tus ojos. Esos ojos que en algún momento me rompieron las rodillas; esos que me dieron nauseas que algunos llaman mariposas. No me gusta este ruido. No me gusta escucharte en las bocinas y ver lágrimas en las partículas que se hacen visibles sólo a veces, cuando uno mira, como las que lloré a escondidas cuando pronunciaste esas palabras. No quiero recordar el dolor y la incertidumbre en cada bache y ver recuerdos en cada fachada de cada edificio. No me gusta que tu rostro esté plastificado en cada calle.
Te puedo convertir en tan sólo un recuerdo.
Pero no. No sos una ilusión. No sos tan sólo una pesadilla que estoy forzada a vivir día tras día en cada taza de café. No sos un antojo de medianoche. Sos vos.
Te puedo convertir en tan sólo un recuerdo.
Pero no. No sos una ilusión. No sos tan sólo una pesadilla que estoy forzada a vivir día tras día en cada taza de café. No sos un antojo de medianoche. Sos vos.
Esta noche
- No entiendo por qué mierda me querés después de todo lo que hice.
Porque tus manos me anclan a esta realidad cuando ya tuve demasiada vida para un día, y tus besos me recuerdan que si aguanto una hora más, un minuto más, un día más, capaz te veo o te hablo o te siento al lado mío cuando no estás.
- Yo a veces también intento pensarlo, y me pregunto lo mismo.
- No entiendo por qué la duda no te gana y cruzás la puerta...
Porque hay una duda más grande en tus ojos y en tu boca y en tus palabras y en tus silencios que todavía quiero contestar.
- Yo tampoco.
- No quiero que la cruces.
No la cruzaría.
- Vemos.
Porque tus manos me anclan a esta realidad cuando ya tuve demasiada vida para un día, y tus besos me recuerdan que si aguanto una hora más, un minuto más, un día más, capaz te veo o te hablo o te siento al lado mío cuando no estás.
- Yo a veces también intento pensarlo, y me pregunto lo mismo.
- No entiendo por qué la duda no te gana y cruzás la puerta...
Porque hay una duda más grande en tus ojos y en tu boca y en tus palabras y en tus silencios que todavía quiero contestar.
- Yo tampoco.
- No quiero que la cruces.
No la cruzaría.
- Vemos.
Leer entre líneas
Si tuviese que elegir un super poder, querría el poder de las palabras. Me gustaría soplar al viento y que de mi aliento salgan versos, y que mis ojos disparen comas y puntos y le den forma a los acentos. Si tan sólo pudiese estirar las palabras y moldearlas, como a veces ellas mismas hacen cuando agarran nuestros corazones y los manipulan como si estuviesen hechos de masa.
Si tan sólo pudiese controlarlas. Usaría mis rayos para leer entre líneas y pelearía el silencio con objetos directos. Pero las palabras no son mías. Las palabras son libres y corren por la vida, poniendo predicativos subjetivos donde uno piensa que no los necesita. Caen como lluvia y te bañan de sentidos y sentimientos que no hay paraguas o piloto que detengan. Si pudiese controlarlas, si pudiese hacer algo más que saborearlas a medida que el aire vibra en mi garganta y se forma en oraciones saliendo de mi boca y entrando en otra...
Si de algo sirviera desear, pediría controlarlas para nunca más dejar que permanezcan encerradas. Volaría las paredes que analizan conexiones entre predicado y subjetivo, y condenaría las mentes empecinadas en hacer que cumplan reglas para las cuales no están hechas. Nunca más nos detendríamos a pensar si una palabra es la correcta para expresar lo que podemos decir de tantas otras maneras. Prohibiría las trabas de los yquésis y desterraría para siempre al subconsciente que se atreva a imponer pelea.
Si tan sólo pudiese controlarlas, las dejaría ser porque nunca fueron mías, ni tuyas. Son tan suyas que se infiltran bajo tu piel, hasta que podés sentirlas latir en el silencio de una canción, de una dedicación, de una carta, o de una voz ajena.
Si tan sólo pudiese controlarlas. Usaría mis rayos para leer entre líneas y pelearía el silencio con objetos directos. Pero las palabras no son mías. Las palabras son libres y corren por la vida, poniendo predicativos subjetivos donde uno piensa que no los necesita. Caen como lluvia y te bañan de sentidos y sentimientos que no hay paraguas o piloto que detengan. Si pudiese controlarlas, si pudiese hacer algo más que saborearlas a medida que el aire vibra en mi garganta y se forma en oraciones saliendo de mi boca y entrando en otra...
Si de algo sirviera desear, pediría controlarlas para nunca más dejar que permanezcan encerradas. Volaría las paredes que analizan conexiones entre predicado y subjetivo, y condenaría las mentes empecinadas en hacer que cumplan reglas para las cuales no están hechas. Nunca más nos detendríamos a pensar si una palabra es la correcta para expresar lo que podemos decir de tantas otras maneras. Prohibiría las trabas de los yquésis y desterraría para siempre al subconsciente que se atreva a imponer pelea.
Si tan sólo pudiese controlarlas, las dejaría ser porque nunca fueron mías, ni tuyas. Son tan suyas que se infiltran bajo tu piel, hasta que podés sentirlas latir en el silencio de una canción, de una dedicación, de una carta, o de una voz ajena.
jueves, 21 de febrero de 2013
Influencia.
- Entonces, ¿fue todo una mentira?
- No te estoy diciendo eso.
- ¿Qué me estás diciendo?
- Que parte de mi desearía que no fuera tan verdad.
Mis párpados pesan y mis ojos se duermen de a poco, cantándose la imagen del color de tu mirada lentamente yéndose y licuándose con los sonidos de la música, y las voces de los extraños, y el ruido de la dulce ignorancia (mezclada con la ilusa fantasía), y el olor de la lluvia en tu piel. La paleta de emociones que minutos atrás tomaban mi mente se condensa al tono de la luz reflejada en la comisura de tu boca.
Me siento acá y pienso excusas y mentiras que me persuadan de comprar la historia que tus palabras pintan. Me siento acá y debato si alzar la bandera de derrota sería tan malo, porque el sabor de tu lengua y el fuego que las yemas de tus dedos imprimen en mi cintura parecen dignos adversarios.
¿Acaso sería tan malo? Le susurro al vaso y veo destellos de un futuro que podría ser escrito en la oscuridad del rincón de mi cabeza que hasta ahora venía suprimiendo pensamientos. ¿Acaso sería tan malo? Le grito al viento en la letra de la canción que los dos nos sabemos.
¿Acaso sería tan malo rendirse ante una posibilidad, dado que hasta hora las certezas han develado una y otra vez un catastrófico final? Esa posibilidad llama al sueño mientras el viento batido del ventilador de mi habitación remarca el contorno del lugar en mi cama que vos podrías ocupar.
- No te estoy diciendo eso.
- ¿Qué me estás diciendo?
- Que parte de mi desearía que no fuera tan verdad.
Mis párpados pesan y mis ojos se duermen de a poco, cantándose la imagen del color de tu mirada lentamente yéndose y licuándose con los sonidos de la música, y las voces de los extraños, y el ruido de la dulce ignorancia (mezclada con la ilusa fantasía), y el olor de la lluvia en tu piel. La paleta de emociones que minutos atrás tomaban mi mente se condensa al tono de la luz reflejada en la comisura de tu boca.
Me siento acá y pienso excusas y mentiras que me persuadan de comprar la historia que tus palabras pintan. Me siento acá y debato si alzar la bandera de derrota sería tan malo, porque el sabor de tu lengua y el fuego que las yemas de tus dedos imprimen en mi cintura parecen dignos adversarios.
¿Acaso sería tan malo? Le susurro al vaso y veo destellos de un futuro que podría ser escrito en la oscuridad del rincón de mi cabeza que hasta ahora venía suprimiendo pensamientos. ¿Acaso sería tan malo? Le grito al viento en la letra de la canción que los dos nos sabemos.
¿Acaso sería tan malo rendirse ante una posibilidad, dado que hasta hora las certezas han develado una y otra vez un catastrófico final? Esa posibilidad llama al sueño mientras el viento batido del ventilador de mi habitación remarca el contorno del lugar en mi cama que vos podrías ocupar.
miércoles, 20 de febrero de 2013
John Cusack tiene un hermano gemelo que me gusta tanto más.
Embellecer la mentira para que suena a verdad, es tarea de estúpidos.
¿Adornar la verdad para que parezca mentira? Eso es algo para los que somos talentosos.
Mañana me explayo.
¿Adornar la verdad para que parezca mentira? Eso es algo para los que somos talentosos.
Mañana me explayo.
Orden.
De a poco le voy poniendo etiquetas a este despelote así cuando vuelva a leer entradas viejas entiendo qué (o quién) pasaba por mi mente.
Si todo sale bien, va a haber entradas con nombres. Sale disclaimer anticipado para decirles que los nombres que van a aparecer son ficticios.
Si todo sale bien, va a haber entradas con nombres. Sale disclaimer anticipado para decirles que los nombres que van a aparecer son ficticios.
Renderizame esta.
La habitación estaba fría. La ventana abierta, el viento volando las cortinas. Pero ella... Ella estaba en otro mundo donde la temperatura mínima era 140º y el viento lo único que hacía era simular sus manos por sus piernas mientras se deshacía de la poca tela que tenía encima. Con tan sólo cerrar los ojos detenía el tiempo o lo manipulaba a su favor, yuxtaponiendo el antes con el ahora, creando un completamente diferente después. En su mente, no se había ido. Ese beso no había tenido el sabor a despedida y la noche no había cerrado la puerta con un mundo infinito de yquésis y ahoraquès. En su mente sentía su boca recorriendo el camino que sus manos trazaban y su cuerpo temblando por el roce de sus labios.
Era otro mundo, sin duda. En este, el único tiempo que pasaba era ese que se media en los golpes contra la pared de la cabecera de la cama, o en suspiros negados que decían no mientras cada parte de su ser decía sí.
El olor a lluvia irrumpía en la habitación, pero ella tan sólo podía saborear los efectos residuales de los besos en su cuello y las yemas de sus dedos en su piel.
Era otro mundo, sin duda. En este, el único tiempo que pasaba era ese que se media en los golpes contra la pared de la cabecera de la cama, o en suspiros negados que decían no mientras cada parte de su ser decía sí.
El olor a lluvia irrumpía en la habitación, pero ella tan sólo podía saborear los efectos residuales de los besos en su cuello y las yemas de sus dedos en su piel.
lunes, 18 de febrero de 2013
No puedo comer porque mi organismo sólo procesa que quiere alimentarse de vos.
me duele pensar en nombres y apellidos y edades e historias y espacios y tiempos compartidos.
me duele que no duela porque estoy acostumbrada al dolor.
ya no más.
me duele que no duela porque estoy acostumbrada al dolor.
ya no más.
Me gustaría quererte. Te juro.
Parte de mí daría media vida por volver las agujas del reloj atrás y deshacer el tiempo que pasó entre un error y otro. Volver a aquel día en que te conocí, o anotarlo en otra fecha. Tanto así como me encantaría borrar otros nombres de mi lista.
Ojalá pudiese soñar con vos como se supone que tendría que hacer, o pensar en tus ojos cuando en realidad ni siquiera me acuerdo de cómo suena tu voz. Tiempo atrás la escuchaba hasta en el fondo del vaso. Hoy no parece quedarse cuando la noche cae y te aleja de mí.
Me encantaría poder cambiar su peso por el tuyo, pero aparentemente es mucho pedir. Lo intenté, quiero que lo sepas. Traté de ponerte a vos antes, y de abrirme los ojos para ver todo lo que racionalmente sé que tenes de bueno, pero si la vida fuese tan fácil, yo no habría sido quien fui cuando me conociste y notaste algo en mí.
Con suerte, algún día te veré con ojos nuevos -o mejor dicho, con los viejos-, pero hasta entonces, perdón.
Te pido perdón porque pienso en lo que vos invertiste en mí. Espero que si algo pasa, no sea tarde. Parte de mí todavía te quiere, pero esa parte es débil y se escapa en otros ojos y otros labios y otras palabras que vos no me podés decir. No te las creería si me las dijeras. Ya las has dicho. Seguro se las dijiste a ella también mientras me las decías con tus manos en mi cintura y la presión de tu cadera hará un año atrás. Fui un parche en tu vida mientras se curaban las heridas que tenías con otra persona, y lamento con toda mi poca fuerza haber hecho lo mismo con vos. Vas a seguir siendo el mismo chico lindo que una vez vi, del cual me enamoré apresuradamente, aún cuando sabía que no tenía que. Espero que a pesar de todo, siga siendo lo que vos viste y me dijiste hace tres días.
De la A, a la O, el arrepentimiento que siento tiene mil letras que no existen y que no puedo escribir.
Parte de mí daría media vida por volver las agujas del reloj atrás y deshacer el tiempo que pasó entre un error y otro. Volver a aquel día en que te conocí, o anotarlo en otra fecha. Tanto así como me encantaría borrar otros nombres de mi lista.
Ojalá pudiese soñar con vos como se supone que tendría que hacer, o pensar en tus ojos cuando en realidad ni siquiera me acuerdo de cómo suena tu voz. Tiempo atrás la escuchaba hasta en el fondo del vaso. Hoy no parece quedarse cuando la noche cae y te aleja de mí.
Me encantaría poder cambiar su peso por el tuyo, pero aparentemente es mucho pedir. Lo intenté, quiero que lo sepas. Traté de ponerte a vos antes, y de abrirme los ojos para ver todo lo que racionalmente sé que tenes de bueno, pero si la vida fuese tan fácil, yo no habría sido quien fui cuando me conociste y notaste algo en mí.
Con suerte, algún día te veré con ojos nuevos -o mejor dicho, con los viejos-, pero hasta entonces, perdón.
Te pido perdón porque pienso en lo que vos invertiste en mí. Espero que si algo pasa, no sea tarde. Parte de mí todavía te quiere, pero esa parte es débil y se escapa en otros ojos y otros labios y otras palabras que vos no me podés decir. No te las creería si me las dijeras. Ya las has dicho. Seguro se las dijiste a ella también mientras me las decías con tus manos en mi cintura y la presión de tu cadera hará un año atrás. Fui un parche en tu vida mientras se curaban las heridas que tenías con otra persona, y lamento con toda mi poca fuerza haber hecho lo mismo con vos. Vas a seguir siendo el mismo chico lindo que una vez vi, del cual me enamoré apresuradamente, aún cuando sabía que no tenía que. Espero que a pesar de todo, siga siendo lo que vos viste y me dijiste hace tres días.
De la A, a la O, el arrepentimiento que siento tiene mil letras que no existen y que no puedo escribir.
De la A a la O: Explicación.
Paso a explicar los títulos escritos y los que probablemente seguiré escribiendo.
Sin entrar en muchos detalles, estos títulos son las pocas historias que escribo que son 100% reales. Sí, no miento en estas. Ni un poquito, lo cual todavía me suena raro hasta a mí.
Todo empezó por un mensaje de texto viniendo de quien inspiró esta entrada. La historia es compleja. No quiero entrar mucho en detalle porque, de nuevo, esto de la honestidad es juego nuevo para mí, y no quiero meterme de cabeza y de una. Básicamente, la historia es una historia de errores, arrepentimiento, confusión y un dilema. Haciendo la historia larga corta, lo resumo a decirles que lastimé a alguien que no quería lastimar. De ahí salió el arrepentimiento. La confusión y lo demás que salga, son efectos colaterales que no me veía venir y que ahora tengo que manejar.
En fin, esa es la única explicación que me doy permiso a dar por ahora.
En caso de tener más dudas, por favor pregunten de manera privada.
Hasta entonces, lo único que voy a decir es:
Disculpame. Sos vos el que me tiene que perdonar a mí.
Sin entrar en muchos detalles, estos títulos son las pocas historias que escribo que son 100% reales. Sí, no miento en estas. Ni un poquito, lo cual todavía me suena raro hasta a mí.
Todo empezó por un mensaje de texto viniendo de quien inspiró esta entrada. La historia es compleja. No quiero entrar mucho en detalle porque, de nuevo, esto de la honestidad es juego nuevo para mí, y no quiero meterme de cabeza y de una. Básicamente, la historia es una historia de errores, arrepentimiento, confusión y un dilema. Haciendo la historia larga corta, lo resumo a decirles que lastimé a alguien que no quería lastimar. De ahí salió el arrepentimiento. La confusión y lo demás que salga, son efectos colaterales que no me veía venir y que ahora tengo que manejar.
En fin, esa es la única explicación que me doy permiso a dar por ahora.
En caso de tener más dudas, por favor pregunten de manera privada.
Hasta entonces, lo único que voy a decir es:
Disculpame. Sos vos el que me tiene que perdonar a mí.
De la A a la O: Confusión.
El tiempo y el conocimiento le pesaban. La experiencia le tiraba de los brazos y la anclaba al piso, que poco a poco la tragaba. Sentía cómo su mente se llenaba de imágenes y frases quizás ya dichas y olvidadas. Sus ojos recorrían el camino que sus piernas cansadas ya habían en algún momento caminado, sin pisar fuerte, sin dejar marca nuevamente; pero sin importar qué tan duro intentaba, siempre volvían al mismo recuerdo.
Vas a conocer al príncipe de tu vida.
Cada célula de ella rogaba que esto fuese cierto. Ese recuerdo era una maldición imposible de dejar atrás. El tiempo hacía de ella una esclava y, sin importar lugar o fecha, ella siempre volvía. Quería estar sentada en aquel mismo asiento trasero de aquel conductor que parecía saber exactamente cuál era su destino. Quería poseer la voz de aquella chica -quizás ilusa, u optimista- y gritar que nunca se haría verdad. Quería volver y torturar a aquella persona que por años la había torturado a ella con promesas incumplidas, demandar una explicación por esas falacias, por la esperanza vacía que le había dado.
¿Un príncipe? Si había algo que la vida le había demostrado era que su castillo por siempre sería una casa de naipes. La tormenta más suave con sus gotas de sal barrerían sus paredes y la llevarían al piso. Con tiempo y más esfuerzo del que tendría, sería su tarea reparar los daños. Los temblores, el viento, la enfermedad misma que permanecía en los cimientos, eran algo que ya había tenido que arreglar más de una vez. Todo por aquella idiota promesa.
Su mente visitaba de nuevo ese recuerdo mientras su pelo acariciaba la almohada y sus manos recorrían el camino que desearía él pudiese trazar. ¿Un príncipe?
Yeah, right.
Algún día.
Vas a conocer al príncipe de tu vida.
Cada célula de ella rogaba que esto fuese cierto. Ese recuerdo era una maldición imposible de dejar atrás. El tiempo hacía de ella una esclava y, sin importar lugar o fecha, ella siempre volvía. Quería estar sentada en aquel mismo asiento trasero de aquel conductor que parecía saber exactamente cuál era su destino. Quería poseer la voz de aquella chica -quizás ilusa, u optimista- y gritar que nunca se haría verdad. Quería volver y torturar a aquella persona que por años la había torturado a ella con promesas incumplidas, demandar una explicación por esas falacias, por la esperanza vacía que le había dado.
¿Un príncipe? Si había algo que la vida le había demostrado era que su castillo por siempre sería una casa de naipes. La tormenta más suave con sus gotas de sal barrerían sus paredes y la llevarían al piso. Con tiempo y más esfuerzo del que tendría, sería su tarea reparar los daños. Los temblores, el viento, la enfermedad misma que permanecía en los cimientos, eran algo que ya había tenido que arreglar más de una vez. Todo por aquella idiota promesa.
Su mente visitaba de nuevo ese recuerdo mientras su pelo acariciaba la almohada y sus manos recorrían el camino que desearía él pudiese trazar. ¿Un príncipe?
Yeah, right.
Algún día.
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